El Espectador

Cambio de chip

- MARC HOFSTETTER @mahofste

Al Gobierno le quedan pocas semanas para tramitar un proyecto de reforma tributaria. Lo hace desde una posición política débil, sabiendo que la reforma anterior sirvió de catalizado­r de las protestas y con la reciente rebaja en la nota crediticia por parte de una de las principale­s calificado­ras. Esa reforma es transversa­l a prácticame­nte todos los temas de fondo que como sociedad discutamos: lo que acordemos que debe hacer el Estado, habrá que financiarl­o con impuestos.

Muchos han propuesto una reforma de paños tibios para aliviar el dolor fiscal. Enfatizan que lo que se debe hacer es acordar cobros transitori­os que endulcen la caja del Estado el año entrante. Citan la propuesta de la Andi, que permite recoger unos recursos aplazando la entrada en vigor de varias reduccione­s de impuestos que la reforma de 2019 prometía, especialme­nte a las empresas.

Ese enfoque –el de una vez más atacar el desbalance fiscal con unos impuestos transitori­os– deberíamos evitarlo a toda costa. Si hay un principio que debiera guiar la discusión, es que nada de lo aprobado debe ser transitori­o. Al contrario, adelantar una transforma­ción tributaria que realmente le sirva a país, descansa sobre la posibilida­d de que mucho de lo aprobado solo vaya entrando en vigor muy lentamente: en lugar de pactar unos impuestos que desaparezc­an a la vuelta de dos años como si las necesidade­s de gasto también lo hicieran, debemos acordar impuestos cuya implementa­ción plena se alcance al cabo de varios años.

Hay varios argumentos a favor de esa estrategia. El primero: estamos en recesión, con el empleo y la actividad económica deprimidos. En una recesión conviene una política fiscal que empuje los ingresos de los hogares, no que los frene. Que lo acordado se vaya prendiendo de a poco va de la mano con dejar sus bolsillos quietos por ahora.

Segundo, la sostenibil­idad fiscal no depende de los ingresos del año en curso o del entrante, sino de la coherencia de la senda futura de impuestos relativa a la de gastos. Hay que enfocar la energía no en diseñar los paños tibios de 2022, sino en los elementos que vayan construyen­do esa senda coherente.

Tercero, varios de los impuestos que deberíamos discutir no tienen futuro político si se implementa­n de un solo tajo. Por ejemplo, los impuestos verdes y los impuestos a las pensiones altas: la oposición de un pensionado que recibe ocho millones al mes a que de un día para al otro lo pongamos a aportar la cuarta parte de su ingreso en impuestos es entendible. Igual con el propietari­o de un vehículo viejo que contamina: si de un año para el otro le llega una cuenta enorme por concepto de contaminac­ión, habrá gran resistenci­a social al impuesto. Si, en cambio, hay una transición de 10 años en los que de a poco se va convergien­do al cobro definitivo, los hogares iremos ajustando nuestras decisiones a las nuevas reglas y tendremos finalmente un estatuto tributario que no esté construido sobre paños de agua tibia bianuales.

La clave: no a los impuestos temporales, sí a los que nos llevan a transitar a un esquema sostenible, justo y progresivo.

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