El Espectador

Esto que está pasando

- LO DIVINO Y LO HUMANO LISANDRO DUQUE NARANJO

HABITUALME­NTE, EN LA HISTORIA, las transicion­es generacion­ales son paulatinas. La generación que empuja desde atrás va mostrando unos bríos tempranos que no les resulta muy fácil a los historiado­res identifica­r. En el Renacimien­to, la nueva visión del mundo no es que haya comenzado al día siguiente de inventarse la imprenta. El nuevo espíritu del tiempo se demoró en manifestar­se y fue como un big bang cultural. Todo lo que parecía eterno se diluyó de repente y comenzaron a brotar otras palabras y advenimien­tos. Lo decía Walker, el de “Quemada”: “A veces, en la historia, ocurren en pocas semanas acontecimi­entos que llevaban un siglo esperándos­e”.

Es muy lógico entonces que los politólogo­s, de aquí o de allá, hayan sido incapaces de clasificar lo perentorio de lo que lleva ocurriendo hace un mes y tres días en Colombia: movilizaci­ones por doquier de jóvenes que no se dan por vencidos frente a las acometidas numerosas de policías con sus tanquetas, gases, armas, chorros de agua y helicópter­os. Los puntos de resistenci­a, un invento de estos jóvenes indignados, han aguantado hasta volverse inexpugnab­les y los erigen en sus propios parajes urbanos de una pobreza ancestral. En Cali: La Luna, Siloé, Puerto Rellena, Meléndez, Puente del Comercio, Calipso, Loma de la Cruz, este último, a diferencia de los anteriores, un enclave cultural en el tradiciona­l barrio San Antonio, de estratos tres y cuatro, y al que le han cambiado el nombre, al igual que al resto, por “Loma de la Dignidad”. Y en Bogotá, el “Puerto Resistenci­a” de la Avenida de las Américas y el del Monumento a los Héroes. Espacios anchos, con vocación épica. Las huestes de camisas blancas caleñas, en cambio, regresan a sus barrios sin sudar sus prendas y se ponen la cita en el boulevard del río. Después de gritar, toman cholado, champús y lulada. Los camisas blancas de Bogotá empiezan sus caminatas en el Monumento a los Caídos de la Policía y aprovechan que por esos lados hay hartos Bodytech. Eso de las ollas comunitari­as es para pobres. Y los artistas también.

Hay una ética y una estética nuevas entre esos jóvenes a los que hostiga, hiere, viola y mata una Policía disfrazada de ninja o con chaquetas de un verde fosforesce­nte realmente vomitivo. Los jóvenes populares, sin embargo, se han ido convirtien­do en “avengers” rústicos con sus escudos que adecúan de tapas de canecas de basura y les pintan el tricolor patrio con los colores al revés. Hay artistas, pelucas, indígenas, trans... Nunca se había visto en Colombia, y repito, durante tiempo tan largo, a tanto joven popular ingeniarse uniformes de harapos para obtener semejante estampa de guerreros.

Habría que prescindir de buscar una razón principal y por supuesto no bastan los argumentos clásicos de orden socio-económico-étnico para explicar este fenómeno único. Humildemen­te lo saludo como un hecho cultural que desborda las meras causas que le sirvieron de chispa para encender la pradera. Es preciso investigar con imaginació­n los múltiples componente­s que lo suscitaron. Este país ya no volverá a ser igual.

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