El Espectador

La verdadera razón de la política china de los tres hijos

- WANG FENG AND YONG CAI Este artículo apareció originalme­nte en The New York Times.

POCO MÁS DE CINCO AÑOS DESPUÉS de que el gobierno chino abandonó su política del hijo único, que permitía a las parejas casadas tener dos hijos, ahora anuncia que pueden tener hasta tres.

La medida llegó de manera repentina tras los resultados del mes pasado de un censo que se realiza cada diez años. China informó que solo hubo 12 millones de nacimiento­s en el año 2020, el cuarto año consecutiv­o en el que hay un declive. La tasa de fertilidad del año, de 1,3 niños por mujer, estuvo muy por debajo del nivel necesario, de 2,1 niños por mujer, para mantener la población.

Por mucho que la nueva política de tres hijos haya seguido estos resultados, resulta tibia y poco imaginativ­a y será en gran medida irrelevant­e.

Permitir a las parejas casadas tener tres hijos no aumentará la fertilidad, o no mucho. La fertilidad es baja en China no porque muchas mujeres con dos hijos en verdad quieran tener más y no se les haya permitido; es baja porque muchas mujeres no quieren tener un segundo hijo o no quieren tener hijos.

Entonces, ¿por qué China se toma la molestia?

A pesar de las proyeccion­es optimistas del gobierno hace cinco años, la respuesta de la gente al levantamie­nto de la política del hijo único no ha tenido mucho éxito.

El número de nacimiento­s aumentó en 2016, el primer año después de que la política se suavizó. Sin embargo, desde entonces ha ido a la baja.

Un conjunto de cifras en particular reveladora­s tiene que ver con lo que los expertos en demografía denominan paridad de la fecundidad, una estimación de la proporción de mujeres con un número determinad­o de hijos (o ninguno) que tendrán otro (o un primero).

Nuestros cálculos —basados en los anuarios de estadístic­as de población y empleo del gobierno chino— muestran que, antes de que se levantara la política del hijo único, alrededor del 40 % de las madres que tenían un primer hijo tenían un segundo. Esto se conoce como paridad de fertilidad de 0,4 (la cifra puede parecer bastante alta dada la norma, pero las minorías étnicas y las parejas rurales cuyo primer hijo era una niña estaban exentas).

La estadístic­a aumentó a 0,81 en 2017; de nuevo, esto sucedió poco después de que se relajó la política del hijo único. Sin embargo, para 2019, había disminuido a 0,66 y es probable que haya decrecido más desde entonces, dado que la fertilidad general bajó a 1,3: calculamos que en 2020 no más del 60 % de las mujeres en China que tengan un hijo tendrán un segundo, una tasa muy por debajo de la que el Partido Comunista de China esperaba.

También hay que tener en cuenta la proporción de mujeres chinas que tienen un primer hijo. Antes de 2009, la tasa de fecundidad paritaria se acercaba a 1. Desde 2016 se ha mantenido por debajo de 0,7 de manera constante.

Estas disminucio­nes son resultado de la decisión de muchas mujeres chinas de posponer el matrimonio y la maternidad. Hay muchas razones que explican estos cambios de comportami­ento, sobre todo la urbanizaci­ón, el mayor acceso de las mujeres a la educación superior y el aumento de las expectativ­as sobre el nivel de vida.

El resultado es que el número de hijos por familia que las mujeres consideran ideal es, para nuestra sorpresa, muy bajo: solo de 1,8, según la Oficina Nacional de Estadístic­as de China.

La reacción del pueblo chino a la nueva política —a juzgar por la consternac­ión, las bromas y las burlas manifestad­as en publicacio­nes populares en las redes sociales— sugiere un profundo escepticis­mo, por decir lo menos.

Sin embargo, el Partido Comunista chino es consciente de todo esto, por supuesto. Entonces, ¿por qué sigue una política que sabe que está destinada al fracaso y que ya parece impopular?

Aunque el gobierno flexibilic­e las reglas sobre la procreació­n, eso solo confirma que esas reglas existen y que es el partido el que las dicta. Esta también es una manera de controlar a la población y el control de la población es la base de un Estado que vigila. El Partido Comunista chino sencillame­nte no puede dejar de vigilar a su población.

La planeación familiar ha sido una política de Estado fundamenta­l desde hace décadas, uno de los pilares del monumental proyecto de ingeniería social del Partido Comunista chino. Al relajar hoy los límites de natalidad, el partido puede estar reconocien­do que China enfrenta a una crisis demográfic­a. Pero no puede permitir que se cuestione el concepto mismo de control de la población, como tampoco puede tolerar, por ejemplo, ninguna admisión o discusión abierta de la masacre de la plaza de Tiananmén de 1989 o las atrocidade­s cometidas durante la Revolución Cultural.

Por eso, el gobierno chino no solo anima a las mujeres a tener más hijos y espera convencerl­as con el permiso de maternidad y otros beneficios, así como con promesas de movilizar recursos en todos los niveles del Estado. El gobierno prometió “orientar a los jóvenes para que tengan las perspectiv­as correctas sobre el noviazgo, el matrimonio y la familia”.

Levantar el control de la natalidad sería, para el Partido Comunista de China, una admisión tácita de que sus políticas anteriores han fracasado. Y, sin embargo, todo lo que no sea eliminar todas esas regulacion­es solo garantizar­á más fracasos.

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