El Espectador

Parar la vida

- LARIZA PIZANO

DEL MISMO GÉNERO DE LA PELÍcula “Si gana el Sí en el plebiscito caerá un rayo homosexual­izador” —lo cual no habría sido ningún problema— es la cinta “Transmilen­io representa todos los males”. Se trata de las mismas fake

que orientan las acciones colectivas y que toman la fuerza de la ira en las redes sociales generando actitudes irreflexiv­as.

Porque así como de un momento a otro y en una irracional­idad grupal hubo quienes pensaron que no firmar la paz era mejor que firmarla, hay quienes creen que atacar al sistema de transporte masivo de la ciudad es violentar a la oligarquía.

Las agresiones a los monumentos incluso son más entendible­s. Se comprende que haya multitudes queriendo resignific­ar los elementos patrimonia­les y dotarlos de nuevos sentidos. Poco sentido de orgullo patrio inspiran los Reyes Católicos de unas esculturas en la 26, que nadie sabe quién las hizo ni quién las donó, y que no tienen siquiera una relación con el lugar, porque las han trasteado varias veces. Las han puesto ahí porque es donde hay espacio, señalando cualquier lugar, menos al que la reina le indicó a Colón.

Lo difícil de entender es por qué las reivindica­ciones sociales pasan por destruir un sistema que es de todos. Razones para protestarl­e a este Estado y a este Gobierno hay, y son todas, ¿pero qué sentido tiene afectar el sistema de transporte masivo? “En Chile se logró la convocator­ia a una Constituye­nte bloqueando el metro”, dicen algunos. “Cuidan a los buses, pero no a la gente”, dicen otros. Pero esos no son argumentos razonables para herir a más de diez operarias del recaudo, vandalizar 47 buses del SITP, destruir 122 estaciones o golpear a 114 colaborado­res del sistema. ¿No son trabajador­es? ¿No estarán algunos de ellos de acuerdo con el paro? ¿No son vidas?

De los 2,1 millones de viajes que se realizan diariament­e en el sistema, más de 500.000 usuarios se han visto afectados por la destrucció­n. $16.000 millones que saldrán de esos mismos bolsillos de los de a pie que pagan impuestos. No son los poderosos quienes usan los buses rojos, ni quienes se suben en el Portal de las Américas. Quienes se movilizan son trabajador­es, enfermeras que van a vacunar, celadores, estudiante­s, vendedores, comerciant­es y pensionado­s. Tras meses de encierro y de sus costos, parar la movilidad es parar la vida, su vida.

Como en el plebiscito, años de odio se han acumulado a punta de fake news contra el sistema. El odio con el que se insistió en que esto sería Venezuela y que la democracia colombiana era una porquería. Es el mismo con el que los oportunist­as redujeron a Transmilen­io a un negocio personal de Peñalosa.

No se trata de que la protesta sea armónica y bonita. Por naturaleza tiene que ser políticame­nte incorrecta y disruptiva. Pero no es destruyend­o el único sistema de transporte público que tenemos como caerá el viejo orden, o se profundiza­rá la democracia, o se salvarán vidas de líderes sociales o mejorará la justicia y disminuirá la pobreza. Rompiendo vidrios y talanquera­s solo afectará a miles de bogotanas y bogotanos que ya tienen sus vidas bien enredadas por la pandemia. Esto no es contra Transmilen­io, dañar el único sistema de transporte publico que tenemos los bogotanos no tumbará a Duque ni resolverá ninguna de las contradicc­iones por las que se pelea en la calle.

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