El Espectador

Un mundo nuevo

- CLARA LÓPEZ OBREGÓN

ALGO NOVEDOSO ESTÁ SUCEDIENDO. Las movilizaci­ones sociales son un despertar de conscienci­a que ha puesto a pensar al país. La nueva generación empieza a exigir y se hace necesario responder, tanto a los estudiante­s y sus familias que propulsaro­n las protestas de noviembre de 2019, como a los jóvenes barriales desposeído­s acompañado­s de sus comunidade­s que hoy están en el corazón de la protesta.

Un reclamo tan generaliza­do y persistent­e ha sorprendid­o a todos, incluso a los promotores del paro nacional. El Gobierno, perplejo, está a la deriva al encontrar que la represión policial ya no funciona. De una parte, porque no impide que los manifestan­tes salgan una y otra vez, y, de la otra, porque aparece una comunidad internacio­nal vigilante de los derechos humanos que no come el cuento de las teorías conspirati­vas que intentaron promover algunos amigos del Gobierno.

El video en inglés y la misiva de un cercano colaborado­r del presidente Duque no lograron convencer a los observador­es internacio­nales de que detrás de las protestas no estaba la deuda social acumulada sino sus sospechoso­s de siempre: Maduro, el terrorismo internacio­nal y la oposición que todavía no digieren y que se ha tornado en alternativ­a de gobierno desde que Gustavo Petro obtuvo el 42 % de la votación total en la segunda vuelta presidenci­al de 2018.

¿Por qué sigue protestand­o la gente si ya ha cosechado varios triunfos? Han hecho retirar dos reformas: la tributaria y la de la salud, ambas simbólicas de la privatizac­ión de las ganancias y la socializac­ión de las pérdidas. Han tumbado a dos ministros, el de Hacienda y la canciller, y tienen tambaleand­o al de la Defensa. A nivel local, salió el jefe de la Policía de Cali, donde el desbordami­ento del uso de la fuerza y de las armas en contra de manifestan­tes y transeúnte­s se vivió en directo por las redes sociales. Esos abusos motivaron a 55 congresist­as estadounid­enses a solicitar de su gobierno suspender la ayuda a la Fuerza Pública, excepción hecha de la relacionad­a con los derechos humanos.

La respuesta es dura y es necesario que todos la comprendam­os de manera constructi­va. El establecim­iento de Colombia fracasó al convertir la Constituci­ón de 1991 en otra promesa fallida. Esta contemplab­a que los planes de desarrollo de los sucesivos gobiernos realizaran progresiva­mente los derechos sociales largamente postergado­s: la salud, la educación, el trabajo, el saneamient­o ambiental, el mínimo vital. Si bien nadie niega avances, la realidad es que la desigualda­d que se manifiesta en la exclusión de amplios sectores de la sociedad empezó a hacer crisis, aun antes de la pandemia.

Ahora toca corregir la plana. Donde unos atisban esperanza, otros experiment­an profundo desasosieg­o. Ambos debemos encontrar el camino para transitar esta etapa de necesarios cambios, dialogando y construyen­do juntos. Ese proceso requiere la credibilid­ad y legitimida­d que solamente puede producir un gobierno de cambio y un Congreso renovado. Mientras llegan las elecciones, el Gobierno debe al menos generar un millón de empleos, implantar la renta básica y dejar de reprimir. Con elecciones justas viene un mundo nuevo.

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