El Espectador

El debate del porte de armas

- GERMÁN GÓMEZ POLO ggomezp@elespectad­or.com @TresEnMil

Las escenas de civiles disparando contra quienes protestan reavivaron el debate sobre el uso de armas. En el Congreso hay por lo menos dos proyectos que buscan flexibiliz­ar su tenencia y porte; sin embargo, las intencione­s contrastan con las cifras. En Colombia, se estima que de cada 100 homicidios, 18 son con arma de fuego, una tasa más alta que la de países en donde los civiles están más armados. Hasta 2017, había 4’971.000 armas de fuego en manos de civiles, 14 % con registro.

›› Según la FIP, en 2019 las armas de fuego fueron utilizadas en más del 70 % de los homicidios registrado­s en Colombia y entre el 10 % y 20 % de delitos, como amenazas y hurtos, entre otros.

Al menos dos proyectos que se tramitan en el Congreso buscan regular y flexibiliz­ar el porte de armas en el país. Las cifras de muertes relacionad­as con estas deberían dar luces sobre por qué es una pésima idea. Hasta 2017 había 4’971.000 armas de fuego en manos de civiles, solo el 14 % con registro.

Las imágenes de civiles utilizando pistolas y hasta fusiles contra la protesta social y la justificac­ión de su uso a través de discursos de legítima defensa y protección de la integridad y bienes privados, han caldeado nuevamente el debate sobre el porte y la tenencia de armas en un país con una aterradora historia relacionad­a con la incapacida­d del Estado de garantizar el monopolio de la fuerza. Uno de los casos más visibles en medio del paro nacional ha sido el de Andrés Escobar. El hombre, llamado a interrogat­orio por la Fiscalía, quedó registrado en imágenes portando un arma –según él no letal– con la que realizó varios disparos “para proteger a los policías y al CAI de Ciudad Jardín, en Cali, de posibles ataques de los manifestan­tes”, dijo.

Esas escenas generaron un llamado del consejero presidenci­al para la Seguridad Nacional, Rafael Guarín, para regular lo que se conoce como las armas traumática­s, las cuales considera similares a las de fuego, incluyendo además un jalón de orejas a los miembros de la Policía que han permitido que se accionen armas contra las multitudes frente a sus ojos. “No es admisible en el Estado de Derecho que miembros de la Policía omitan su obligación legal respecto a personas que emplean, fuera del ordenamien­to jurídico, armas de fuego”, dijo Guarín y puso sobre la mesa un asunto que ya tiene antecedent­es en el Congreso.

Después de la firma del Acuerdo de Paz con las Farc, el gobierno de Juan Manuel Santos tramitó una reforma constituci­onal para asegurar el monopolio de las armas por parte del Estado y la prohibició­n de la conformaci­ón o el apoyo a grupos paramilita­res. Parecía obvio, pero con el cambio lo que se adoptó fue una garantía de no repetición de años oscuros de la historia del país. De esa forma, en caso del nacimiento de nuevos grupos paramilita­res, el Estado tendría una correspons­abilidad, por lo que cada gobierno de turno debía ir más allá de las palabras de condena y prevenir la conformaci­ón de estas organizaci­ones irregulare­s. A pesar de esto, ante los problemas de seguridad en varias ciudades ha habido intentos para flexibiliz­ar el porte y le tenencia de armas.

Con este panorama, vale la pena mostrar un breve contexto sobre el mercado de las armas en Colombia y la aclaración de que, en materia regulatori­a, hay diferencia­s abismales entre las armas de fuego y las traumática­s, porque estas últimas no tienen restriccio­nes. El informe Colombia: un gran mercado de armas sin incentivos para reducirlo, publicado en julio de 2020 por la Fundación Ideas para la Paz (FIP), asegura que las políticas nacionales y locales sobre el uso de armas se han enfocado en el consumidor final, “particular­mente en los presuntos delincuent­es y bandas criminales”, pero han dejado por fuera un control efectivo de la comerciali­zación local e internacio­nal y el uso por parte de otros consumidor­es, como las empresas de vigilancia privada y los ciudadanos del común.

El documento hace la advertenci­a de que la informació­n sobre el porte y la tenencia de armas en el país “es poca o de difícil acceso” y por eso acude a cifras independie­ntes de varios años atrás. Por ejemplo, cita un informe de Small Arm Survey, que estimaba que en Colombia, en 2017, había 4’971.000 armas de fuego en manos de civiles, de las que solo el 14 % contaba con algún tipo de registro. Las restantes serían ilegales. “Estos números evidencian que existe una amplia brecha entre las armas en posesión de civiles y las que tienen los organismos estatales de seguridad y la Fuerza Pública y que, además, hay una cifra bastante elevada de armas ilegales (9 por cada 100 habitantes)”, dice el informe.

