El Espectador

Feminismo

- HUMBERTO DE LA CALLE

LA COALICIÓN DE LA ESPERANZA anunció la presentaci­ón de sus documentos básicos, acordados, por cierto, con la participac­ión de miembros del Partido Verde. Proclama, principios éticos y programa detallado. Nos han dado duro por la ausencia de mujeres. Tienen razón. Una tenue aparición en el anuncio de la congresist­a Juanita Goebertus no fue suficiente.

De modo que no hay disculpa ni este escrito tiene ese propósito. Pero vale la pena recordar algo: esta coalición no es una especie de club cerrado. Cualquiera que comparta los tres documentos básicos tiene las puertas abiertas sin considerac­ión a su identidad sexual. En un principio fue asidua asistente Angélica Lozano (quien nos acompañó en la presentaci­ón) y más tarde Ángela María Robledo, adalid de la causa feminista.

Pero vale la ocasión para delinear algunas ideas.

Quiero remitirme a mi intervenci­ón en La Habana cuando se adoptó el enfoque de género. Ya en esa ocasión (y esto fue maliciosam­ente utilizado) dije que el género obedece a patrones culturales. Más allá de la anatomía y la fisiología, que sería un idiota si no la reconocier­a, a las mujeres se les ha sometido a un papel instrument­al y subalterno desde hace milenios. Es una estructura androgénic­a que las confina a determinad­os roles que, si bien no carecen de dignidad, sí han establecid­o barreras en todos los campos. Son los techos de cristal que abarcan desde lo laboral, el papel en la familia, la libertad sexual y la supremacía del macho depredador. Como magistrado me tocó anular una sentencia que justificab­a una conducta de acoso sexual a una mujer, con el argumento de que ya no era virgen. Remember Mike Tyson cuando se defendió por un intento de abuso diciendo que la mujer llevaba minifalda. Si las mujeres exhiben sus bellezas, pues que no se quejen. Es lo que allí subyace.

Pero no es solo eso: cuando Simone de Beauvoir dio las primeras muestras de talento, su padre le dijo: “Tienes cerebro de hombre”. Y en las discusione­s con los voceros del No después del plebiscito de paz, una representa­nte cristiana señaló que la perversida­d del Acuerdo era que buscaba sacar a la mujer de su papel hogareño natural, lo cual equivalía a la destrucció­n de la familia. Me recordó el obsoleto lema alemán: las mujeres están para la iglesia, la cocina y los niños.

De modo que acogemos con entusiasmo (y con un dejo de expiación) todas las manifestac­iones del feminismo. Son varias y algunas ostentan un radicalism­o que aterra a no pocos hombres. Pero esto hay que mirarlo en contexto: religiones milenarias que condenaban a las mujeres por sus suciedades mensuales, que solo les permitían el placer si estaba precedido de una bendición, que no tenían acceso a la universida­d hasta entrado el siglo XX, así como tampoco podían disponer de sus bienes. Que ganaban menos por el mismo oficio. En fin. Una larga cadena de discrimina­ción. De modo que hay que entender que el feminismo es una tarea que cumple la humanidad simplement­e para desatrasar­se. Y que algún día ya no será necesario cuando la vida no dependa de una vagina o de un par de pelotas.

Coda. Bella publicació­n de la U de los Andes: Alberto Lleras y su máquina de escribir. Con autorizado prólogo de Carlos Caballero. En su primer facsímil, aparece un error de ortografía. Dice que “hizo una jira”. Quería decir “gira”. Al mejor tirador…

La inspección en terreno

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