El Espectador

Quedan pocas cosas en pie

- LORENZO MADRIGAL

HA SIDO ESTE UN LARGO MES DE pérdidas sin ganancias, destrozos tolerados, en cuanto a la ciudad, por la tenue alcaldesa de Bogotá, quien llegó al edificio Liévano sin saber lo que le esperaba: una pandemia mundial y una revuelta nacional, de algún modo efecto de aquella. Hay la impresión de que ninguna de las dos calamidade­s se generó espontánea­mente y podría pensarse que ambas han sido producto de laboratori­o.

Miremos lo que se ha perdido, sin contar las vidas humanas. Algunas estatuas han caído, bueno, de bronce son y no han sufrido deformacio­nes, supongo. Pero al suelo han ido a dar y esto en distintas ciudades (Cali, Neiva, Popayán); en la capital de Claudia López cayó la del fundador Jiménez de Quesada, casi nada; poco faltó para que las de Colón e Isabel corrieran la misma suerte. Se han preservado algunas, quizás porque están sentadas (Caro en la Academia, Cuervo, Vásquez Ceballos, la Pola y alguna más, que son sedentes). Otras son puras cabezas o bustos, como el encorvado de Luis Eduardo Nieto Caballero, LENC, y no se diga la gran cabeza de Laureano Gómez, que, de echarla a rodar, obstruiría la avenida Norte-Quito-Sur, NQS.

Ha habido grandes daños en propiedade­s particular­es, como establecim­ientos comerciale­s, bancarios y otros, desestimul­ando las actividade­s económicas, que dizque se abrían en osada aventura el martes pasado. Esto después de haber ocurrido el confinamie­nto de barrios y simulacros de encierros domésticos, todo dentro de la improvisac­ión que a lo mejor no es de cobrarle a la inexperta funcionari­a.

Valores más importante­s que los materiales se han perdido a la vista de todos. Qué decir del acatamient­o a las normas ciudadanas de elemental convivenci­a. Que ocurra un tumulto con daños no está bien, pero al día siguiente no se repetirá. Distinto es que se particular­ice un determinad­o sector para protestas, como ha ocurrido en la Bogotá de Claudia, en el sector de Los Héroes, donde se anuló el comercio y el paso libre al norte y sur de la ciudad. La protesta se alega como derecho constituci­onal prevalente sobre el orden público y las atribucion­es del propio presidente de la República.

Se han perdido el respeto y la considerac­ión entre las personas, desatándos­e una inicua enemistad de clases entre favorecido­s y los que no lo son y que por ende reclaman. Vaya si con razón, pero esto no puede resolverse o atenuarse con normas de justicia drásticas e inmediatas, pues ello sólo conduciría a noches de San Bartolomé.

Por la borda se ha echado también la estética de las ciudades, la de estaciones y puentes, el daño en pavimentos y muros. Como me decía antier un importante dirigente, ahora reacio a participar en lides presidenci­ales, lo que todo esto le produce no es preocupaci­ón, sino una profunda tristeza. De veras, dan ganas de llorar.

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