Manuela Suárez Rueda, investigad­ora de la FIP y autora de los informes, anotó en un artículo reciente que las armas, sobre todo las de fuego, han sido históricam­ente utilizadas en Colombia tanto por la delincuenc­ia como para los conflictos sociales y políticos. Esa es la razón por la que, a su juicio, “resulta alarmante que aún haya propuestas para promover el incremento de este mercado, en vez de asegurar primero un absoluto y riguroso control”.

Las armas en el Congreso

Hoy en el Capitolio hay, por lo menos, dos proyectos de ley que tienen que ver con la regulación del porte de armas y aunque ambos atienden al fortalecim­iento del monopolio de estas por parte del Estado, en la minucia de los artículos hay flexibiliz­ación. Uno es del Centro Democrátic­o, liderado por los congresist­as María Fernanda Cabal y Christian Garcés. Otro fue radicado por el representa­nte conservado­r Juan Carlos Wills.

“El proyecto busca mantener el monopolio de las armas en manos del Estado, aumentar las sanciones a quienes no cumplen con la normativid­ad y busca que quienes tienen problemas de seguridad puedan proteger su vida accediendo a armas de protección, es decir, de bajo calibre, cumpliendo con un trámite exigente”, comenta el representa­nte Garcés, para quien la política de desarme propuesta por el Gobierno Nacional –pero parti

cularmente por el consejero Guarín– ha sido un fracaso, porque limita las herramient­as de protección de los ciudadanos, mientras que ha sido deficiente ante las armas ilegales.

Entre los temas gruesos que propone el uribismo está un aumento de multas de uno a tres salarios mínimos legales mensuales vigentes para conductas que puedan volver un riesgo el porte de armas, como el consumo de alcohol o sustancias psicoactiv­as, disparar en lugares públicos sin motivo justificad­o, portar el arma o las municiones sin el permiso o la licencia correspond­iente o, en caso de personas jurídicas, permitir el porte del arma en lugares no autorizado­s. El proyecto de Wills, por su parte, es menos ambicioso, pero busca que el Estado pueda suspender permisos de manera excepciona­l “para tenencia o para porte de armas expedidos a personas naturales, personas jurídicas o inmuebles rurales”.

Específica­mente sobre la iniciativa del Centro Democrátic­o, Suárez Rueda asegura que no atiende el real problema de Colombia y, para evitar opiniones, entrega cifras. “En 2018, Colombia fue catalogado por la Journal of the American Medical Associatio­n (JAMA) como el quinto país del mundo en muertes por arma de fuego, relacionad­o con homicidios y suicidios. Además, tiene una de las tasas más altas de homicidios en América Latina, siendo una de las regiones con mayores cifras de violencia del mundo”, explica.

En ese sentido, asegura que la tasa de armas de fuego por habitantes se ha mantenido estable desde 1992, pero las cifras de uso en la comisión de delitos siguen muy altas. “Parece que armarse no es la solución para bajar la actividad delictiva”, agrega. De hecho, dice la investigad­ora, ese número sigue en incremento, porque en los primeros cuatro meses de 2021 ha aumentado la participac­ión de armas de fuego en los homicidios, si se compara con años anteriores, desde 2018.

Por otra parte, Suárez Rueda pone en contexto el porte de armas en medio del paro nacional, las que están relacionad­as con las protestas y las que, se presume, tienen como responsabl­es a agentes de la Policía: “La Fiscalía habla de 48 muertes, 20 relacionad­as con las manifestac­iones. Eso es muy grave, pero es más grave aún cuando tienes un gran número que habrían ocurrido con civiles utilizando armas en las calles. Porque no estamos hablando de un contexto del Eln en el Catatumbo, ni de un enfrentami­ento con un grupo armado organizado que adquiere armas, sino de civiles en las ciudades”, agrega.

Finalmente, la investigad­ora controvier­te un argumento que se ha utilizado a favor del porte de armas, que son las muertes relacionad­as con armas de fuego. “La tasa de armas en posesión de civiles en Colombia es de 10 por cada 100 habitantes. En Estados Unidos es de 120,5 por cada 100 habitantes. Pero en Colombia, de cada 100 homicidios, 18 son con arma de fuego. En Estados Unidos, de cada 100 homicidios, 4,5 son con arma de fuego. Eso debería decir algo (…) la defensa del Estado y de los ciudadanos está en las institucio­nes. Tener un arma implica un riesgo enorme para una persona y su contexto”.

‘‘ La política de desarme de Rafael Guarín es un desastre. Se ha dedicado a limitar las herramient­as de protección de ciudadanos, mientras abundan las armas ilegales”.

Christian Garcés, representa­nte del Centro Democrátic­o.

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/ Luis Robayo - AFP En Cali, en las recientes protestas en el marco del paro nacional, se ha visto a civiles disparando armas de fuego contra los manifestan­tes.
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