El Espectador

Factores que ayudan a entender la crisis actual

- FRANCISCO LEAL BUITRAGO

EN VARIOS PAÍSES LATINOAMER­Icanos —incluido Colombia— hubo protestas a finales de 2019 y comienzos del 2020, interrumpi­das por la pandemia. Pero las que se iniciaron este año en el país las superan. Algunas caracterís­ticas históricas ayudan a entender esta inédita situación. A ellas se suman decisiones erradas del Gobierno.

Con respecto al tamaño de su territorio, Colombia es el país más regionaliz­ado de la región, con más fuentes hídricas y gran biodiversi­dad. Hasta hace poco más de un siglo hubo escasas inmigracio­nes distintas a las de la colonizaci­ón. Y hasta hace menos de un siglo la población nacional era relativame­nte pequeña, ubicada de manera dispersa en regiones separadas y con poca comunicaci­ón entre sí. Esto indujo una formación nacional débil y un Estado sin presencia legítima en más de la mitad de su territorio. La población se identifica­ba más con sus regiones que con la nación. Su percepción de los gobiernos nacionales era lejana. Pero la fragilidad estatal desestimul­ó dictaduras y posibilitó la continuida­d democrátic­a, aunque con debilidade­s y falencias.

Esta fragilidad indujo guerras civiles en el siglo XIX y confrontac­iones entre los partidos Liberal y Conservado­r con los cambios de hegemonías unipartidi­stas. A ello se sumó la guerra civil no declarada conocida como La Violencia (1946-1965). El acuerdo del Frente Nacional (1958-1974) para frenar este conflicto no contempló oposición democrátic­a, con lo cual facilitó el surgimient­o de guerrillas (Farc, Eln, Epl, M-19…) y la prolongaci­ón de gobiernos compartido­s hasta 1990, además del nacimiento del paramilita­rismo y la expansión del narcotráfi­co.

La industrial­ización dependient­e, derivada de la exportació­n de productos primarios, fue tardía frente a varios países de la región: comenzó una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial. A ello se agregó un mayor crecimient­o de la población y la concentrac­ión permanente de la riqueza y el ingreso, que se sumó a la antigua concentrac­ión de la tenencia de la tierra. Poco después y debido a la expansión de las violencias, el crecimient­o de las principale­s ciudades se disparó mediante migracione­s rurales. Surgieron así barrios informales y aumentaron las desigualda­des sociales, la informalid­ad laboral y el desempleo.

A lo anterior se sumó un mayor debilitami­ento de la democracia liberal. La fragilidad de la formación nacional y del Estado contribuyó a la de los gobiernos, lo que facilitó vicios políticos que se incrementa­ron a la par de la concentrac­ión del ingreso y la riqueza. El caciquismo premoderno se transformó en clientelis­mo, al que se le añadieron corruptela­s en institucio­nes estatales y privadas.

Entre los últimos gobiernos, el actual es el que más ha falseado principios democrátic­os, como el equilibrio de poderes (pesos y contrapeso­s), además de la escasa capacidad administra­tiva del presidente y su inexperien­cia política.

De esta manera, las caracterís­ticas históricas descritas facilitaro­n el estallido de una crisis sin precedente­s, cuya chispa fue la persistenc­ia del Gobierno en una reforma tributaria regresiva, en medio de obstáculos a la implementa­ción del Acuerdo de Paz, asesinato de líderes sociales, deterioro de la economía y la pandemia. Además, el Gobierno respondió a las exigencias de negociació­n de los promotores del paro tras más de 20 días de iniciado. Las más afectadas han sido las juventudes.

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