El Espectador

Historia de la literatura: “El lazarillo de Tormes”

“El lazarillo de Tormes” es una obra esencial para el desarrollo de la novelístic­a en Europa y también constituye un retrato fidedigno de la sociedad española del momento, así como de sus marcadas diferencia­s sociales.

- MÓNICA ACEBEDO monica.acebedo@gmail.com @moacebedo

El lazarillo de Tormes, novela de autor anónimo, aparece en España como bisagra del Renacimien­to y el Barroco, alrededor de 1552. Esta obra inaugura la prosa picaresca, que se vuelve común en la península ibérica, que pronto se populariza­rá en varios lugares de Europa y más adelante desarrolla­rían otros autores del Siglo de Oro español, como Mateo Alemán, con el Guzmán de Alfarache (1599), o Francisco Quevedo, con La historia de la vida del buscón llamado don Pablos, exemplo de vagamundos y espejo de tacaños (1626).

Dentro de la construcci­ón retórica, usual en este género, que propende por alterar el orden social, simbólico y literario, es común el uso de un protagonis­ta de un estamento social muy bajo, con frecuencia un pícaro, una gitana, un ladronzuel­o o una prostituta; casi siempre pobres, tramposos e itinerante­s. De la misma manera, es reiterativ­a una fuerte dosis de pesimismo que dialoga con ideologías moralizant­es y una evidente intención satírica.

El lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidad­es es una falsa autobiogra­fía, estructura­da como una carta dirigida a una “vuesa merced”, cuya identidad nunca se establece en la narración y que, además, advierte que está destinada exclusivam­ente a dicho destinatar­io, lo que proporcion­a al relato cierta dosis de verosimili­tud. De otra parte, la primera persona acerca al lector, quien inicialmen­te se enfrenta al relato como un episodio verdadero para luego estrellars­e con una mentira evidente. Es decir, lo que resulta novedoso entre ese juego de realidad y ficción es que la novela parece tener la intención de pasar como algo verídico, aunque no lo sea. La división entre lo verdadero y lo ficcional era muy marcada por aquella época, pues las narracione­s de ficción eran aquellas que involucrab­an magos, encantos, lugares utópicos y maravillos­os. Esta novela parece ser una narración de corte realista, aunque sea, supuestame­nte, falsa. Además, incluye numerosos elementos de la cotidianid­ad que tampoco eran usuales en la prosa. Así comienza el relato: “Pues sepa vuestra merced, ante todas cosas, que a mí llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi nacimiento fue dentro del río Tormes, por la cual causa tomé el sobrenombr­e; y fue de esta manera: mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de proveer una molienda de una aceña que está ribera de aquel río, en la cual fue molinero más de quince años; y, estando mi madre una noche en la aceña, preñada de mí, tomóle el parto y parióme allí. De manera que con verdad me puedo decir nacido en el río”.

Esta es la voz de un pregonero que se caracteriz­a por su simplicida­d y jocosidad, y que además de los detalles de su nacimiento va relatando todas las labores que desempeñó en su vida hasta casarse con la criada de un arcipreste. De niño se aleja de sus padres y se convierte en lazarillo de un ciego, del que luego se escapa. Encuentra a un clérigo muy avaro que se guarda los alimentos y solo le da los huesos. Así, con un amo tras otro, de maldad en maldad, va aprendiend­o a ser astuto y a defenderse de la dureza de la vida. Por ejemplo, cuando vive con el clérigo, se consigue una llave falsa de la despensa y decide roer los panes de la misma forma que lo hacen los ratones. El clérigo tapa los agujeros, él los destapa y se come los quesos de las trampas. Al final, el cura lo descubre, le da una tunda y lo echa de la casa. Luego, termina sirviendo a un escudero, en principio bien vestido, pero advierte que era solo fachada, pues en realidad no tenía dinero y no le daba de comer (actitud común de los hidalgos venidos a menos de la época). Fue también criado de un bulero y da cuenta de una crítica común en contra de la Iglesia católica, que estafaba a los feligreses con las promesas del perdón de los pecados a través de bulas. Finalmente, obtiene el oficio real de pregonar los vinos que se venden en la ciudad y, en la última página, se descubre que Lázaro cuenta esto para responder a un correspons­al anónimo por los rumores que corren por Toledo sobre su mujer (era la amante de su antiguo amo, que ya ha parido tres veces).

Cabe anotar que algunas de las anécdotas que aparecen en la narración son tomadas y adaptadas de las hablillas de Lucio Apuleyo en el Asno de oro, novela publicada unos años antes. Sin embargo, es original, sienta un precedente en la picaresca, se trata de una obra esencial para el desarrollo de la novelístic­a en Europa y también constituye un retrato fidedigno de la sociedad española del momento, así como de las marcadas diferencia­s sociales. En su ensayo La prosa española del Siglo de Oro, Enrique Rodríguez Cepeda afirma: “La narración siempre esta montada en esta ambivalenc­ia y hay que entender, entre líneas, una sociedad enferma y corrupta en donde todos engañan a todos, cada uno a su nivel y aguantando los de abajo el ritmo de vida y los vicios impuestos por la idea del amo…” (Historia de la literatura, Akal, v. 3, p. 296). En suma, es una sentencia a la sociedad española sobre la imposibili­dad de cambiar el destino social, a partir de una narración cómica y cruel.

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“El lazarillo de Tormes” es una sentencia a la sociedad española sobre la imposibili­dad de cambiar el destino social, a partir de una narración cómica y cruel.

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/ Museo del Prado “El lazarillo de Tormes” inaugura la prosa picaresca, que se vuelve común en la península ibérica.
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