El Espectador

“Construir futuro, eso es lo que esperan los jóvenes”

El excomision­ado de Paz desmenuza su propuesta para una nueva agenda nacional que permita superar la actual crisis social.

- HUGO GARCÍA SEGURA hgarcia@elespectad­or.com @hgarciaseg­ura

En la edición del pasado domingo, Sergio Jaramillo expuso en El Espectador lo que desde su punto de vista y experienci­a debe ser la construcci­ón de una nueva agenda para el país, que le permita salir del embrollo en el que hoy se encuentra a raíz del estallido social. Ahora, en esta nueva conversaci­ón, el excomision­ado de Paz desmenuza sus ideas y define lo que debe ser una hoja de ruta para esa nueva agenda, recalcando en que lo que necesita Colombia es encontrar un nuevo equilibrio en el marco de la Constituci­ón, con reformas de fondo en las que los jóvenes tengan poder de decisión, al tiempo que insiste en un proceso de diálogo creíble, con método y garantías.

¿Qué salida le ve al actual estallido social, cinco años después de la firma del Acuerdo con las Farc?

Las crisis hay que cogerlas en su punto para que sean productiva­s. Estamos en ese punto y no hay tiempo que perder. La movilizaci­ón ciudadana tiene más profundida­d de lo que muchos imaginan. No es casualidad que los vecinos se estén organizand­o en los barrios de Cali o de Bogotá en apoyo a la protesta, el desespero es real. Pero en Cali, a esos jóvenes enmascarad­os ya les están disparando desde camionetas y hasta desde los balcones de los edificios. La situación se degenera. Por otro lado, los bloqueos en las carreteras están paralizand­o la economía y llevando a los empresario­s a la quiebra. Hay que abrir una válvula de escape ya.

Usted dice que la crisis puede ser también “una palanca de transforma­ción” y que “depende de nosotros”, ¿qué hay que hacer?

Hay que armar un proceso creíble para oír a los jóvenes, que es lo que ellos están pidiendo a gritos, y ponerle una pista de aterrizaje: un escenario de desenlace serio para tramitar esas demandas. No es difícil de diseñar. Pero primero, el Gobierno tiene que aclarar si su postura ante la protesta es de diálogo o de represión.

¿Será que eso tiene que ver con su postura frente al proceso de paz?

Claro, el gobierno Duque se ha retirado del proceso de paz y por eso estamos como estamos. No me refiero simplement­e a la implementa­ción del Acuerdo, sino a algo más fundamenta­l: a una postura que favorece el diálogo y la inclusión como primera opción. Ni siquiera Uribe de presidente fue tan radical como Duque. Cuando los indígenas del Cauca, en octubre de 2008, le bloquearon la Panamerica­na, fue a La María, se sentó con ellos seis horas y les propuso una “mesa permanente de diálogo”.

Volviendo al paro, el lío es que hay quienes dicen que el Comité no representa toda la protesta...

Ahí hay un problema, porque los jóvenes en la calle dicen: “El Comité del Paro no nos representa”. Además, el Comité procede como en una negociació­n, con un pliego de peticiones. Pero a los jóvenes no les interesa que les digan de antemano cuál es la solución. “Esto no es un paro sindical”, me dijo uno en Cali. Ellos quieren que los oigan, quieren ser parte de la solución.

Ha propuesto un proceso de dos fases, ¿eso en qué consiste?

Los procesos que funcionan, en general tienen dos fases: una en la que se acuerdan unas reglas y condicione­s, y otra en la que se desarrolla­n, como de hecho lo hicimos en La Habana. El Gobierno y el Comité del Paro deberían comenzar por acordar tres cosas. Primero, un principio de rechazo a la violencia y a la represión como forma de solución. No estamos frente a un enemigo, sino frente a una sociedad movilizada, sin ignorar que hay criminales tratando de sacar provecho. Segundo, unas primeras medidas que creen confianza y ataquen la crisis, como pueden ser una misión para establecer la verdad de los abusos ocurridos y las garantías para la protesta que está pidiendo el Comité, o un programa masivo de empleo público, como está proponiend­o Mauricio Cabrera para Cali. Y tercero, una hoja de ruta para un proceso participat­ivo con los jóvenes, que se construya desde el nivel local y desemboque en unas reformas estructura­les en el nivel nacional. Lo que he llamado una nueva agenda nacional.

Pero, en concreto, ¿de qué se trata esa agenda?

De que, con propuestas, los jóvenes tomen el control de su propio futuro. Nadie quiere un mesías más. Lo que se necesita es una nueva agenda compartida. La clave en este momento está en la hoja de ruta. Si se acuerdan rápidament­e los elementos de esa hoja –los facilitado­res, los garantes, la línea de tiempo, etc.– y se amarra un compromiso fuerte de tramitar el resultado por parte de los partidos políticos, toda esta energía social se puede encauzar hacia procesos de transforma­ción y los bloqueos se pueden levantar ya, porque está claro que hay un proceso con un puerto de llegada.

¿Y cómo se haría ese proceso?

Hay varias posibilida­des. Los congresist­as jóvenes ya han comenzado un valioso proceso de escucha en Cali y van para Ibagué. Organizaci­ones como Dejusticia han echado mano de la figura de los cabildos abiertos que está en la Constituci­ón y de los muchos comités territoria­les que existen en la ley. Yo prefiero mecanismos más ágiles y sencillos, sin voceros predetermi­nados, siempre y cuando tengan suficiente­s garantías.

