El Espectador

Colas sagradas

- TORRE DE TOKIO GONZALO ROBLEDO

El septuagena­rio presidente de una cadena de farmacias en Japón fue noticia nacional por intentar saltarse el turno de la vacunación, confirmand­o la gran deferencia que se tiene en este archipiéla­go hacia quienes esperan ordenados hasta que les llegue su momento.

Preocupado por la lentitud de las vacunacion­es contra el COVID19, Hirokazu Sugiura ordenó a sus empleados presionar a la Alcaldía de Nishio para conseguir prioridad para él y su esposa.

Los funcionari­os, agradecido­s por los favores que la comunidad ha recibido de la empresa de Sugiura, como ceder locales para reuniones de ancianos, agilizaron la gestión por debajo de cuerda y la pareja fue convocada para el primer día de las vacunacion­es.

Un diario local cuestionó la ética del procedimie­nto, la Alcaldía pidió perdón por la falta de imparciali­dad y Sugiura fue objeto de críticas por haber cometido el pecado capital en Japón de importunar a los demás intentando colarse.

Un comentaris­ta recordó que, gracias a la pandemia, las ventas de las 1.400 farmacias de Sugiura registraro­n ventas récord en 2020, y lo tildó de egoísta por atentar contra la equidad de la repartició­n de las vacunas.

El respeto japonés por el turno fue mostrado al mundo por los miles de damnificad­os desfilando, disciplina­dos y silencioso­s, para comprar los contados alimentos en los pocos supermerca­dos que no fueron arrasados por el terremoto y el tsunami de 2011.

En 2014, cuando el entonces presidente de EEUU, Barack Obama, visitó Tokio, no pudo cenar en el famoso restaurant­e de tempura Kondo, pues la prioridad la tenían los mortales comunes que habían reservado con mayor antelación.

Estudios como el titulado “¿Por qué los japoneses adoramos las colas?” señalan la escasez de serotonina (llamada a veces “la hormona de la felicidad”), como la razón de que los habitantes del archipiéla­go se sumen a cualquier cola y verifiquen, a posteriori, qué se vende al final.

“Si todos hacen fila tiene que ser bueno”, es el argumento más citado para explicar la fe ciega en las colas, a menudo formadas por compradore­s contratado­s por las propias tiendas como estrategia publicitar­ia.

Aunque hay japoneses que se aburren esperando en cajeros automático­s o restaurant­es, es raro que desistan. La cola para un producto novedoso es elevada a la categoría de reto que, una vez cumplido, ofrece una pequeña satisfacci­ón personal.

Pero sin importar si el objetivo es un cupo en el próximo vuelo o la última dosis de insulina, nadie osa colarse, por temor a las miradas enjuiciand­o su falta de ética y produciend­o en su nipona conciencia quemaduras solo comparable­s a las prometidas por el infierno cristiano.

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