¿Cuál es más de culpar…?
“AUNQUE CUALQUIERA MAL HAGA”, añade la monja sor Juana Inés. Lo traigo a cuento porque también alguien podría preguntarse quién le hizo el daño a un joven, pleno de vida, causándole la súbita pérdida visual y la consiguiente desfiguración, si el que disparó un balín irresponsablemente (sin duda, la causa eficiente), o el que lanzó a ese joven a los disturbios, lo envalentonó y animó a desafiar a poderosos hombres armados hasta los dientes, con proclamas como ¡resistencia!, ¡al ataque, muchachos!, ¡es el momento!
Veinticinco o más años después, este joven lastimado en su integridad se sentirá muy solo; los compañeros de proclama se habrán ido, incólumes, a seguir sus vidas, habrán desaparecido; la juventud pasó, las locuras, el furor y la sangre caliente, pero el pesar subsiste y durante toda una vida habrá tenido que soportar la irreparable mutilación.
¿El país, acaso, se arregló? Tal vez se instaló el socialismo y seguramente se burocratizó, tal vez los políticos ansiosos de resarcir sus derrotas calmaron por cuatro u ocho años de abusivo poder su sed de mando. El hambre siguió, el país empobrecido no salió fácilmente de los destrozos, quizás sí algunos envidiosos saciaron el ansia de arruinar a otros, poderosos. Muchos habrán muerto y sobre sus tumbas y aún sobre las de aquellos jóvenes de locura, se mecerán al viento los cipreses que hacen pensar en la vida que pasó y en la ruina de las juventudes. Los viejos amigos, las capuchas, el arrojo, ¿dónde quedaron?, ¿se hablará algún día de esta revuelta? Quizás una maestra distraída les pregunte a sus párvulos sobre los hechos luctuosos de este abril del año 21 y alguno le responderá: “Yo lo sé, maestra, fue cuando mataron a un señor Gaitán”.
Las revoluciones cambian la historia, las refriegas menores no tanto, pero todas conllevan muertes y daños. Cuánto mejor fuera la evolución, que no la revolución hacia un cambio más lento y menos traumático. Son cosas de mi temperamento y de mi bajo metabolismo, pero la mayoría de seres es “rápida y furiosa”. El asunto de ahora se considera una explosión social que venía incubándose, con características bastante particulares. Hay alegría, hay desplazamientos organizados para sembrar el desorden, como si las revoluciones viajaran. Toda vez que las masas no se mueven solas, hay quien las agite. La explosión como tal no se percibe completamente espontánea, aunque las razones que se exponen para ella sí están a la vista. Pero el odio que se ha fomentado contra un gobierno específico, como hubiera podido manifestarse contra cualquier otro, tiene un sabor de artificialidad. La utilización de los jóvenes ha sido un atentado contra sus derechos humanos.
Lloremos por la juventud herida y no dejemos de pensar que alguien necesitó de su sacrificio para el éxito de un movimiento a todas luces político.