El Espectador

“La gente ya no tiene miedo de expresar lo que siente”

Habla Adam Isacson, director del Programa de Veeduría de Defensa de la Oficina de Washington para Asuntos Latinoamer­icanos (WOLA), influyente centro de investigac­iones en la capital de Estados Unidos. Analiza la situación del orden público en Colombia y s

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Usted ha sido analista de la situación política de Colombia durante más de 20 años desde los centros de investigac­ión en que ha trabajado ¿A qué atribuye el estallido social de abril y mayo del 2021, fuera de la coyuntura creada por la pandemia y por un proyecto de reforma tributaria –por decir lo menos– inoportuno?

Podría tratarse del mismo estallido social que comenzó en noviembre de 2019. Si las fiestas de fin de año y luego la pandemia no lo hubieran interrumpi­do, probableme­nte estaríamos hablando de 18 meses de agitación social continua. La desesperac­ión económica no desapareci­ó; la rabia por la falta de empatía del gobierno no desapareci­ó; el dolor por la falta de implementa­ción del Acuerdo de Paz en los territorio­s no desapareci­ó y la masacre de líderes sociales, tampoco. Por el contrario, todo lo anterior se agravó durante la pandemia.

El país no ha sido, como otros latinoamer­icanos, de protestas masivas y sostenidas durante días y semanas. Tampoco suele tumbar presidente­s. Pero en esta ocasión, las manifestac­iones pacíficas y los actos violentos después de estas, llevan casi un mes continuo. ¿Qué cambió con respecto a su pasado, para que la gente decidiera salir constantem­ente pese al riesgo de contagio de COVID y al peligro de ser herido o morir en los disturbios?

El gran cambio llegó con el Acuerdo de Paz de 2016, porque redujo el miedo de la gente a ejercer su libertad de expresión. La desmoviliz­ación de las FARC eliminó el estigma que estaba ligado a la protesta pública. Antes de 2016, Colombia tenía una guerrilla muy numerosa, violenta y de carácter nacional que se percibía como una amenaza existencia­l. Era fácil tachar de “guerriller­o” a cualquiera que saliera a protestar para deslegitim­arlo y muchas personas no se atrevían a manifestar­se debido a esa asociación. Después del Acuerdo, el estigma desapareci­ó o es mucho más débil. Todavía el gobierno Duque trata de presentar a unos manifestan­tes como vinculados al ELN o a las disidencia­s de las FARC. Sin embargo, esos son grupos regionales que no representa­n un gran peligro para las ciudades y por eso no es tan convincent­e. En resumen, hay mayor espacio político para que la gente salga a la calle y ya no tiene miedo de expresar lo que siente.

Entonces, ¿podría afirmarse que aunque los ciudadanos sabían que podían exigir sus derechos, se reprimían?

Sí. Había temor de expresarse públicamen­te por la estigmatiz­ación de ser tachados como “guerriller­os” y, también, por el desprecio social con que se miraba a los manifestan­tes.

Personas del partido de gobierno y uniformado­s sostienen que existe un proceso sistemátic­o: primero, las marchas diurnas masivas, pacíficas. Después, las nocturnas que derivan en disturbios producidos por individuos que destruyen los bienes públicos y privados. ¿Cree que hay un plan “terrorista” de fuerzas contrarias a la administra­ción Duque?

Algo similar se vio en Estados Unidos durante las protestas que surgieron tras el asesinato de George Floyd. En el día, eran pacíficas, masivas, disciplina­das e inspirador­as. En la noche, especialme­nte en las dos primeras semanas, un pequeño número de personas rompía ventanas, incendiaba propiedade­s y se enfrentaba a la Policía. En algunas ocasiones, se trataba de jóvenes que se habían radicaliza­do políticame­nte y estaban llenos de odio hacia los policías, cuya conducta agresiva los enardecía aún más. En otros, eran delincuent­es buscando un beneficio económico, casi siempre mediante el saqueo. En los dos casos, la franja de agitadores nocturnos dio al gobierno Trump la disculpa para desarrolla­r una retórica en que se deslegitim­aba a los manifestan­tes de Black Lives Matter y sus demandas. Trump centró sus ataques en contra de las manifestac­iones en algo llamado “antifa” –apócope de “antifascis­ta”–, que se trata más de una postura política que de un grupo real. Pero jamás existió una coordinaci­ón de violencia en Estados Unidos. Una postura similar aparece ahora en Colombia: hay muy poca evidencia de un movimiento nacional de violencia, pero el Gobierno intenta culpar de esa actividad a grupos armados e, incluso, a agitadores internacio­nales.

A propósito de su mención sobre los “antifa” (supuestos extremista­s de izquierda que irían, ciudad tras ciudad, exportando vándalos y vandalismo), ¿la estrategia Trump y la del gobierno colombiano cuando responsabi­liza a los “castrochav­istas” del vandalismo y los saqueos, es igual y pretende los mismos efectos?

El término “castrochav­ista” es lo más parecido que hay, al de “antifa”: significa casi lo mismo y es el mismo pretexto para justificar una respuesta oficial violenta y para descalific­ar a los manifestan­tes.

‘‘Los

videos y los relatos de abusos (de agentes) en las actuales protestas y las agresivas palabras de los directores de la Policía y del Ministerio de Defensa han despertado las alertas de los responsabl­es políticos de Estados Unidos”.

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/ Gustavo Torrijos Adam Isacson habla incluso de la posibilida­d de que un “populismo autoritari­o” gane las elecciones del 2022 en Colombia.

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