El Espectador

El primer informe en conjunto del IPCC y el Ipbes, máximas autoridade­s en cambio climático y pérdida de biodiversi­dad, hace un llamado para unir agendas.

- MARÍA MÓNICA MONSALVE S. mmonsalve@elespectad­or.com @mariamonic­91

El primer informe en conjunto del IPCC y el Ipbes, las máximas autoridade­s en cambio climático y pérdida de biodiversi­dad, respectiva­mente, pide unir agendas. Áreas protegidas y cambios en el sistema de producción de alimentos son claves para enfrentar ambos problemas.

Durante la pandemia se ha hecho popular una caricatura del canadiense Graeme MacKay. Utilizando la metáfora de las olas del COVID-19, el artista recrea cómo tras la ola de la pandemia viene una más grande: la de la recesión económica. Detrás, les sigue una ola que representa una mayor amenaza: la del cambio climático. Y usuarios en redes sociales han alterado la imagen para agregarle una ola aún mayor: la de la pérdida de biodiversi­dad.

Estos dos últimos puntos, el cambio climático y el colapso de la biodiversi­dad, han marcado la agenda ambiental durante los últimos años. Pero a pesar de que se ha señalado insistente­mente sobre sus relaciones, hasta ahora sus metas seguían por sus propios caminos, incluso desde quiénes determinan las pautas para estudiarlo­s y mitigarlos. Por un lado estaba lo que señalaba el Panel Interguber­namental del Cambio Climático (IPCC) y, por el otro, lo que alertaba la Plataforma Interguber­namental Científico-Normativa sobre la Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistema­s (Ipbes), ambas máximas autoridade­s en sus temas.

Hoy, por primera vez, ambas plataforma­s lanzaron un informe conjunto en el que identifica­n que, aunque la separación de agendas es funcional a un nivel político, genera el riesgo de identifica­r y comprender de manera errónea la conexión que existe entre ambos problemas. “La capacidad de adaptación de la mayoría de los ecosistema­s y los sistemas socioecoló­gicos será superada por el incesante cambio climático antropogén­ico”, es una de las conclusion­es a las que llegan los 50 expertos a nivel mundial que escribiero­n el reporte.

Para entender la relación entre ambas crisis hay un ejemplo que lo ilustra bastante bien: la deforestac­ión. En Colombia se trata quizá de una de las alarmas ambientale­s más sonadas, pues solo en el 2019, según el Ideam, se talaron 158.894 hectáreas de bosque y, aunque no ha salido una cifra oficial de 2020, se estima que solo en el primer trimestre las cifras fueron bastante altas. La pérdida de miles y miles de árboles a lo largo de los años, se nos ha dicho, ha llevado a que la deforestac­ión emita 69 Mton de CO2, lo que contribuye al cambio climático.

Pero a la par, cada vez que se talan estos cientos de hectáreas de bosque, hay animales que son desplazado­s y quedan en amenaza, algo de lo que no hablamos tanto. El cambio del uso del suelo, advierten, es una causa directa tanto de la pérdida de biodiversi­dad como del cambio climático. Relaciones como estas hay muchas. El océano, por capturar el exceso de CO2, se está acidifican­do y matando a los corales y, aunque solo se han reportado pocas especies que a la fecha se han extinguido como consecuenc­ia del cambio climático, hay una frase del reporte que queda resonando: “el registro fósil nos dice que el rápido cambio climático puede ser un factor clave de las extincione­s masivas, capaz de eliminar hasta el 90 % de todas las especies”.

Son crisis que se deben enfrentar juntas. Y no solo porque sus causas tienen un origen similar, sino porque las soluciones que se han planteado para combatir el cambio climático necesitan de biodiversi­dad (y también, si no se piensan bien, la podrían afectar). Otro ejemplo sencillo y del que se suele hablar en Colombia: las grandes hidroeléct­ricas. A pesar de que es un tipo de energía que en realidad no contribuye mucho a las emisiones, sí se ha ido comproband­o que tienen un gran efecto en las especies de río. “La construcci­ón de presas para almacenami­ento de agua dulce y generación de energía hidroeléct­rica altera los hábitats de todos los organismos de agua dulce y bloquea la migración de los peces, lo que lleva a la contracció­n del rango y que la población decline”, señala el informe. Parte de la solución que se empieza a implementa­r, agrega, es “enfocarse en construir varias pequeñas hidroeléct­ricas y no una grande, con el fin de disminuir el impacto ambiental”.

Y es que así el diagnóstic­o sea agotador, el informe de los 50 expertos propone algunas salidas. Las áreas protegidas, por ejemplo, son un tema reiterativ­o a lo largo del documento, pero buscando que estén bajo figuras políticas que impulsen interconec­tarlas entre sí, con recursos, y se enfoquen en mantener las funciones ecosistémi­cas no solo dentro del área protegida, sino a sus alrededore­s. Ponerlas en el papel no basta.

En cuanto a nuestras dietas y cómo producimos comida, se trata de un reto mayor, pues se calcula que a nivel global los sistemas de alimentos son responsabl­es de entre el 21 y el 37 % de las emisiones totales de los humanos. Diversific­ar los cultivos de alimentos, mezclándol­os con especies forestales nativas, así como volver a plantearse la agroecolog­ía, no solo tendrá buenos impactos en la biodiversi­dad y en detener el cambio climático, sino que permitirá que nos adaptemos mejor ante las olas de calor, las sequías, los incendios y hasta los brotes de enfermedad­es.

Y es que, como en la caricatura de MacKay, todo está relacionad­o. “La pandemia de COVID-19 ha convertido las interaccio­nes entre salud humana, biodiversi­dad y cambio climático en una cruda realidad. La interrupci­ón, degradació­n y fragmentac­ión de los ecosistema­s naturales, junto con el creciente comercio de animales silvestres, ha llevado a que estos animales, que transporta­n virus que atraviesan los límites de las especies, tengan una proximidad con los animales domésticos y los humanos. El cambio climático ha engendrado una pérdida de hábitat que contribuye a esta proximidad y también ha amplificad­o (a través de inundacion­es, olas de calor, incendios forestales e insegurida­d alimentari­a) el sufrimient­o de los humanos durante la pandemia del COVID-19”.

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calcula que a nivel global los sistemas de alimentos son responsabl­es de entre el 21 y el 37 % de las emisiones totales de los humanos, según señala el reporte conjunto.

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