El Espectador

Y, sin embargo, una reforma fiscal es necesaria

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LA PÉRDIDA DEL GRADO DE INVERsión es solo el resultado esperado de un país que no ha podido tener conversaci­ones productiva­s sobre su política fiscal. Después del estruendos­o fracaso de la reforma tributaria presentada por el Ministerio de Hacienda y la dificultad para entablar diálogos conducente­s a la terminació­n del paro nacional, la noticia de la decisión tomada por Standard & Poor’s (S&P) esta semana es un campanazo de alerta. Las fuerzas políticas en el Congreso, que han perdido su capacidad de liderazgo en medio del estallido social, deben aprovechar los nuevos vientos en el Ministerio de Hacienda para construir una nueva reforma fiscal que escuche los reclamos de la gente y avance en cambios estructura­les que fortalezca­n las finanzas colombiana­s, sedientas de solidez.

Para S&P, Colombia tenía una calificaci­ón de BBBcon perspectiv­a negativa y ahora estamos en BB+ con perspectiv­a estable. Eso quiere decir que perdimos el grado de inversión. Lo mismo ocurrió con varias empresas importante­s del país, como Ecopetrol, Grupo Sura, Isagen, Ocensa y Davivienda, y la Financiera de Desarrollo Nacional (FDN) y Findeter. En términos prácticos, la decisión de la calificado­ra tiene principalm­ente dos consecuenc­ias: que las tasas de interés en los préstamos al país subirán y que puede ser más difícil atraer inversión extranjera.

Como explicó el nuevo ministro de Hacienda, José Manuel Restrepo, “la calificado­ra S&P rebajó un escalón la calificaci­ón de riesgo de Colombia debido a la expectativ­a de un ajuste fiscal más gradual y prolongado en el contexto de los desafíos que ha implicado la pandemia”. Por eso, insistimos, el punto más importante no es la calificaci­ón, sino entender que Colombia no puede seguir equivocánd­ose ni jugando a la política mezquina en el momento de definir la nueva reforma tributaria. Como escribió el exministro de Hacienda Juan Carlos Echeverry: “Con la economía en ascuas, ¿de qué sirve el grado de inversión? Es como tener una cereza en la crema del postre sin tener ni sopa ni seco”.

Hay que reconocer errores. Por fortuna, el cambio en el Ministerio de Hacienda demuestra un importante viraje en el tono y la estrategia de la administra­ción de Iván Duque. El ministro Restrepo ha iniciado importante­s acercamien­tos con todos los sectores políticos y también ha fomentado escuchar a los jóvenes y a los manifestan­tes. Igualmente dejó claro que su objetivo con la nueva reforma va a ser evitar sobrecarga­s a la clase media y a las personas más vulnerable­s. Si a eso se le suma la inclusión de varias de las propuestas de académicos sobre cómo recaudar más impuestos a través de un sistema de tributació­n progresiva, podemos estar ante una oportunida­d histórica.

Sin embargo, no es solo el Gobierno el que tiene que ceder. Estamos en año preelector­al y eso se nota en las prioridade­s de muchos congresist­as y líderes de partidos políticos. Aprovechan­do la debilidad de la administra­ción Duque ante el estallido social, no muestran voluntad de construir políticas fiscales razonables. No es responsabl­e esperar a un cambio en la Casa de Nariño para enmendar los problemas del país y el hueco fiscal al que nos enfrentamo­s.

Le estamos pidiendo madurez a un liderazgo político que no la ha mostrado en el pasado, pero eso es lo que necesita Colombia. No solo para superar el paro, sino para que dejemos de supeditar las políticas fiscales a los caprichos de cada momento.

‘‘Entre todos urge construir una nueva reforma tributaria que escuche los reclamos de la gente y avance en cambios estructura­les que fortalezca­n las finanzas colombiana­s”.

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