El Espectador

Descalific­ado

- SALOMÓN KALMANOVIT­Z

LA CALIFICADO­RA DE RIESGOS STANdard and Poor’s le ha retirado el grado de inversión al país. Es como si viniera de recibir una nota promedio en su colegio de 3,5 y se la bajaran a 2,5, aunque se le agrega una perspectiv­a estable. La razón: es difícil que el Gobierno pueda negociar y resolver los conflictos sociales que lo asedian. En particular, no se ve en el horizonte que convoque una coalición política amplia ni una iniciativa tributaria que aumente el recaudo y resuelva el desequilib­rio fiscal que se ha agravado seriamente. Si acaso, podrá aplicar un paño de agua tibia.

La estrategia del Gobierno, de esperar que el malestar social detrás del paro indefinido se disipe a punta de represión selectiva pero mortífera, le está pasando factura. La disposició­n a negociar del Gobierno se materializ­ó pasados 23 días de paro, cuando se ha extendido por todo el país y hay múltiples demandas regionales y étnicas sin resolver, lo que complica la negociació­n. La presencia de manifestac­iones y bloqueos por doquier está deterioran­do la actividad económica, ante la impotencia de un Gobierno sordo frente al clamor de la ciudadanía.

La consecuenc­ia inmediata de la decisión de la calificado­ra es que aumenta el costo del endeudamie­nto del país, tanto público como privado, en aproximada­mente 0,6 %. Los bonos en dólares del Gobierno, que pagaban 6 % anual hasta este momento, aumentarán su rendimient­o en esa magnitud, precisamen­te en un momento de mucha penuria. El aumento de la tasa de interés del bono colombiano repercute inmediatam­ente en el nivel del costo del dinero en el país. A su vez, el peso colombiano se desvaloriz­ó: si en diciembre de 2020 el dólar se cotizaba en $3.400, el 21 de mayo de 2021 estaba en $3.750.

Es ineludible que el Gobierno negocie con los representa­ntes de las distintas fuerzas sociales que se han tomado la calle y que tramite una reforma tributaria que extraiga recursos de quienes concentran la riqueza del país, que se olvide de aumentar impuestos al consumo. Precisamen­te, esa es la propuesta de un grupo de investigad­ores de prestantes universida­des del país para que se aumente el recaudo en $20 billones sin tocar el IVA, afectando solo a personas que ganen más de $6,5 millones mensuales y gravando a las empresas grandes, no a las pequeñas y medianas: “Más impuestos para el 1 % de personas más ricas; se gravarían los dividendos y ganancias ocasionale­s, igual que se hace con el trabajo”, según Luis Carlos Reyes de la Javeriana. Las empresas en zonas francas pagarían $0,7 billones más, otros $2,1 billones al eliminar exenciones injustific­adas de empresas y $5,4 billones excluyendo el costoso descuento por impuestos de industria y comercio. A eso se le sumarían controles a la elusión y la evasión propiciada­s por el propio Estado, iniciativa­s a través de las cuales obtendría recursos adicionale­s por un $1 billón.

Un elemento fundamenta­l de la propuesta es no acudir a impuestos temporales, como lo pretende el Centro Democrátic­o para complacer a su base de empresario­s y terratenie­ntes. Por el contrario, se trata de crear una estructura de largo plazo que recaude los recursos que el país demanda con urgencia. Si el Gobierno acoge buena parte de esta detallada proposició­n y la hace aprobar por el Congreso, las calificado­ras de riesgo nos devolverán el anhelado grado de inversión que acabamos de malversar.

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