¿Caída libre?
DIFÍCIL DAR UN PANORAMA DE LO que está ocurriendo en el país, entre otras cosas, por la enorme opacidad de este Gobierno. Quizás la expresión que mejor lo capture es pérdida de rumbo y de control.
Lo que muchos líderes, políticos y analistas no han podido, o no han querido, entender y procesar es que en las últimas dos semanas hubo una matazón de civiles y que a la policía se le dio una licencia de facto para disparar contra la gente. Solamente después de este baño de sangre el Gobierno se avino a reversar políticas abiertamente impopulares. Pero su primera reacción fue responder a las demandas de la población con extraordinaria violencia. Uribe, el jefe y mentor de Duque, sumido ahora en un abismo de impopularidad sin precedentes, prohijó esa respuesta con rabia homicida. El habitual coro de lacayos siguió la incitación, dependiendo de las proclividades y ambiciones de cada quien.
Sólo ahora, cuando han quedado en evidencia los daños y crece la presión internacional, este equipo dirigente empieza a recoger pita. Pero lo hace de una manera que atiza la hoguera. No se cambia de formato mental y de programa de un día para otro. Como ejemplo les ofrezco dos fantasías grotescas que están en el centro del discurso público oficialista. Primero, que los que salen a la calle a protestar no quieren trabajar. ¿De veras quieren vendernos la imagen de Mafe Cabal y compañía, en el mejor de los casos rentistas astutos, como los representantes de la ética de trabajo de este país? Segundo, que para que nos visitara la CIDH había que esperar a que Barbosa, Cabello y Camargo procesaran las quejas, que ya casi van a hacerlo. Pero si el Gobierno los puso ex profeso para que le cuidaran las espaldas, y eso es lo que han hecho a lo largo de todo este período sangriento.
Claro: siendo nuestro país lo que es y estando lleno de materiales explosivos como está (entre otras cosas porque al proceso de paz lo han estado haciendo trizas), se han activado ya dinámicas muy peligrosas. La retórica oficialista ha operado aquí como una profecía autocumplida: sus estigmatizaciones incendiarias —casi siempre llenas de falsedades— abrieron el paso a toda clase de fuerzas que buscan pescar en río revuelto y que de hecho a través de sus acciones podrían salvarle el tiquete al actual liderazgo. Pero el punto de partida simple es que el Gobierno no tiene derecho, ni puede tenerlo, a dispararles a sus ciudadanos, y que necesitamos ayuda y seguimiento internacional para que eso no siga sucediendo.
Los apoyos no fanatizados que conserva el Gobierno deberían reflexionar más seriamente sobre la situación actual. Algunos se han dedicado a triviales y tontas lamentaciones. Pero no son todos. A veces se encuentra uno con exposiciones serias. Los otros días oí en Noticias Uno al presidente de Analdex explicando cuáles eran las disrupciones creadas por el paro. Mostró que tenía buenas razones para estar preocupado.
Pero tendría que haberse preocupado antes. Pues no hay país con una economía capitalista mínimamente compleja que pueda gobernarse a la brava, a punta de bala y de estigmatización. A la larga, los costos son prohibitivos, la situación se torna inmanejable. Si uno quiere jugar al talibán, pues entonces los tiene que asumir; las quejas sobran. De lo contrario, tiene que aprender a gobernar sin dispararle a su propio pueblo.
Esta es una idea simple pero fundamental. Si personas como el presidente de Analdex y otros líderes empresariales quieren entenderla, entonces deben decirlo públicamente y transmitir el mensaje al Gobierno. No deben lamentarse sólo por los bloqueos y la plata perdida, también por la sangre derramada. Esa idea la entendió alguien como Piñera, quien no es ciertamente un representante de la revolución molecular disipada. ¿Por qué no aquí?