El Espectador

Una rebelión mínima

- ESTEBAN CARLOS MEJÍA @EstebanCar­losM

MAYO DEL 68 LLEGÓ A COLOMBIA EN el 71, apenas tres añitos de retraso. Jóvenes de las principale­s universida­des públicas se reunieron en Bogotá y aprobaron una proclama que, no sin perspicaci­a, bautizaron como “Programa mínimo de los estudiante­s colombiano­s”. Cinco exigencias básicas. Autonomía universita­ria: cogobierno de profesores y estudiante­s. Supresión del dominio imperialis­ta en las universida­des. Suspensión de programas de asistencia de organizaci­ones imperialis­tas. Financiami­ento de la educación superior. Defensa de la Universida­d Nacional.

Eran épocas menos desideolog­izadas. Hace medio siglo (casi) todo era ideología, feroz, excesiva, althusseri­ana. En el aire vibraban consignas incomprens­ibles hoy en día. “Por una cultura nacional, científica y de masas”. “Unidad, organizaci­ón y lucha”. “Votar es apoyar la tiranía”. “Viva el marxismo-leninismo pensamient­o Mao Tse-tung”, ni siquiera Mao Zedong, que no se usaba ni en China.

Corría el último cuatrienio del Frente

Nacional. El presidente era Misael Pastrana Borrero y el ministro de Educación, Luis Carlos Galán, recién graduado. Más de 30 institucio­nes superiores y colegios de bachillera­to salieron a protestar, encabezado­s por la Universida­d del Valle. Marchas multitudin­arias, iracundas, cargadas de desprecio por el orden establecid­o. El viernes 26 de febrero de 1971, en Cali, los manifestan­tes fueron intercepta­dos por la Policía (Dios y patria) y por el Ejército (Patria, honor, lealtad): ocho muertos y 47 heridos, según El País, periódico godo como pocos. ¡Ajúa!

Pero a pesar de la represión, el movimiento continuó. Pastrana y Galán aceptaron cogobierno­s de estudiante­s y profesores en la Nacional y en la Universida­d de Antioquia. Un hecho irrepetibl­e hasta el presente. Hubo una contraofen­siva oficial. Artículo 121 de la Constituci­ón de 1886 para decretar estado de sitio, la conmoción interior de entonces. Destitució­n de profesores, expulsión de estudiante­s, supresión de cogobierno­s, imposición de “rectores policías” y militariza­ción de universida­des públicas con reclutas en las aulas o consejos verbales de guerra a los dirigentes de la rebeldía. Y eso que apenas se reclamaban unas reivindica­ciones mínimas.

Al comentar la actual revuelta callejera, mi amigo Héctor Abad Faciolince insinúa en su más reciente columna, sin venir al caso, que algunos simpatizan­tes del paro somos “maximalist­as de la línea dura”, en donde “maximalist­as” significa, supongo, “extremista­s, radicales”. Me parece que está desenfocad­o. Ni en las barricadas ni en las páginas de opinión de los periódicos, nadie ha hablado de posiciones maximalist­as. Nadie ha gritado, por ejemplo, “De cada cual, según sus capacidade­s; a cada cual, según sus necesidade­s”: ¡nadie está pidiendo el comunismo, home Héctor!

Los rebeldes de la primera línea exigen cosas básicas, mínimas en cualquier democracia liberal: respeto al derecho a la protesta, no más brutalidad policíaca, no más muertes, no más desaparici­ones, no más persecució­n, no más paramilita­rismo de cuello blanco. Dicho en tres palabras: ¡No más Uribe! Fácil de entender, ¿sí o qué?

Rabito de paja. Cambio de tema y cito al nunca bien ponderado Manuel Scorza: “Subibajába­mos al sueño. Dormidespe­rtábamos. Y nuevamente morivivíam­os, odioamábam­os, sueñidespe­rtábamos, desaparexi­stíamos. Y nuevamente peleasoñip­acifidespe­rtábamos, descaradam­ente felices”. La danza inmóvil, 1983.

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