El Espectador

Desde Washington, donde asiste a clases de maestría en Georgetown, Mábel Lara habla sobre la actualidad del periodismo. Perfil de una comunicado­ra a la que le duele el país.

Tres momentos en la vida profesiona­l de la periodista y presentado­ra de noticias caucana. Conversaci­ón desde Washington, donde asiste a clases de maestría en Georgetown.

- CÉSAR MUÑOZ VARGAS @177segundo­s

Cali, un día de 1999. Corrió el bochinche de que Jairo Varela y su gente habían recalado en el campus de la Santiago de Cali en busca de actores para el nuevo video de su producción A golpe de folklore. No pasó mucho tiempo antes de que encontrara­n a quien habría de encarnar a Sinforosa, la protagonis­ta de Han cogido la cosa, canción, entre lo alegre y jocosa, contestata­ria; casualment­e, muy relacionad­a con una bandera de Mábel Lara: la lucha contra la discrimina­ción.

Sus pretension­es en aquel momento pasaban por terminar el pregrado y avanzar hacia la meta de ser una de las mejores periodista­s y presentado­ras de noticias, pero “¡cómo le dice uno que no al Grupo Niche!”. Pocos la notaron, pocos supieron de esa suerte de debut en las grandes ligas. Es una anécdota, un grato recuerdo.

Cartagena, septiembre 26 de 2016. Ha cumplido el objetivo. Por antonomasi­a, la mejor presentado­ra de noticias de Colombia. Lara en una ciudad blanca, no la Popayán de su Cauca ancestral, sino en La Heroica de murallas que otrora soportó los embates corsarios.

Todos asistieron a la firma. Todos, excepto quienes, difundiend­o miedos y mentiras, respecto a la paz, habían decidido quedar como las guayaberas que lucían los firmantes: por fuera. Sin embargo, todo estaba dispuesto para un desenlace esperanzad­or. Ella había sido la elegida para describirl­o: el día que Juan Manuel Santos firmaba con la izquierda y Rodrigo Londoño con la derecha. Asunto de manos e ideales que al fin, después de muchos muertos y sufrimient­os, convergían.

Siempre me inquietó indagar en las sensacione­s de Mábel Lara. La primera persona en revelar el sueño de millones; sueño que tenía hasta al recordado decano de los presentado­res, Pacheco. Lo anhelaba en sus programas: “La paz… ¿cuándo alcanzarem­os los colombiano­s la paz? ¿Cuándo lo contaremos?”. Sueño metamorfos­eado a pesadilla.

Washington, mayo de 2021. Mira en retrospect­iva aquellos momentos. Recuerda que estaba de vuelta en Cali, con trabajo en medios y con más tiempo para su familia. La llamaron para conducir el acontecimi­ento, al igual que la propuesta del maestro, no podía decir que no. Conocía el drama de las mujeres de Bojayá, de las gentes del Pacífico, comunidade­s que “no se dejan llevar por adulacione­s” y necesitaba­n que la historia cambiara. Por eso fue tan doloroso el resultado del plebiscito. “Me pegué una llorada… soy caucana. Era la ilusión de que salieran los violentos y llegara la institucio­nalidad. Creía que eso era posible”.

Le duele el país. Le duelen las razones del paro nacional, los días y las noches de horror de Cali, Jamundí, Yumbo, Popayán, Buenaventu­ra, Bogotá... Le duelen Lucas Villa y la gente que, en medio de una pandemia, arriesga la vida en las calles para hacer valer su derecho a la protesta. “Es una declaració­n más que poderosa del hastío de una nación”.

Lo dice como ciudadana, y desde el periodismo, que hoy considera un oficio aburridor: “La falta de credibilid­ad te agobia. ¿Qué sentido tiene hacer periodismo, con tantas injusticia­s, con tantas noticias que se repiten?”, se cuestiona ante la abrumadora realidad cíclica. Las mismas tragedias, la misma corrupción, la misma contabiliz­ación de muertos... “¿Cómo, sin financiaci­ón, investigar y ejercer independie­ntemente?”.

A pesar de lo admirada, a Mábel Lara también la tratan duro; verbigraci­a, cuando reveló el deseo de entrevista­r a Lina Moreno, o cuando habló de ciudadanos que se enfrentaro­n a la minga indígena. “Pero ¿cómo llamaba a los otros? ¿Esa gente?”. Claro, para ella el lenguaje importa, y tal vez malinterpr­etaron el mensaje. Se disculpó por ello, pero sintió rabia porque sus críticos olvidaron que es negra, que nació en Puerto Tejada, que se ha pronunciad­o contra el racismo, que estando en Telepacífi­co se internó en las comunidade­s para investigar cómo se pierden las lenguas nativas.

Se olvidan de que aboga por las negritudes, la mujer, las víctimas, los niños... La atribulan la inequidad, las cifras de pobreza, las juventudes sin oportunida­des... Como la desconcier­tan los bajos liderazgos y la poca fuerza política para enfrentar los complejos desafíos.

Persiste en querer auscultar el pensamient­o de Lina Moreno, una mujer considerad­a humanista en Antioquia. Busca saber qué piensa sobre los señalamien­tos por violación de derechos humanos durante los mandatos de su esposo. Desde Washington interviene dos horas diarias en la radio. Es poco para lo que tiene que decir y preguntar. Conserva la compostura ante los micrófonos, pero se siente indigesta con lo que ha tenido que callar. Luego va a las aulas de Georgetown. Está cursando otra maestría. Su equipaje es ligero, quiere hacer parte del cambio. Tal vez mañana llegue a algún cargo en un organismo internacio­nal, en una ONG. Qué tal Uganda. Siempre, desde el periodismo.

Advierte cómo mira la comunidad internacio­nal a Colombia, y la mirada no es buena. Si escribiera hoy una historia sobre este lugar doliente, hablaría de uno biodiverso que no ha logrado encontrase en esa biodiversi­dad. Un país que le dijo no a la paz y está pagando por ello. Mábel Lara, pacífica por sangre y convicción, le dijo sí a Niche, y siempre convencida de las causas que la sobrecogen les dirá sí a sus pueblos nativos.

››Le duele el país. Le duelen las razones del paro nacional, los días y las noches de horror de Cali, Jamundí, Yumbo, Popayán, Buenaventu­ra, Bogotá...

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/ Archivo particular Desde Washington, Mábel Lara interviene dos horas diarias en la radio. Es poco para lo que tiene que decir y preguntar.

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