La sociedad cambia, las instituciones duermen
CUANDO EL ESTADO Y EL SISTEMA político no canalizan las demandas sociales, son desbordados por movimientos sociales y por el populismo.
La convulsión social y política actual tiene distintas explicaciones. Quizá la principal de mediano plazo es la brecha enorme entre el cambio de la sociedad y el cambio institucional. La sociedad colombiana ha sufrido cambios profundos en los últimos 30 años; sin embargo, los cambios de las instituciones han sido mínimos. En lo político se pasó de un sistema bipartidista e institucionalista al hiperfraccionamiento y al populismo de derecha e izquierda. En lo económico el PIB per capita se multiplicó por cuatro entre 2003 y 2013, y cayó casi un 30 % desde entonces, es decir, millones de colombianos salieron de la pobreza y de la pobreza extrema, y millones están regresando a ellas. En lo social los avances en educación, salud y derechos civiles han generado un cambio de expectativas muy grande. La dinámica reformista que empezó con la Constitución del 91 se frenó, y la única gran reforma desde entonces, la terminación de la mayor parte del conflicto político armado, está siendo frenada. En lo electoral el país se divide entre el viejo clientelismo, que mantiene las mayorías, y el nuevo populismo, que desprestigia la capacidad de las instituciones para hacer cambios.
Son mínimos los esfuerzos por combatir las cuatro plagas colombianas, que el país había aceptado como inevitables: la ilegalidad, la inequidad, la impunidad y la informalidad. El sistema político está bloqueado para sacar adelante las reformas que todo el mundo reconoce como urgentes: la tributaria estructural, la de la justicia, la de la salud, la pensional, la de los órganos de control, la de reducción de costos a la formalidad, la de la Policía, etc.
Un sistema político es como una presa, acumula el agua de las demandas sociales para regular su uso. Libera el agua controladamente dependiendo de las necesidades y posibilidades. Rápidamente, para generar energía en épocas convulsionadas o de grandes oportunidades; lentamente, para irrigar en épocas tranquilas o peligrosas. Cuando la compuerta de entrada se cierra casi completamente, el río de desborda y la presa no solo deja de prestar su función reguladora, sino que corre el riesgo de ser arrasada por la furia del agua contenida.
El gobierno Duque no promovió ninguna reforma importante, como si las demandas sociales y la capacidad fiscal no hubieran crecido exponencialmente (los gastos de funcionamiento del Estado crecieron 700 % desde el año 2000). A la demanda incesante de cambio desde las calles ha respondido descalificándola como frívola y politizada. Al bloqueo institucional ha respondido con hiperpresidencialismo durante la pandemia, y a la súplica de reformas de la consulta anticorrupción, con la cooptación e hiperpolitización de los órganos de control.
Se puede aceptar la tesis de que la inestabilidad se debe a Gustavo Petro, Nicolás Maduro y las ex-Farc, que es un diagnóstico propio de hace 20 años, o preguntarse si la pérdida de la iniciativa y el control político puede deberse a que el sistema político no saca adelante iniciativas de reforma que el país pide a gritos. Se defienden las instituciones renovándolas, no atrofiándolas.
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El sistema político no saca adelante iniciativas de reforma que el país pide a gritos”.