Ortega y Somoza son la misma cosa
CON UNAS ELECCIONES GENERAles previstas para noviembre, Daniel Ortega ha encarcelado a cuatro candidatos presidenciales y al expresidente del gremio de empresarios de Nicaragua Adán Aguerri. El que está haciendo estas cosas es el mismo comandante de la revolución que derrocó al dictador Anastasio Somoza, para convertirse, él mismo, en cabeza de un régimen dictatorial que se roba las elecciones, borra la separación de poderes y asesina a sus opositores. En efecto, desde que fue reelegido en 2007, luego de prometer que respetaría la separación de poderes, la libertad de opinión y la libre empresa, Ortega se dedicó a aplicar en Nicaragua las lecciones que le enseñó Hugo Chávez para destruir la democracia liberal. Eso sí, a diferencia de Chávez, mantuvo la economía de mercado, consintiendo a los grandes empresarios y optando por volverse millonario él mismo. Así, puso a sus hijos Laureano y Rafael a dirigir Pronicaragua, entidad dedicada a atraer inversionistas del exterior y al negocio de los combustibles, en tanto a su nuera Yarida Leets la puso a manejar la empresa que agrupa las bombas de gasolina de todo el país. A otros cuatro hijos les dio los canales de televisión y las más importantes emisoras de radio.
El marxismo y el populismo del jurista nazi Carl Schmitt, que Ernesto Laclau trajo a América Latina, es la ideología que inspira a estos regímenes, una ideología que divide a la sociedad entre “el pueblo amigo” y “la élite explotadora”, cuyo enemigo principal es la democracia representativa liberal, que es la única democracia posible en sociedades de grandes poblaciones. El populismo odia al liberalismo porque este acepta que la sociedad es plural, que en el demos conviven una diversidad de grupos, ideas y proyectos de futuro, que dichas ideas evolucionan y cambian en el tiempo, y que, por lo tanto, el poder de quienes gobiernan en nombre de las mayorías que ganan las elecciones debe estar limitado en el tiempo y el espacio. Así mismo, el liberalismo acepta que se deben respetar los derechos fundamentales de todos, en particular de las minorías que pierden las elecciones. Por el contrario, la ideología de déspotas como Mussolini, Stalin, Castro, Chávez y Ortega jamás acepta la diversidad y la pluralidad del demos y, por lo tanto, tampoco la pluralidad y la rotación de los partidos y movimientos que compiten por su apoyo. Para esos dictadores, el pueblo es un único cuerpo que conoce cuál es su bien común definitivo y cuenta con una sola voluntad, que, por supuesto, ellos y solo ellos, los dictadores, encarnan.
En medio de la protesta social que hemos visto en Colombia, también hemos leído y escuchado a quienes argumentan que frente a una “élite” corrupta —representada por todos los gobiernos que ha habido desde la Independencia y por todos los políticos, jueces y empresarios— se levanta ahora “el amanecer del pueblo oprimido” y por fin llegó el momento de que “el pueblo dicte la ley”. Esas evocaciones al pueblo son semejantes a los discursos de Mussolini, Castro y Chávez. Más vale que quienes así escriben también recuerden que cuando Daniel Ortega repite que solo él representa al pueblo, quienes protestan en las calles de Managua le gritan: “¡Ortega y Somoza son la misma cosa!”.