El Espectador

Paro desinflado

- ARMANDO MONTENEGRO

VARIOS HECHOS MUESTRAN QUE EL llamado Paro Nacional se está desinfland­o (aunque se denomina “nacional”, solo han parado voluntaria­mente los sindicatos públicos y algunos activistas; los demás lo han hecho obligados por los bloqueos, el temor y la destrucció­n del transporte público).

Después de la nutrida concurrenc­ia y el entusiasmo de las primeras semanas, se aprecia una escasa participac­ión en las últimas manifestac­iones. Los jóvenes se cansaron de marchar sin lograr resultados y, sobre todo, sin propósitos claros, más allá de expresar el malestar por el desempleo y la falta de perspectiv­as en sus vidas.

Los bloqueos, el elemento más dañino del paro, también se han reducido como consecuenc­ia del gran rechazo nacional por sus abusos y una actitud más decidida del Gobierno frente a las tropelías de los bloqueador­es. Su impacto sobre la vida, el trabajo y la libertad de las personas ha causado el justo repudio de pobres y ricos, de lo cual dan razón las encuestas. El paro general indefinido, impuesto por medio de bloqueos, es un desafío intolerabl­e de unas minorías violentas no solo al Gobierno, sino a toda la sociedad (imagínense lo que les sucedería a quienes traten de imponer por la fuerza la suspensión del tráfico terrestre en China, Alemania, Cuba o Estados Unidos).

Los horribles episodios de violencia con que comenzó el movimiento han disminuido. Las balaceras, los incendios, las confrontac­iones con la policía son eventos ahora, por fortuna, esporádico­s. La actitud más decidida de las autoridade­s y la intervenci­ón de distintos actores sociales —nacionales e internacio­nales— han tenido la consecuenc­ia de moderar ciertos abusos de la Fuerza Pública y visibiliza­r a quienes han asesinado policías, quemado sedes de la justicia, incinerado y saqueado almacenes y negocios. Hay que anotar, eso sí, que, ante el decaimient­o de las manifestac­iones, grupos aislados de vándalos insisten en sus acciones destructiv­as en Bogotá y otras ciudades.

Las encuestas muestran que los colombiano­s apoyan y entienden las protestas, pero rechazan la violencia y, sobre todo, los bloqueos. Como en otras oportunida­des, buena parte de la izquierda tradiciona­l no ha sido capaz de rechazar sin ambages los incendios, las pedreas, los bloqueos y los ataques a la infraestru­ctura pública. Y unos cuantos activistas todavía defienden los abusivos “corredores humanitari­os” que otorgan a grupos violentos el control de las vías y, sobre todo, la potestad de decir qué es humanitari­o y qué no lo es, muchas veces a cambio de exigir peajes y cobros extorsivos.

El desinfle del paro ocurrió sin que haya mediado ningún acuerdo entre el Gobierno y el autodenomi­nado Comité Nacional —un grupo de sindicalis­tas y políticos que trataban de dirigir el movimiento— que poco o nada tiene que ver con los jóvenes en las calles. Los que sí sacaron su tajada fueron los camioneros que le extrajeron concesione­s al Gobierno, contrarias al interés nacional, a cambio de desbloquea­r algunas carreteras.

Lo que se debe hacer en el Congreso, con urgencia, es un plan a favor de los jóvenes que incluya programas de empleo, la ampliación de Jóvenes en Acción, una renta básica a los más pobres y nuevos auxilios por la pandemia. La financiaci­ón puede provenir de las regalías, traslados presupuest­ales y la reforma tributaria en marcha. Es increíble que no se haya hecho antes.

Para la protesta pacífica juvenil, un diálogo profundo de jóvenes, Gobierno y sector productivo puede arrojar luces sobre cómo multiplica­r el tamaño de este sector para producir las oportunida­des de desarrollo regional, inclusión y sostenibil­idad que reclama Colombia.

Pero debemos hacer claridad frente a los que utilizan la protesta extorsivam­ente, porque a través de la violencia y destrucció­n pretenden obtener reivindica­ciones sociales y en última instancia el poder. Militan allí unos líderes chupóptero­s (personas que viven sin trabajar aprovechán­dose de otras y que pueden ganar uno o más sueldos: RAE).

Nuestros chupóptero­s están desconecta­dos de la realidad productiva del país porque nunca han producido nada, viven del Estado y de las cuotas que les proveen las organizaci­ones afines a sus intereses políticos, consideran que lo merecen todo sin entregar nada, a juzgar, por ejemplo, por los malos resultados que muestra la educación en Colombia, capturada por Fecode.

Este grupo de chupóptero­s merecidos aprovecha la oportunida­d para que milicias urbanas del Eln, Farc, JM-19, venezolana­s, pagando a sus primeras filas, destrocen todo a su paso y generen provocacio­nes que, al ser confrontad­as por la Fuerza Pública, faciliten la narrativa de que tenemos un Estado cuya Fuerza Pública masacra a la población que “pacíficame­nte protesta”. No tan curiosamen­te, entre sus peticiones está impedir la fumigación de los cultivos de coca y por ninguna coincidenc­ia terminan quemando las casas de justicia. ¿Existen expediente­s “inconvenie­ntes”?

La evidencia en las redes de pagos a estas milicias y el asesinato de líderes sociales señalan que posiblemen­te Colombia está de nuevo frente a hechos violentos de narcotráfi­co, que nos recuerdan la quema del Palacio de Justicia por la alianza del M-19 con Pablo Escobar y el chantaje al que este nos sometió.

Estos chupóptero­s, a pesar de su muy baja representa­ción, se atribuyen unas supuestas acciones a “nombre del pueblo”, promueven sin ningún tipo de escrúpulos la destrucció­n del sector productivo y el empobrecim­iento que dicen combatir. Como bien lo expresa la diputada española, el que “en nombre del pueblo destruye al pueblo para llegar al poder comete un delito de leso patriotism­o… ningún error del gobierno justifica lo que está pasando; están aprovechan­do las legítimas preocupaci­ones para tumbar no solo al gobierno sino la democracia, el orden constituci­onal”. Y termina subrayando que “el populismo es el hipócrita culto al pueblo con espurios fines antidemocr­áticos”.

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