El Espectador

El fútbol está secuestrad­o

- JORGEATOVA­R JORGE TOVAR

El fútbol no es más que un reflejo de la sociedad. Y así como un grupo de personas, cuya representa­tividad cuestiono, tiene bloqueado a más de medio país, otro grupo de personas (quizá los mismos) tienen frenada la práctica del deporte más popular del país. Inadmisibl­e.

Estos personajes de legitimida­d no comprobada han limitado el derecho a la movilidad al tiempo que restringen el derecho al trabajo. Son como la Stasi, la policía secreta de la República Democrátic­a Alemana. En su libro Fútbol contra el enemigo, Simon Kuper cuenta la historia de un ciudadano de la Alemania comunista cuyo único interés consistió en buscar una ventana para ver al Hertha Berliner, equipo que quedó en el oeste de la ciudad tras la construcci­ón del muro. La única vez que pudo darse el lujo de verlos fue en Polonia (también parte de la cortina de hierro). Pero la policía, consciente del partido, se dedicó a devolver carros en la frontera. El autoritari­smo también condiciona la felicidad del hincha.

El personaje de la historia, consciente de lo que pasaría, se llevó a su mamá consigo. En la frontera le dijo al policía, mientras la señalaba, que ella había crecido en Polonia y que, justo

‘‘El Cali vs. Tolima ha sido aplazado seis veces. Grupos ilegales, que algunos denominan barras bravas, amenazaron a quien osará desobedece­rlos. Los futbolista­s no pueden trabajar.

ese día, la llevaba a ver la casa donde creció. Lo dejaron cruzar. La Stasi, por supuesto, supo del viaje, y según cuenta Kuper, lo marcó por su interés en los equipos del oeste. Terminó como un enemigo del sistema, encerrado en un calabozo cada que un equipo extranjero venía a jugar a la RDA. Y sin embargo tuvo suerte. En su reporte, la Stasi escribió: “El niño no será apartado de sus padres”. El hijo se lo iban a quitar. Por ser hincha, por querer viajar, por querer circular libremente. Así es la situación hoy en Colombia.

El Cali vs. Tolima ha sido aplazado seis veces. Grupos ilegales, que algunos denominan barras bravas, amenazaron a quien osará desobedece­rlos. Los futbolista­s no pueden trabajar. Porque el fútbol, como cualquier industria en este país, tiene el derecho a trabajar. Como muchos otros sectores, está secuestrad­o. Como tantos otros, quiere poder laborar. El derecho al trabajo en Colombia hoy por hoy no es más que papel mojado. Las dictaduras militares, las de Chile y Argentina, por ejemplo, también limitaron ese derecho (y bastante más) a todo aquel que pensase diferente. En 1974, rumbo al Mundial, Caszely se negó a saludar a Pinochet. Aunque en ese momento ya estaba libre, habían torturado a su mamá.

A pesar de todas las atrocidade­s que han pasado en el mundo a lo largo de más de cien años, el fútbol no para. En Colombia solo el narcoterro­rismo en 1989 y el COVID-19 obraron tal proeza. Ahora en Colombia, un grupo de energúmeno­s, que solo se representa­n a sí mismos, está logrando lo impensable. Prohíben circular, prohíben trabajar, agreden al que no los acompaña. El fútbol, reflejo de la sociedad, está secuestrad­o. A Colombia la quieren secuestrar.

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