El Espectador

Darién, la otra crisis migratoria

A Panamá han llegado entre enero y mayo más de 15.000 migrantes en terribles condicione­s. Personas de Yemen, Cuba o Haití se atreven a cruzar por el Tapón del Darién, el paso ilegal más peligroso de América Latina.

- MARÍA PAULA ARDILA mpardila@elespectad­or.com @mariap_ardila *Nombre cambiado para proteger la identidad de la fuente.

A Panamá han llegado más de 15.000 migrantes que cruzaron por el Tapón del Darién en 2021, el paso ilegal más peligroso de América Latina.

Fue hace unos dos meses que el Servicio Nacional de Fronteras de Panamá alertó sobre lo que sería una de las crisis migratoria­s más agudas de los últimos años en la región: casi tres mil personas estaban varadas en el Tapón del Darién, un bloque selvático de 575 mil hectáreas entre Colombia y Panamá, considerad­o el paso ilegal más peligroso de América Latina. Fue en cuestión de dos semanas que unos 2.700 migrantes entraron por la frontera; muchos de ellos eran niños, niñas y adolescent­es que no estaban acompañado­s y que llegaron a Bajo Chiquito, la primera parada en Panamá tras cruzar el Darién, a bordo de embarcacio­nes rústicas que muchas veces se desvanecen por las fuertes corrientes de los ríos. Hoy la situación no es muy distinta, pues los migrantes todavía se ven obligados a atravesar la selva llena de animales salvajes, bandas armadas y delincuent­es.

“Entramos por un caminito y vimos personas con pistolas. Empezaron a registrar a los hombres primero. Iban tirando nuestras cosas loma arriba: zapatos, dinero y teléfonos”, contó Ana*, una cubana de 45 años, a Médicos Sin Fronteras (MSF). Entre enero y mayo de este año, más de 15.000 personas cruzaron a Panamá y todo parece indicar que la cifra va en aumento. Sólo en la primera semana de marzo, por ejemplo, se registró un total de 743 personas albergadas en la Estación de Recepción Migratoria (ERM) de Bajo Chiquito, de las cuales 59 estaban en condición de vulnerabil­idad. En la última semana de ese mismo mes el número de personas albergadas allí llegó a 1.359, según cifras de la Organizaci­ón Internacio­nal para las Migracione­s (OIM).

“En Bajo Chiquito no existen las condicione­s necesarias para atender a esta población. Es un lugar muy precario donde viven unos 400 indígenas emberas con muy pocos servicios; no hay carreteras y para poder llegar son horas en piragua”, explicó Sergio Martín, jefe de Misión de MSF, a

El Espectador.

Un infierno para las migrantes y niños

Algunos viajan desde Pakistán o Yemen hasta Ecuador, atraviesan Colombia y llegan hasta Turbo (Antioquia), donde se suben en una lancha que los deja en la entrada de la selva. Ya en la frontera, los que van a pie pueden tardar entre cinco y diez días en cruzar, todo depende del tiempo inclemente del Darién. Su destino final es Estados Unidos.

“No había solo mosquitos, había serpientes. Vimos unas cobras cerca de la carpa donde dormimos. Escuchábam­os también el ruido de jaguares y había monos pasando”, dijo Janete, una congoleña de 13 años, a El País de España. Tardó siete días en cruzar la selva junto a su padre, sus tíos y sus seis primos, todos menores de 16 años incluyendo una bebé de apenas uno.

En lo que va del año, por lo menos una docena de migrantes han muerto en el Darién, según datos del Ministerio de Seguridad Pública de Panamá. Mientras que Unicef advirtió en marzo de este año que la cantidad de niños, niñas y adolescent­es que emigran hacia el norte a través de la selva se ha multiplica­do por más de 15 en los últimos cuatro años. En 2017, al menos 109 niños cruzaron el Darién, mientras que en 2020 la cifra llegó a 1.653, con un pico de 3.956 en 2019.

“Nos han reportado episodios de violencia, robos, agresiones sexuales, falta de comida y de agua. Y nuestros pacientes también han visto migrantes que no han podido seguir avanzando por extenuació­n, o porque resultan ahogados por la crecida de los ríos”, dijo Raúl López, coordinado­r de terreno de MSF.

Y es que en la zona confluyen distintas variables que complejiza­n la situación de seguridad y salud. “Hay presencia del Clan del Golfo, las disidencia­s y bacrim. Sin mencionar que la región se convirtió en un punto clave de tránsito de migrantes y esto ha generado un negocio alterno de trata de personas, que se suma a las rutas de narcotráfi­co”, explicó David Mendieta, profesor de la Universida­d de Medellín. Agregó que en estas zonas conflicto las mujeres están mucho más expuestas a diferentes tipos de violencia. Algo que justamente advirtió la Fundación Ideas para la Paz (FIP) en enero de este año. La vinculació­n de mujeres migrantes a las redes de explotació­n sexual en la zona puede exacerbar las vulnerabil­idades que ya afrontan por su condición migratoria: estereotip­os discrimina­torios, amenaza de deportació­n, incremento de violencias basadas en género y dependenci­a económica.

“Loma arriba había otro grupo de hombres con pistolas. Empezaron a pasar a las mujeres y a registrarl­as. A algunas no las revisaban, sino que las pasaban directamen­te y las violaban”, contó Ana. En tan sólo 15 días de asistencia médica en Bajo Chiquito, MSF atendió 12 casos de violencia sexual reciente. “El primer día de intervenci­ón atendimos cinco denuncias. Nuestros equipos, con años de experienci­a en la ruta de migrantes a su paso por México, no habían visto nunca tal cantidad de casos en un solo día”, dijo López.

Pese a que organizaci­ones como MSF cuentan con psicólogos, médicos, enfermeras y logistas, que además de ofrecer servicios médicos y de salud mental también realizan mejoras en las infraestru­cturas de salud, Sergio Martín y Raúl López insisten en que las comunidade­s siguen expuestas a todos los peligros que trae la migración.

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2017, al menos 109 niños cruzaron el Darién, mientras que en 2020 la cifra llegó a 1.653, con un pico de 3.956 en 2019, según cifras de Unicef.

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/ AFP Los migrantes que van a pie pueden tardar entre cinco y diez días en cruzar la selva.

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