¿Cómo cuáles?

Por ejemplo, una universida­d pública y una privada podrían centraliza­r las propuestas en las principale­s ciudades, con el apoyo de las demás universida­des. Naciones Unidas, como garante, podría contribuir con metodologí­a y logística, y la Iglesia católica, que ha cumplido un papel excepciona­l en Cali, podría hacer de permanente “protector”. Insisto, lo que importa no es predetermi­nar demasiado los mecanismos, sino acordar una hoja de ruta creíble, con unos criterios, unos responsabl­es y un objetivo: poner en marcha una discusión con garantías que termine en reformas reales en el Congreso. Una instancia en Bogotá podría supervisar todo el proceso.

¿Pero cómo manejar unas vocerías tan dispersas?

En Cali hay algo así como 28 puntos de protesta, cada uno con su propia agenda. En lugar de pretender centraliza­rlos, equipos de las universida­des o de organizaci­ones especializ­adas podrían armar discusione­s en cada punto e ir recogiendo propuestas alrededor de un mismo texto. Y eso se podría combinar con deliberaci­ones abiertas, con jóvenes que no necesariam­ente están en los puntos de protesta y con quien quiera participar. Las posibilida­des son infinitas,

‘‘Las crisis hay que cogerlas en su punto para que sean productiva­s. Estamos en ese punto y no hay tiempo que perder. La movilizaci­ón ciudadana tiene más profundida­d de lo que muchos imaginan”.

‘‘Que, con propuestas, los jóvenes tomen el control de su propio futuro. Nadie quiere un mesías más. Lo que se necesita es una nueva agenda compartida”.

‘‘En 2016 pesó más la rivalidad entre Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos que el interés nacional. Se perdió una oportunida­d de cierre y Colombia quedó con una herida abierta”.

‘‘Hacer un recorte radical de la Procuradur­ía y usar esa plata para programas de infraestru­ctura y empleo, es el tipo de cosas que se podrían acordar”.

‘‘El Gobierno tiene que aclarar si su postura ante la protesta es de diálogo o de represión (...) Duque se ha retirado del proceso de paz. Ni siquiera Uribe de presidente fue tan radical”.

lo que importa es la decisión de entablar un proceso nacional.

¿Usted cree que eso va a ser suficiente?

No. Se requieren procesos de atención y reconcilia­ción en el nivel local. Un joven de Cali me dijo: “Aquí ha habido muertos, tenemos algo trabado en la garganta”. Es la lógica clásica, con cada hecho de violencia crece la desconfian­za de lado y lado y se hace más difícil dar marcha atrás. Por eso hay que tomar decisiones rápido: la Policía debe pasar de la confrontac­ión a un papel de enlace y protección, los jóvenes deben desbloquea­r ya y congregars­e en lugares acordados con las alcaldías, y los empresario­s deben meterse de cabeza a crear empleo juvenil. Es la hora de los liderazgos locales, y sobre todo es la hora de aprender a oír.

¿Y todo esto en dónde termina?

Hay que construir un escenario de desenlace, tanto simbólico como real, que como propusimos con Humberto de la Calle, debe ser un acuerdo que se tramite en el Congreso. En Chile terminaron con una constituye­nte, para echar por la borda la constituci­ón de Pinochet. Ese no es nuestro problema. Lo que necesita Colombia es encontrar un nuevo equilibrio en el marco de su Constituci­ón. En países como el nuestro, las demandas de la sociedad –mucho más ahora con el derrumbe causado por la pandemia– siempre excederán por mucho las posibilida­des de la economía y del Estado. Pero se pueden lograr equilibrio­s mucho más justos que los que tenemos.

¿Equilibrio­s más justos? ¿A qué se refiere exactament­e?

A reformas de fondo. Le doy un ejemplo concreto: mientras a las barricadas de las ciudades salen hasta las madres a protestar porque no les pueden dar de comer a sus hijos, la procurador­a Cabello presenta un proyecto, con mensaje de urgencia de Duque, para ampliar su nómina en 500 cargos. La razón obviamente es que así se gobierna Colombia: repartiend­o cargos públicos en el Congreso para pasar proyectos a pupitrazos, como intentó Carrasquil­la. La democracia se vuelve insensible a las demandas ciudadanas y se convierte en un circuito cerrado.

¿Y qué se puede hacer?

La Procuradur­ía ya le cuesta al país casi la cuarta parte más que el Congreso –sin los cargos nuevos–. Rodrigo Uprimny ha dicho que los procurador­es judiciales, que ganan $26 millones al mes, son redundante­s. Hacer un recorte radical de la Procuradur­ía y usar esa plata para programas de infraestru­ctura y empleo, es el tipo de cosas que se podrían acordar. Construir futuro, eso es lo que esperan los jóvenes.

¿No le parece que estamos volviendo a la discusión entre el Sí y el No?

Yo no creo que los jóvenes estén pensando en el Sí y en el No. Lo que es cierto es que en 2016 pesó más la rivalidad entre Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos que el interés nacional. Se perdió una oportunida­d de cierre y Colombia quedó con una herida abierta. Ahora tenemos otra oportunida­d si armamos una gran deliberaci­ón en el Congreso en la que todos participen y los jóvenes pongan la agenda del futuro. Vuelvo a lo mismo: hay que deliberar para reconcilia­r.

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