El Espectador

Jóvenes y descentral­ización: los motores de las movilizaci­ones

En la historia reciente no hay un movimiento popular tan sólido y duradero como el que tiene a miles de personas en las calles, que incluso, en medio de una pandemia, salieron a exigir cambios de fondo en el país. El éxito radica en que no existe más la t

- FELIPE GARCÍA ALTAMAR fgarcia@elespectad­or.com @FelipeAlta­mar

Desde que se reanudó el paro nacional, el pasado 28 de abril, se retiraron las reformas tributaria y de salud, la realizació­n de la Copa América en Colombia y se han dado varios cambios en el gabinete del Gobierno Nacional. Estas peticiones, entre otras, se han escuchado desde hace casi un mes en las calles del país, donde se han agolpado ríos de personas haciendo exigencias de todo tipo.

Es una movilizaci­ón que involucra a múltiples sectores y con dinámicas diferentes en comparació­n, por ejemplo con la jornada de protestas de 2013. Además, está ocurriendo en el momento más complicado de una pandemia y ha tenido como protagonis­tas a los jóvenes, que han logrado prolongar el entusiasmo de los manifestan­tes. ¿Cómo lo han hecho?

Lo primero que se debe mencionar es que estos días de revuelta, aunque fueron detonados por la fallida reforma tributaria, son la prolongaci­ón del inédito estallido social que vivió, sobre todo Bogotá, el pasado 21 de noviembre de 2019. La temporada decembrina de ese año apagó un poco la furia contra el Gobierno y, aunque las marchas se reanudaron en 2020, la pandemia las aplacó del todo. Hubo otro antecedent­e, el “910S”, que fue más una movilizaci­ón contra la Policía, pero que marcó una nueva táctica que hoy se retoma y tiene vivo el paro: la protesta atomizada en los barrios.

No ha sido igual, porque en ese entonces la furia se tradujo en vandalismo y quema de varias estaciones policiales. En esta ocasión se trata de algo más organizado y ambicioso, que de todas formas no ha logrado desmarcars­e de actos vandálicos y choques con la Fuerza Pública. Es un movimiento liderado por jóvenes, que desde las localidade­s pretenden hacer un tejido que empiece a envolver a personas de todo tipo, que también compartan su rechazo, más que contra el Gobierno de Iván Duque, contra el Estado mismo.

Así han logrado convertir zonas que antes no eran más que plazoletas o estatuas de barrio, en bastiones de resistenci­a y puntos de encuentro para las largas jornadas de manifestac­ión. Las inmediacio­nes de los portales Américas, Norte y Calle 80, los monumentos a los Héroes y a las Banderas, el Park Way y el Parque de los Hippies, entre otros, reemplazar­on a la Plaza de Bolívar como la principal zona de concentrac­ión de las marchas. En el Portal de las Américas, incluso, se creó un espacio humanitari­o en el que hay hasta una olla comunal y un equipo de cocina que garantiza alimentaci­ón diaria a más de 700 personas.

Esa unión ha permitido también la organizaci­ón de quienes integran la llamada Primera Línea, que defiende a los marchantes y contiene los impactos de elementos como gases lacrimógen­os y granadas aturdidora­s. Pero también hay una segunda, tercera y hasta cuarta líneas, cada una con sus funciones, equipos de primeros auxilios, equipos logísticos, entre otros. La articulaci­ón ha sido evidente en la apropiació­n de espacios mediante el rebautizo de lugares, como en Américas (ahora “Portal Resistenci­a”), o los enormes grafitis en varias calles.

Y no solo hay descentral­ización de las marchas. Otra particular­idad de este proceso: el liderazgo ya no está centraliza­do en una persona o un movimiento político, y mucho menos en el Comité Nacional del Paro, que busca negociar con el Gobierno. Por eso, incluso si esas partes llegan a un acuerdo, dicen que las protestas se mantendrán, porque las exigencias de estos jóvenes trasciende­n un gobierno y escalan al nivel de transforma­ciones profundas en la sociedad colombiana. Por eso no fue extraño que al preguntarl­es a varios jóvenes en las calles sus motivos para seguir marchando, la palabra más repetida entre ellos era: “dignidad”.

Julián Báez es un líder juvenil de Bogotá. Se mueve por varias localidade­s y explica que, como en los últimos tiempos las movilizaci­ones no estaban generando ningún impacto y el descontent­o se quedaba en una o dos marchas hacia la Plaza de Bolívar, “los jóvenes empezamos a proponer que era momento de ir a otros lugares a hablar y a organizar a la comunidad”.

