Puntadas a la reactivación
Consultamos a expertos en salud y economía para evaluar el momento que vive el país en medio de la pandemia y los factores a tener en cuenta para superar la crisis social sin sacrificar la salud pública.
Hace un par de semanas en su paso por Barranquilla, Fernando Ruiz, ministro de Salud, hizo un anuncio que pasó un poco inadvertido en el resto del país. En compañía del alcalde, aseguró que la ciudad podría convertirse en un piloto de la tan anhelada reapertura del país. Sus cálculos indicaban que eso podría suceder en el segundo semestre del año. Algo similar, dijo, pasaría con Leticia, capital del Amazonas. No dio fechas precisas, pero sí lanzó una señal de los motivos por los que eso podría suceder: “Los niveles de seroprevalencia están entre 80 % y 90 %”. Varias ciudades, advirtió, tendrán un porcentaje parecido antes de terminar el año. “Podríamos lograr una apertura del país antes y no esperar a que llegue diciembre para hacerlo. La idea es que pronto reabran centros educativos y lugares deportivos”.
Su anuncio se materializó hace unos días. Con una resolución (la 777), el Ministerio reveló cuál sería el paso a paso de esa “reactivación”, que se dará a medida que los municipios cumplan con una serie de “requisitos”. Barranquilla, su gran ejemplo, ya recibió la primera señal: al estadio Metropolitano podrán entrar un poco más de 11.000 personas (el 25 % del aforo) para ver a la selección Colombia frente a Argentina.
Pero detrás de ese mensaje hay varias preguntas pendientes: ¿cuándo podrán vivir una situación similar otras ciudades? ¿Qué deben hacer (o qué debe pasar) para que eso suceda? ¿Por qué anunciar una reapertura justo cuando Colombia vive el peor pico de la pandemia y acaba de finalizar una semana con el más alto registro de casos y fallecimientos? ¿Por qué justo cuando el país vive una compleja crisis, que ha causado un extenso paro nacional? ¿Cómo evitar que el coronavirus continúe causando una tragedia en hospitales y, al tiempo, detener la gran crisis social que generó un año de confinamientos y cuarentenas?
No es fácil resolver esos interrogantes en un par de páginas. Tanto gobernantes locales como el personal de la salud y los ciudadanos tienen inquietudes similares. Vamos a empezar por lo más simple: si usted no está en Barranquilla o Leticia, ¿cuándo volverá a la “normalidad”?
Puntos claves de una normalidad
En la resolución que el Ministerio de Salud expidió el jueves anunció la creación de un índice cuyo nombre no será fácil de recordar para un alcalde: el Índice de Resiliencia Epidemiológica Municipal (IREM). En términos muy sencillos, si un municipio obtiene una “buena calificación” de ese índice, un mandatario local podrá pensar en dejar de recluir personas y en abrir negocios y escuelas. La idea es que ese índice se aproxime a 1; el peor valor es 0.
Para lograr una buena calificación en ese índice, un municipio deberá sacar “buenas notas” en cuatro puntos específicos: vacunación, seroprevalencia, testeo y búsqueda de casos de COVID-19 y mantener una buena capacidad del sistema de salud. Cada uno de estos factores tiene una calificación máxima: 0,5 (vacunación); 0,3 (seroprevalencia); 0,15 (sistema de salud) y 0,05 (testeo).
Julián Fernández, director de Epidemiología del Minsalud, comenta: “Tenemos que partir del hecho de reconocer que hay diferentes momentos epidemiológicos, que se explican, por ejemplo, por la estructura demográfica o por las diferencias en el proceso de vacunación. Esta nueva apertura implica avanzar de manera gradual y para que eso se dé creamos este índice, que tiene dos motivos: comparar el grado de avance de los territorios e incentivarlos a mejorar en sus indicadores”.
Consciente de que el instrumento puede recibir muchas críticas, Fernández parte de una premisa: “Este tipo de métodos deben ser tan complejos como sea necesario y tan sencillos como sea posible. Nuestro índice es sencillo, pero tratamos de medir algo muy complejo”. La idea, dice, es que ese
››Los
municipios que quieran lograr una reactivación deben tener un buen puntaje en un índice que el Ministerio de Salud creó, que evalúa cuatro variables: vacunación, seroprevalencia, testeo y estado del sistema de salud.
índice también sirva de una especie de política pública, porque motiva a los territorios a mejorar su ritmo de vacunación (siempre y cuando tengan vacunas, obvio), continuar con la búsqueda de casos y mantener la capacidad hospitalaria. De hecho, cualquier “ciclo” de reapertura, como los llamó el Minsalud, depende de la ocupación de las UCI: si sobrepasa el 85 %, los eventos públicos o privados solo permitirán cincuenta personas y no con el 25 % del aforo, como el estadio de Barranquilla.
Pero hay algo que es no es tan fácil de controlar, sobre lo que Colombia tiene buenas pistas: la seroprevalencia. Como escribía Leon Gordis, popular epidemiólogo y profesor de la Escuela de Medicina Johns Hopkins (Estados Unidos) en su famoso libro
Epidemiology, la prevalencia es como sacar una rebanada de la población en un momento específico para determinar quién tiene o no una enfermedad. “Una instantánea”, la llamaba.
