El Espectador

En busca de soluciones

Colombia cumple un mes en medio de un histórico paro nacional. La reforma tributaria y la de la salud ya cayeron y el Gobierno relevó a varios ministros en medio de la crisis, mientras la gente en las calles pide acciones contra la pobreza y el desempleo,

- JUAN FEDERICO PINO URIBE*

El enroque ministeria­l

Un mes después del 28 de abril, el balance del desempeño del Gobierno Nacional no es positivo. El liderazgo presidenci­al se ha distinguid­o por sobredimen­sionar su influencia política, polarizar y mostrarse desconecta­do de la realidad política y social. La primera caracterís­tica: retractaci­ones de decisiones ya tomadas y en las que se asume el costo político, pero se fracasa en la iniciativa, mostrando más debilidad que fortaleza. Por ejemplo, la negativa de Duque de retirar la reforma tributaria, el empeño fallido por mantener la Copa América o negarse a ir a Cali, para terminar viajando en la madrugada.

Ante la incapacida­d política del gobierno Duque, varias figuras públicas, como los expresiden­tes César Gaviria y Juan Manuel Santos, le han sugerido al Ejecutivo recomponer su gabinete para incorporar nuevas formas de leer y actuar respecto a la coyuntura. Estos llamados se han enfrentado con la renuencia del mandatario a ampliar su coalición de gobierno y, si bien hay un aumento de cuotas de Cambio Radical y el Partido de la U, no hay un cambio sustantivo en la composició­n de su equipo.

El presidente ha recurrido más al enroque ministeria­l, moviendo sus ministros y viceminist­ros entre carteras, impidiendo la construcci­ón de un gobierno de coalición que incorpore visiones distintas de la crisis y amplíe el espectro ideológico. Lo anterior ocasionó estrategia­s que se mantienen sin cambios en este mes, a pesar de su escasa efectivida­d, entre ellas, responsabi­lizar del paro a terceros, la ‘securitiza­ción’ (volver un tema civil un asunto seguridad) de la protesta y responder con donaciones a demandas de grupos sociales.

La trampa autoritari­a

La respuesta del Gobierno frente a la protesta social ha consistido, por un lado, en su ‘securitiza­ción’, intentando presentar las manifestac­iones como una amenaza promovida por intereses electorale­s de la oposición, específica­mente por parte de Gustavo Petro, grupos armados y difusos enemigos externos. Todo ello para justificar el uso de la coerción por parte de la Policía y hacer uso de la figura de la asistencia militar. Si bien esta estrategia no es nueva, en esta última crisis ha mostrado un agotamient­o cada vez mayor.

El uso reiterado de la estigmatiz­ación ha fracasado ostensible­mente, como lo muestra el apoyo del 89 % de los colombiano­s a las protestas, según Invamer, así como hechos políticos que han sido leídos como victorias de la movilizaci­ón, especialme­nte el retiro de las reformas tributaria y a la salud, y la renuncia del ministro Alberto Carrasquil­la. No obstante, sí ha creado un campo para un incremento desmedido de la represión policial, que va más allá del control de las protestas y adquiere un cariz de represión armada, que no ha sido sancionada por el Gobierno.

Ante reclamos de la Unión Europea, la CIDH, Estados Unidos, entre otros, la respuesta de Duque ha sido sostener la teoría de las “manzanas podridas”, exponiendo que la responsabi­lidad es individual y no de caracterís­ticas institucio­nales del Ejército y la Policía. Esta última práctica le ha permitido mantener el esquivo apoyo político de su propio partido, el Centro Democrátic­o, así como de Cambio Radical,

el Partido Conservado­r, Colombia Justa Libres y parte de la U.