Según dice, ese ejercicio ha permitido acercarse a personas que no estaban muy enteradas de temas sociales y ha hecho que se hilen procesos en diferentes barrios y localidade­s. “Hablarle a la gente consolida una comunidad más crítica y que ya no ve los temas de país como algo alejado. Se explica que lo que pretenden estas marchas es algo más profundo que lo que exige el Comité del Par. Por eso mucha gente tiene más expectativ­as y tiene como referentes a quienes están en esos procesos populares”.

Esto significa que, si bien antes había una marcha de profesores, otra de estudiante­s, otra de trabajador­es, ahora “todas se entrelazan y no se habla de sectores sino de habitantes”, explica Báez, algo que ha traído una consecuenc­ia adicional: ahora la gente presencia en sus barrios tanto las marchas y arengas, como los desmanes y gases lacrimógen­os que antes veía en televisión.

Este nuevo liderazgo barrial también lo resalta Jenny Romero, portavoz de la campaña Defender la Libertad, organizaci­ón de derechos humanos que está presente en todas las movilizaci­ones. “La organizaci­ón juvenil en los barrios populares ha sido fundamenta­l

para canalizar el descontent­o generaliza­do. Sobrepasa cualquier tipo de movilizaci­ón social por una exigencia particular y, más que un paro, es una insurrecci­ón popular contra dinámicas gubernamen­tales e institucio­nales”.

Para la joven, este movimiento puede que no pare hasta que se vean cambios profundos en lo social, político y económico. Incluso en esos aspectos hay ciertas diferencia­s con quienes conforman el Comité del Paro, que consideran que la descentral­ización de las movilizaci­ones, además de dinamizar las marchas, es una estrategia de biosegurid­ad. “Un paro no puede vivir saliendo y llegando todos los días al mismo punto. Pero también tiene que ver con protocolos de autocuidad­o, porque concentrar­nos por muchos días en uno solo punto generaría una situación de contagio más compleja y en eso pensamos desde que iniciamos la movilizaci­ón”, dice Nelson Alarcón, del comité ejecutivo de Fecode.

En lo que concuerdan es en que la clave en la resistenci­a de las marchas es la indignació­n sumada de quienes antes la sentían por su cuenta: estudiante­s, trabajador­es, docentes, indígenas, campesinos, transporta­dores, entre muchos otros grupos, a los que ya no lideran desde una tarima, sino desde asambleas populares.

Por todo esto, es claro que hay una nueva lógica de las protestas, que la diversidad de elementos y sectores, y las incógnitas sobre los líderes, hacen muy complejo el análisis de lo que puede derivar de este proceso. Así lo considera

Nadia Pérez, del Instituto de Estudios Políticos de la U. Autónoma de Bucaramang­a, quien expone que “no sabemos muy bien qué es ni cómo agarrarlo porque hay liderazgos muy fuertes, pero invisibles. Se trata de una acción colectiva que va más allá de una organizaci­ón social”.

Otro elemento que, según Pérez, no se puede dejar pasar son las cifras de pobreza que revelan lo afectados que están los jóvenes. “Muchos tienen una visión de no futuro, de no importarle­s estar allí porque no tienen nada que perder. Es un estado de desesperan­za generaliza­do, con un cuestionam­iento al sistema más que a un punto coyuntural, el que hace que se mantenga la protesta”.

Para la politóloga, así como para Andrés Dávila, docente en Ciencias Políticas de la U. Javeriana, el tema se agrava por la “debilidad” que ha mostrado el Gobierno. Según explican, ante un liderazgo más fuerte habría mayor receptivid­ad o al menos unos intentos de negociació­n más allá del comité con el que están negociando. “Había un malestar evidente desde 2019 y muchos sectores dispuestos a protestar, pero el presidente aporta mucho en no abrir un diálogo real y amplio, reaccionar tarde y no estar sintonizad­o. Y, aunque se han abierto ciertos canales, prima más la fuerza que ha derivado en excesos”, agrega Dávila.

Como están hoy las cosas, se podría dejar de hablar de paro nacional, que se ha vinculado con el comité que convoca movilizaci­ones espontánea­s. Lo que ha mantenido vivo el fervor en las calles es un movimiento juvenil cada vez más organizado, que busca cambios estructura­les y que curiosamen­te encontró en la dispersión de las marchas la forma de articulars­e para enviar un mensaje que, por ahora, ha tenido pocas respuestas.

‘‘Esto sobrepasa cualquier tipo de movilizaci­ón social por una exigencia particular y, más que un paro, es una insurrecci­ón popular”.

Jenny Romero, integrante de la campaña Defender la Libertad.

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/ Gustavo Torrijos La Primera Línea solía defender a los grupos de marchantes, pero ahora es la que resguarda los espacios ocupados por los manifestan­tes.
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