Para el caso del coronavirus, el Instituto Nacional de Salud (INS) hizo un estudio en varios municipios para poder tomar esa fotografía. La manera de hacerlo, ahorrándonos muchos detalles técnicos, fue extraer sangre (de ahí el sufijo sero) a una muestra representativa de la población, para comprobar quiénes habían tenido el virus y quiénes no. El trabajo lo realizaron en varias ciudades a finales del año pasado. Leticia, Barranquilla, Bogotá, Cali, Villavicencio y Guapi, entre ellas.
Los datos recolectados fueron útiles para ajustar los modelos que han guiado el manejo de la epidemia en el país. Como explicaba en un conversatorio Carlos Castañeda, di
rector del Observatorio Nacional de Salud, quien ha estado al frente de esos modelos, haber recopilado esa información permite reducir la incertidumbre y dar una mejor aproximación de la realidad. Al fin al cabo, decía, los modelos, basados en ecuaciones diferenciales y en los que hay múltiples variables, permiten comprender una realidad muy compleja desde el punto de vista científico, siempre simplificándola.
La buena noticia es que ese trabajo permite estimar cuántas personas se han infectado y han desarrollado anticuerpos tras tener COVID-19. En otras palabras, asegura la epidemióloga Silva Zapata, permite hacer proyecciones de esa prevalencia que, sumada a la vacunación, arroja una fotografía que toda ciudad anhela: la inmunidad colectiva.
Como se puede observar en la gráfica (parte superior derecha de este artículo), la prevalencia proyectada para algunas ciudades parece ser buena. Los casos de Barranquilla, Montería, Medellín y Leticia son muestra de ello. A Bogotá, Cali y Villavicencio, en la otra cara de la moneda, parece faltarles un largo camino por recorrer y, tal vez, dice Zapata, otro pico. Se trata de una realidad que, paradójicamente, modificó de manera drástica esta última ola de COVID-19.
Claro, como aclara Fernández, los municipios que no tengan esa alta seroprevalencia no pueden ser castigados y, por eso, en el Minsalud le dan relevancia a la vacunación. El índice, dice, se puede ajustar a medida que avance la epidemia en los territorios. “Reconocemos que hay realidades muy distintas. Lo debemos tener en cuenta es que una reactivación no significa, de ninguna manera, relajarnos frente a las medidas de cuidado.”.
¿Un buen o mal momento?
Cuando el Minsalud publicó la resolución en la que anunciaba las condiciones de la apertura, también hubo varios críticos. En redes sociales los mensajes llovieron por tomar esta decisión en medio del peor pico de la pandemia. Entre ellos muchos trabajadores del personal de salud, que también viven con más preocupación y apuro las compleja situación en los hospitales a medida que colapsa el sistema de salud.
Tatiana Andia, socióloga y profesora de la U. de los Andes, tiene una buena manera de condensar ese malestar: “Soy partidaria de que haya apertura, pero de todos los momentos en los que se pudo haber elegido hacer una apertura inteligente seleccionaron el peor. Y se hace olvidando a quienes están en la primera línea: el personal de salud, justo cuando más dificultades atraviesan. Perdimos de vista que eran héroes. Si se corre el riesgo de abrir en el peor momento del pico y no cuando la situación no eran grave, asumamos que también estamos sacrificando a esa población que está pasándola muy mal”.
Fernández sabe que hay críticas por esa decisión. En su defensa dice que la gestión de la pandemia no solo implica la reducción de casos y de la mortalidad, sino evaluar las consecuencias sociales del coronavirus y de sindemia que vive el planeta, que se ven reflejadas en “inseguridad alimentaria, desempleo y mortalidad materna. No podemos pensar únicamente como epidemiólogos de enfermedades infecciosas, sino como salubristas que deben atender todas esas dimensiones”.
¿Por qué, entonces, no se tomó esa decisión antes? “Es difícil saber cuál es el mejor momento. Tal vez hacerlo más tarde generaba más aceptación y se podría explicar más fácil, pero implicaría recomponer asuntos que tienen efectos muy graves como el rezago educativo. Hoy, a diferencia de hace unos meses, hay algo que cambia la ecuación: la vacunación. Estamos en un momento en el que se ha acelerado”.
Andia tiene otro par de puntos que, a sus ojos, no pueden perderse de vista. El primero tiene que ver con la realidad que se vive en el país. “La decisión desde política pública es inocua. No hace falta salir a la calle para saber que todo está abierto. Hace rato el ‘acto’ superó la decisión de política pública”. El otro punto que le parece fundamental es no olvidar que el país está en medio de un paro nacional que ha durado más de un mes: “Hace mucho tiempo hay gente pidiendo esas medidas, pero la toman justo cuando mucha gente sale a marchar, así estemos con récords de casos y muertes. Hay que pensar que también es una decisión política”.