El Espectador

Sobre estatuas y monumentos

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además de pluralista­s son justas, sino que evita el surgimient­o de nuevos resentimie­ntos con los que una suerte de lex talionis cíclica y perenne ciertament­e seguiría aquejando a la humanidad.

Teniendo en cuenta las heridas históricas que necesitan sanar, ¿cómo se pueden intervenir estas narrativas para realmente reparar, reivindica­r y desagravia­r el pasado más allá de discursos y actos simbólicos? El arte, con su eterno poder para trascender el paso del tiempo, ofrece una solución que ya cuenta ejemplos contundent­es.

Cuando derribaron en Asunción la principal estatua del dictador paraguayo Alfredo Stroessner, el artista Carlos Colombino la intervino antes de que esta fuera puesta de vuelta en su lugar. Tras desbaratar la estatua, Colombino ubicó los pedazos más reconocibl­es entre dos enormes bloques de concreto con el fin de ilustrar la fuerte represión que el régimen stronista impuso sobre el país por 35 años. En un intento adicional por liberar el espacio público de la sombra de la dictadura, el gobierno está trasladand­o todos sus monumentos al Museo de las Memorias, donde establecer­án una nueva narrativa que busca reinterpre­tar la historia en lugar de borrarla, entendiend­o que el olvido es un camino resbaladiz­o que suele llevar a la repetición.

Otra forma de reivindica­ción histórica toma forma en la ganadora del Gran Premio de Novela de la Academia Francesa de 2019: Civilizaci­ones. A modo de ucronía (o historia alternativ­a), el autor Laurent Binet explora un mundo en el que la Conquista de América se desenvuelv­e de manera invertida, con los incas invadiendo una Europa del siglo XVI que nunca descubrió el Nuevo Mundo.

Aunque el escritor francés buscó de cierta forma ofrecer una “venganza histórica” a los pueblos amerindios a través de su novela, procuró evitar idealizarl­os. Siendo coherente con la condición humana y las dinámicas que caracteriz­aban a la civilizaci­ón inca, Binet lleva al ilustre Atahualpa en una conquista de los territorio­s europeos marcada tanto por alianzas e intercambi­os culturales como por masacres y represión. La inspiració­n inicial para la obra nació tras una lectura de El naranjo, o los círculos del tiempo, del escritor mexicano Carlos Fuentes, del cual incluye a modo de epígrafe la cita: “El arte da vida a lo que la historia ha asesinado”.

Nuestra relación con el pasado es compleja en demasía y, por ende, nunca habrá una sola respuesta que logre complacer a la humanidad entera. Es cierto que aferrarnos a una idea establecid­a del pasado por simple inercia o convenienc­ia continuará generando malestar social, pero simplement­e “cancelar” aquello que no nos gusta es una solución superficia­l e insostenib­le. Debemos tener la valentía de enfrentar la historia con todos sus matices, por más que estos despierten en nosotros la más lacerante vergüenza o el más profundo dolor.

Recordar es un acto poderoso y, como tal, se debe emplear para generar un impacto positivo. Se podría argumentar que la historia de la humanidad está conformada por una delicada procesión de aciertos entre un mar de errores, pero es precisamen­te la abundancia de lo segundo lo que nos permite alcanzar lo primero. Debemos asumir con inteligenc­ia esta naturaleza que nos ha traído hasta el momento presente y nos hará continuar evoluciona­ndo como sociedad. De todos los errores, sería el más garrafal buscar borrar el pasado solo porque nos incomoda, intentando satisfacer esa eterna vanidad humana que nos hace creernos libres de falencias que vemos en otros y poseedores de un control sobre la historia que no se trata más que de una efímera ilusión.

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