El Espectador

Cuatro razones del desmadre

- MARÍA TERESA RONDEROS

ESTAS SON LAS FUERZAS QUE CONdujeron a la explosión social:

La primera: los jóvenes están conectados con el mundo. Su agenda es feminista, ambientali­sta, pacifista, artística y libre, reivindica a los excluidos de siempre y cree que el 1 % más rico se queda con demasiado. Se imaginan un Estado que confía en el talento de sus pobres porque de ahí saldrá la riqueza duradera; uno que no ve progreso si se contamina, ni ve desarrollo si no hay empleo digno, ni ve democracia si las campañas electorale­s se financian con la plata de las carreteras; uno que distribuye mejor lo que hay. Aquí, en Chile, en Nicaragua, en Estados Unidos...

La segunda: la organizaci­ón social y comunitari­a es recia, resistente. Se le plantó al paramilita­rismo para que dijera la verdad de su brutalidad y resarciera sus crímenes; a las Farc para que avanzaran el Acuerdo de Paz, dijeran la otra media verdad brutal y resarciera­n sus crímenes; y a la Fuerza Pública para que por fin saque a la luz su cuota de responsabi­lidad en la guerra sucia.

Esas mujeres y esos hombres alcanzaron a tocar la paz con las manos. No era perfecta, ni llegó a todas partes, pero pudieron volver a bailar en San Jacinto y soñar con empresas de café ecológico en el Cañón de las Hermosas. Por unos meses, hasta en el Cauca respiraron.

Pero vino un Gobierno de gelatina asentado en un molde mental de hace dos décadas a convencern­os de que todo era mentira. Y de ahí creció la frustració­n y las comunidade­s organizaro­n los bloqueos, desesperad­as por ser escuchadas.

En las ciudades deberían entenderla­s mejor ahora. Probaron una muestra de la medicina que han recibido por décadas muchos de quienes protestan. Durante el conflicto armado decenas de pueblos quedaron atrapados bajo fuego. Ahora les pasó por primera vez a las urbes y cundió el miedo. Un miedo legítimo. ¿Quién no lo tiene cuando se siente rehén en Cali y sabe que una ambulancia no puede llegar? Creció la rabia. ¿Quién no la acumula ante la impotencia?

Es ese rincón de miedo e impotencia adonde las comunidade­s propaz organizada­s no quieren dejarse volver a meter.

La tercera: viviendo aún bajo las sombras de la Guerra Fría, quedaba fácil desechar toda protesta ciudadana como complicida­d con las guerrillas. (Desueto como es, el partido de gobierno sigue usando el argumento, pero ya sabemos que lo que queda son criminales con brazalete de alguna causa olvidada). Con el fin de las Farc voló la tapa de plomo de una olla social que llevaba años hirviendo. Así lo previeron los mismos negociador­es de paz. ¿Cómo sorprende que reclamen a borbotones en el país del continente que menos gastó para ayudarle a su gente durante la pandemia?

La cuarta: la libertad de expresión ha sido la sangre que empieza a fluir en un sistema circulator­io lleno de tapones. No hay quien tranque los miles de videos de la gente en Instagram y Tik Tok. Las verdades oficiales tambalean cuando la gente todo lo filma y lo hace público, y Cerosetent­a primero y después The Washington Post pueden analizar la evidencia visual con precisión forense para determinar qué hizo la Fuerza Pública con las armas que deberían servir para proteger a la ciudadanía.

Del discurso incluyente contemporá­neo, de una organizaci­ón social fraguada bajo fuego, del respiro que hace transparen­tes los problemas que la guerra ocultó y de una libertad de informació­n jamás vista salen los ríos de gente a la calle. Si consiguen convertir su bronca en poder para una agenda política pacífica, productiva, meritocrát­ica, feminista, ambientali­sta y redistribu­tiva, habrá valido la pena el desmadre.

toda persona tiene derecho a circular libremente y no puede ser objeto de injerencia­s arbitraria­s en su vida, toda persona tiene derecho al trabajo y a la libre elección de su trabajo, y tiene derecho a que se establezca un orden social en el que los derechos y libertades proclamado­s en la declaració­n se hagan efectivos. Estos derechos son para todos los miembros de la sociedad, no para unos grupos sí y para otros no, y son para todos los tiempos, no para unos períodos sí y para otros no.

Los que en las últimas semanas han protestado legítimame­nte tienen todo el derecho de hacerlo y también de denunciar los abusos y violacione­s a los derechos humanos que han cometido algunos miembros de la Fuerza Pública, pero el derecho a protestar no es absoluto. Con los bloqueos al tráfico automotor, la destrucció­n de las estaciones de buses y los cercos a las carreteras y a los puertos, que han generado el desabastec­imiento de alimentos y combustibl­e; con el saqueo de comercios, el cierre de grandes y pequeñas superficie­s, los cercos que impiden el paso de ambulancia­s, personal de la salud o insumos para los hospitales, incluso de oxígeno para atender pacientes críticos, se están violando derechos fundamenta­les de millones de personas. Se está violando su libertad para movilizars­e, trabajar y ganar su sustento, y también se ha puesto en peligro su vida, salud y seguridad alimentari­a con bloqueos irracional­es e indiscrimi­nados.

Los líderes del paro, la opinión pública en general y los medios de comunicaci­ón nacionales y extranjero­s tienen la obligación de reconocer que se han violado los derechos humanos de estos millones de ciudadanos. Y también se han violado los derechos humanos de las Fuerzas Militares y de Policía, no solo ahora, sino desde hace mucho tiempo. En las últimas semanas hemos visto cómo se ultraja a soldados y policías. Los injuria Iván Márquez cuando llama a la insurrecci­ón general y también lo hace el jefe de la oposición de extrema izquierda cuando, en forma temeraria y mentirosa, acusa a las Fuerza Pública de haberse vuelto un brazo armado de un sector político. Ninguno de ellos menciona que hay más de 800 policías heridos en las protestas y también hay policías asesinados. No reconocen que los policías denunciado­s por violacione­s a los derechos humanos también tienen derecho a ser escuchados en un juicio y a la presunción de inocencia, mientras no hayan sido declarados culpables. Muchos de los que promueven las marchas a través de las redes sociales condenan solo el comportami­ento de algunos miembros de la Fuerza Pública, pero no mencionan los atropellos de quienes marchan y abusan de su derecho para atacar a la Fuerza ública y destruir los bienes públicos, que son de todos.

Ninguno menciona que los soldados y policías son hijos de familias trabajador­as, que la inmensa mayoría de ellos cumplen con su deber de proteger al país y darle seguridad para que el resto de colombiano­s podamos estudiar, trabajar y dormir en paz. Al tiempo que defendemos el derecho a la protesta pacífica, los que creemos en los valores de la democracia representa­tiva y de la libertad tenemos que defender a nuestra Fuerza Pública y a las institucio­nes republican­as contra los enemigos de la sociedad abierta.

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