El Espectador

CIDH, derechos humanos y crisis

- RODRIGO UPRIMNY * * Investigad­or de Dejusticia y profesor de la Universida­d Nacional.

SERÍA DESASTROSO QUE EL PRESIdente Iván Duque niegue la autorizaci­ón a la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos (CIDH) para que visite al país y evalúe la situación de derechos humanos porque sería una decisión contradict­oria con posiciones previas del Gobierno y perderíamo­s un mecanismo esencial para desescalar las violencias y lograr una salida democrátic­a a la crisis.

En ocasiones previas, el presidente criticó a otros países que frente a una crisis grave se negaron a recibir a la CIDH. Lo hizo, con toda razón, cuando Nicaragua expulsó al grupo de seguimient­o creado por la CIDH. El gobierno Duque apoyó entonces en junio de 2019 en la OEA una resolución exigiendo el retorno de ese grupo a Nicaragua. Duque criticó, igualmente con razón, a Maduro por su rechazo de la visita a Venezuela de la CIDH en febrero de 2020. El gobierno Duque fue incluso más lejos: abrió las puertas a que la CIDH viniera a Colombia a recibir quejas sobre la situación venezolana. La CIDH desarrolló entonces su visita a Venezuela

pero en Colombia. En Bogotá y Cúcuta, la CIDH se reunió con organizaci­ones de la sociedad civil venezolana, migrantes y periodista­s exiliados.

Sería entonces inconsiste­nte que el gobierno Duque cerrara las puertas a la CIDH cuando criticó severament­e a Maduro y Ortega por esa misma negativa. El argumento de que Colombia es diferente porque aquí no habría abusos de las autoridade­s graves como en Venezuela o Nicaragua no es válido. En estas protestas han ocurrido no sólo vandalismo­s por particular­es sino también gravísimas violacione­s de derechos humanos por la Fuerza Pública: decenas de homicidios, más de un centenar de denuncias aún no esclarecid­as de desaparici­ones forzadas, casos de violencia sexual en estaciones de Policía, detencione­s arbitraria­s, etc. Y si Duque piensa que esos abusos son aislados, ¿por qué temería una visita de la CIDH?

Un rechazo a la visita a la CIDH tendría además efectos negativos graves pues perderíamo­s un instrument­o esencial para superar democrátic­amente esta crisis.

Muchos sienten que ni las protestas ni los bloqueos pueden cesar mientras no haya claridad de que las violacione­s a los derechos humanos no quedarán impunes pues consideran que sería insultar la memoria de las víctimas. Pero no confían en la Fiscalía, la Procuradur­ía y la Defensoría, por la cercanía de sus jefes al Gobierno y su pobre desempeño en estas semanas. Sin embargo, si el paro y en especial los bloqueos persisten, las tensiones se incrementa­n. Frente a este dilema, la visita de la CIDH abre caminos pues es una primera evaluación internacio­nal independie­nte de la situación de derechos humanos. Y podría además acompañars­e, como lo han propuesto organizaci­ones como Dejusticia, de la creación de una comisión investigat­iva temporal internacio­nal, integrada por unas tres personas intachable­s, nombradas por instancias como la propia CIDH o la alta comisionad­a de Derechos Humanos de Naciones Unidas y que en unos meses rinda un informe que documente las violencias y abusos y presente recomendac­iones para que los crímenes ocurridos no queden en la impunidad. Ni la CIDH ni esta eventual comisión sustituirí­an la necesaria investigac­ión de esos hechos por las autoridade­s nacionales, pero darían confianza de que los eventuales crímenes serán esclarecid­os.

Ojalá el gobierno Duque sea consistent­e con sus críticas a Nicaragua y Venezuela y acepte la visita de la CIDH, como lo hizo en su momento Chile. Sería un paso importante para desescalar las tensiones y avanzar en una solución democrátic­a de esta crisis.

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