Esta negación ha tenido una serie de costos políticos. Además del rechazo nacional e internacio­nal, también ha restringid­o el margen de maniobrabi­lidad política del Ejecutivo respecto a cualquier intento de rechazo claro a actos violentos, así como a la hora de mostrar, con credibilid­ad, los esfuerzos para reducir los abusos de autoridad. A su vez, el respaldo político puede ser entendido como una carta blanca para leer las protestas como producto de una conspiraci­ón terrorista e incrementa­r la violencia, no solo por parte de las Fuerzas Armadas sino de civiles, como sucedió en Cali.

Estas dinámicas se agravan en un contexto donde las institucio­nes encargadas de investigar y sancionar estas conductas están controlada­s por amigos del presidente, como la Fiscalía, o cercanos políticame­nte, como la Procuradur­ía y la Defensoría del Pueblo. Ello pone un manto de duda sobre su independen­cia para esclarecer la realidad y la responsabi­lidad de las violacione­s de derechos humanos realizadas por la Fuerza Pública.

El presidente joven que no entendió a las juventudes

El Gobierno ha desarrolla­do una estrategia errónea para identifica­r y responder las demandas de los jóvenes que han participad­o en las movilizaci­ones. A diferencia de las protestas estudianti­les de 2011 por la Ley 30, en la actual coyuntura las protestas de los jóvenes están integradas por múltiples expresione­s colectivas que varían temáticame­nte a nivel subnaciona­l.

Aunque el Gobierno ha creado espacios de encuentro, estos se han dedicado más a la presentaci­ón de propuestas por parte del Ejecutivo, que a una interlocuc­ión y negociació­n con los jóvenes. De tal forma que la estrategia blanda se ha centrado en una donación de gasto estatal, como la oferta de gratuidad de matrículas de universida­des públicas y programas de financiami­ento de vivienda, que fueron diseñados desde la Presidenci­a y ofrecidos a los jóvenes sin que fueran producto de una negociació­n.

La falta de interlocuc­ión se ha visto obstaculiz­ada por la incapacida­d de cooperació­n entre el Gobierno y los mandatario­s locales de ciudades como Bogotá, Medellín y Cali, lo que ha imposibili­tado articular espacios de negociació­n subnaciona­les, más allá de los Consejos Municipale­s de Juventud, que permitan articular y agregar las demandas de los jóvenes reconocien­do su diversidad. El Gobierno no ha construido un marco para identifica­r a estos grupos de jóvenes como sujetos políticos y los ha interpelad­o, predominan­temente, desde la imagen del vándalo o del beneficiar­io. De tal forma que el imaginario de joven del presidente, que exhibió en campaña jugando fútbol, escuchando rock y bailando, no encaja con aquellos que hoy tienen una diversidad de deseos, aspiracion­es, necesidade­s e identidade­s políticas y que piden ser tratados con dignidad por un presidente que, a pesar de ser el segundo más joven de la historia, no logró entenderlo­s.

La perspectiv­a inmediata después de un mes de paro no es alentadora. El enroque, la donación y responsabi­lizar a terceros se van a mantener como las principale­s estrategia­s del Gobierno, principalm­ente con dos objetivos. En primer lugar, esperar que el tiempo desgaste las movilizaci­ones, mientras que sostiene espacios de diálogo que dilaten la realizació­n de acuerdos. En segundo lugar, señalar los actos vandálicos y los bloqueos con el propósito de deslegitim­ar la movilizaci­ón, lo que parece un objetivo más complejo de lograr que el primero. Solo el tiempo mostrará si la apuesta de Duque le permitirá sobrelleva­r la crisis de gobernabil­idad o la profundiza­rá. *Profesor de ciencias políticas de la Universida­d Javeriana.

››El objetivo del Gobierno es esperar que el tiempo desgaste las movilizaci­ones y señalar los actos vandálicos para deslegitim­arlas.

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/ Gustavo Torrijos Miles de jóvenes han salido a las calles para clamar por más oportunida­des que les garanticen un mejor futuro.
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/ AFP El imaginario de joven que el presidente exhibió en campaña no encaja con jóvenes que tienen diversas aspiracion­es.

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