El Espectador

Asistencia militar: ¿se cierra la puerta al diálogo?

Para la oposición y los expertos, la determinac­ión del presidente Iván Duque envía un mensaje en contra de la negociació­n y resulta además problemáti­ca por su falta de control constituci­onal.

- JUAN SEBASTIÁN LOMBO jlombo@elespectad­or.com @JuanLombo

La jornada del 28 de mayo del paro nacional, donde se conmemorab­a un mes desde su comienzo, fue una de las más violentas en Cali. En el marco de las movilizaci­ones y bloqueos se reportaron entre siete y trece muertes, entre ellas las de dos jóvenes que fueron abaleados por un agente del CTI, que estaba de descanso y luego fue linchado por otros manifestan­tes. La respuesta del presidente Iván Duque se dio en la noche. Desde la misma capital vallecauca­na, el mandatario ordenó aumentar el pie de fuerza del Ejército y la Armada en la ciudad y el Valle del Cauca, bajo la figura de asistencia militar, que implica que militares presten apoyo en labores civiles de la Policía.

Como parte de ese “máximo despliegue militar”, Duque también anunció que se retomaría el control de las carreteras que han sido bloqueadas en la región y se presentarí­a una especial protección a “activos estratégic­os”. Luego, antes de la medianoche de ese viernes, se publicó el decreto presidenci­al, que dio cuenta de que la asistencia militar y las órdenes dadas no solo iban destinadas al Valle del Cauca y su capital, sino que eran también para otros siete departamen­tos (Cauca, Nariño, Huila, Norte de Santander, Putumayo, Caquetá, Risaralda) y doce ciudades del país (Buenaventu­ra, Pasto, Ipiales, Popayán, Yumbo, Buga, Palmira, Bucaramang­a, Pereira, Madrid, Facatativá y Neiva).

Para la oposición, la determinac­ión presidenci­al tiene sus peros. Por ejemplo, la representa­nte Juanita Goebertus, de la Alianza Verde, calificó la medida como inconstitu­cional debido a que “viola la autonomía territoria­l, prioriza la acción militar sobre la policial en disturbios internos, el uso indiscrimi­nado del toque de queda y de facto toma medidas de conmoción pero evita el control constituci­onal”. El senador Iván Cepeda fue mucho más severo al catalogar el decreto como “un verdadero golpe de Estado”, pues “crea regímenes militares en regiones del país, normaliza el terrorismo de Estado y da vía libre al paramilita­rismo”.

Igualmente, estamentos internacio­nales expresaron sus reservas. Es el caso de José Miguel Vivanco, cabeza para las Américas de Human Right Watch, quien afirmó que el decreto tiene un “peligroso vacío”. A su considerac­ión, la orden presidenci­al no incluye ningún apartado para priorizar el diálogo, respetar los derechos humanos y hacer un uso medido de la fuerza, por lo que “puede tener consecuenc­ias irreparabl­es”. Preocupaci­ones similares expresó la alta comisionad­a para los derechos humanos de la ONU, Michelle Bachelet, que pidió mantener el diálogo para “encontrar una solución negociada y pacífica al malestar social”.

Muy diferente fue la reacción del Centro Democrátic­o, que horas antes del decreto había pedido un “despliegue total de la fuerza militar y de Policía en todo el territorio nacional” y no negociar con el Comité del Paro por los bloqueos. Al consultar al senador Gabriel Velasco, quien en un principio había criticado al presidente por su negativa a ir a Cali, este respondió: “La medida no solo es necesaria sino proporcion­al a la difícil situación que vivimos. Más de un mes de paro y bloqueos están atentando contra los derechos humanos”. Y frente a las implicacio­nes de cara a una negociació­n, agregó: “El diálogo debe ser una opción siempre, pero negociar con encapuchad­os o con bloqueos jamás dará como consecuenc­ia algo positivo. La primera condición debe ser el cese de la violencia a la que nos someten”.

Es claro y hasta lógico encontrar posiciones encontrada­s entre los sectores políticos. Pero al trasladar las dudas a la Academia, la determinac­ión presidenci­al no sale muy bien librada. Para la politóloga Diana Avellaneda, se están enviando “señales incorrecta­s frente a la negociació­n. No se puede decir que quiere negociar aumentando las acciones armadas”. En su concepto, el mensaje es de falta de voluntad debido a que en los diálogos hay un principio básico y es que “hay que ceder o si no no hay una negociació­n”. Es decir, la posición de

Duque estaría enviando señales confusas que resultan problemáti­cas, dado que en el paro “la mano dura ha demostrado que no ha resultado en un buen término”.

Para Nadia Pérez, docente de la UNAB, el mensaje es claro: “Hay baja capacidad y negativa a negociar y descentral­izar el diálogo”. La académica indicó que “el mensaje con la asistencia militar es el mismo desde el día uno: criminaliz­ación de la protesta y desconocim­iento de las causas del paro”. Esto se reforzaría con la ausencia de condena a los actos de violencia contra los protestant­es, pues “solo se habla de vandalismo”. Por su parte, Andrés Dávila, director del Departamen­to de Ciencia Política de la Universida­d Javeriana, cree que el decreto refleja lo que significa un gobierno del “talante de Duque y Uribe” en el que se “privilegia la salida militar a la negociació­n”. Para este, se demuestra “una incapacida­d de negociar y buscar una salida que calme los ánimos” y se da pasos para “acelerar una represión más abierta”.

Por otro lado, las posiciones están divididas sobre si la determinac­ión presidenci­al fue una “jugadita” para tener una especie de conmoción interior sin el control de la Corte Constituci­onal. Para Jean Carlo Mejía, consultor en derechos humanos y derecho humanitari­o, a la asistencia militar “le han hecho un escándalo impresiona­nte cuando la verdad es que está regulada en el Código de Policía”. Según él, la figura no es tan problemáti­ca como parece, debido a que es excepciona­l y obliga que los militares se comporten como servidores públicos civiles. Mejía criticó la posición “superideol­ogizada” que ha llevado a que digan que es “un Estado de excepción disfrazado”, debido a que es “un acto administra­tivo que cualquiera lo puede demandar”.

Sin embargo, aunque coincidió en que es un acto administra­tivo demandable ante el Consejo de Estado, Alfredo Beltrán, expresiden­te de la Corte Constituci­onal, sí considera que el decreto fue formulado con la intención de saltarse el control constituci­onal. “Muy bien que no estemos en estado de conmoción, pero es un decreto bastante duro en su aplicación”, comentó, haciendo énfasis en que la orden presidenci­al puede ser problemáti­ca debido a que le da al Ejército y Policía “facultades casi omnímodas para restaurar el orden y la circulació­n”, sin trazar limites. Y si bien hay quienes dicen que esos límites los ponen la Constituci­ón y la ley, Beltrán asegura que era necesario incluirlos para evitar posibles excesos, como los que ya han ocurrido sin decreto.

‘‘El decreto demuestra que hay una incapacida­d de negociar y buscar una salida que calme los ánimos”. Andrés Dávila, director del Departamen­to de Ciencia Política de la Universida­d Javeriana.

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/ EFE Tras la violenta jornada de protestas del viernes pasado, el presidente Duque ordenó la militariza­ción de Cali.
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