Parar la vida
DEL MISMO GÉNERO DE LA PELÍcula “Si gana el Sí en el plebiscito caerá un rayo homosexualizador” —lo cual no habría sido ningún problema— es la cinta “Transmilenio representa todos los males”. Se trata de las mismas fake
que orientan las acciones colectivas y que toman la fuerza de la ira en las redes sociales generando actitudes irreflexivas.
Porque así como de un momento a otro y en una irracionalidad grupal hubo quienes pensaron que no firmar la paz era mejor que firmarla, hay quienes creen que atacar al sistema de transporte masivo de la ciudad es violentar a la oligarquía.
Las agresiones a los monumentos incluso son más entendibles. Se comprende que haya multitudes queriendo resignificar los elementos patrimoniales y dotarlos de nuevos sentidos. Poco sentido de orgullo patrio inspiran los Reyes Católicos de unas esculturas en la 26, que nadie sabe quién las hizo ni quién las donó, y que no tienen siquiera una relación con el lugar, porque las han trasteado varias veces. Las han puesto ahí porque es donde hay espacio, señalando cualquier lugar, menos al que la reina le indicó a Colón.
Lo difícil de entender es por qué las reivindicaciones sociales pasan por destruir un sistema que es de todos. Razones para protestarle a este Estado y a este Gobierno hay, y son todas, ¿pero qué sentido tiene afectar el sistema de transporte masivo? “En Chile se logró la convocatoria a una Constituyente bloqueando el metro”, dicen algunos. “Cuidan a los buses, pero no a la gente”, dicen otros. Pero esos no son argumentos razonables para herir a más de diez operarias del recaudo, vandalizar 47 buses del SITP, destruir 122 estaciones o golpear a 114 colaboradores del sistema. ¿No son trabajadores? ¿No estarán algunos de ellos de acuerdo con el paro? ¿No son vidas?
De los 2,1 millones de viajes que se realizan diariamente en el sistema, más de 500.000 usuarios se han visto afectados por la destrucción. $16.000 millones que saldrán de esos mismos bolsillos de los de a pie que pagan impuestos. No son los poderosos quienes usan los buses rojos, ni quienes se suben en el Portal de las Américas. Quienes se movilizan son trabajadores, enfermeras que van a vacunar, celadores, estudiantes, vendedores, comerciantes y pensionados. Tras meses de encierro y de sus costos, parar la movilidad es parar la vida, su vida.
Como en el plebiscito, años de odio se han acumulado a punta de fake news contra el sistema. El odio con el que se insistió en que esto sería Venezuela y que la democracia colombiana era una porquería. Es el mismo con el que los oportunistas redujeron a Transmilenio a un negocio personal de Peñalosa.
No se trata de que la protesta sea armónica y bonita. Por naturaleza tiene que ser políticamente incorrecta y disruptiva. Pero no es destruyendo el único sistema de transporte público que tenemos como caerá el viejo orden, o se profundizará la democracia, o se salvarán vidas de líderes sociales o mejorará la justicia y disminuirá la pobreza. Rompiendo vidrios y talanqueras solo afectará a miles de bogotanas y bogotanos que ya tienen sus vidas bien enredadas por la pandemia. Esto no es contra Transmilenio, dañar el único sistema de transporte publico que tenemos los bogotanos no tumbará a Duque ni resolverá ninguna de las contradicciones por las que se pelea en la calle.