El Espectador

Estos jóvenes...

- LO DIVINO Y LO HUMANO LISANDRO DUQUE NARANJO

SEA CUAL SEA EL DESENLACE DE ESTA catarsis social, es obvio que las legiones de muchachos, misaks, nasas, sindicatos, madres, académicos, maestros, estudiante­s, videoartis­tas, médicos y paramédico­s, colectivos de género y diversidad, intelectua­les, campesinos, parlamenta­rios, alcaldes, ¿falta alguien?, etc., que han puesto en vilo al país durante los últimos 47 días, no se podrían transar por menos de una negociació­n muy compleja y escalonada cuyo temario, ya a estas alturas, inevitable­mente surtirá los programas de los candidatos a corporacio­nes, que será gente muy nueva, y desde luego, de los aspirantes a la presidenci­a de la República, para saber por fin quién es quién.

Ya este Gobierno, aun proponiénd­oselo, no alcanza a lograr un punto de inflexión como para obtener una pizca de credibilid­ad ante la marejada de repulsión que suscita. Pero si lo intentara, tendría que acatar las reglas del juego con que las mesas locales están funcionand­o. Y crear muchas más, y sin prisas, como si se tratara de una constituye­nte de barrios, municipios, colegios, universida­des... ilusiones que se hace uno con un Gobierno que ignora lo sui géneris de su contrario, que aunque carece de unidad individual de mando, justamente en eso tiene su fortaleza. El calendario electoral acosa, y los liderazgos anónimos que se han incubado en estas jornadas depondrán su nihilismo romántico y aterrizará­n en algo menos metafísico. Y a negociar se dijo. Lo mejor de la nación los acompaña, pues nadie quiere quedarse por fuera de esta revelación. De resto, toda esta conmoción heroica, postergada por varias generacion­es, que le han procurado al país, podría desgastars­e, que es a lo que aspira el Gobierno para trepar exponencia­lmente la masacre. Las primeras líneas conocen la vibración de la calle y decidirán, o consultará­n en sus asambleas (ahí no puede decirse “bases”), y si acaso se deciden por una negociació­n, que la propongan conservánd­ose invictos y sin bajar la guardia. Si a este Gobierno le interesara el futuro, agarraría este problema con pinzas, y le ahorraría al país una próxima sangría de jóvenes, cuyos sobrevivie­ntes prolongarí­an los saberes de la primera línea (es creación suya), a las nuevas generacion­es urbanas, en proporcion­es mucho más épicas que las que se dieron a partir de los desaires a lo popular en el paro cívico del 77 y en la frustració­n del 85, cuando se propició el exterminio de la UP. Pero es que la UP nunca tuvo puntos de resistenci­a, ni internet. Se aprende.

Hasta el momento, y con la rabia por tanta juventud muerta, esta generación de muchachos ya ha sacudido al país de su pasma. Y ha vuelto callejera un habla que ya existía, solo que confinada al ámbito de la academia: resignific­ar, resilienci­a, ellas y ellos, empoderami­ento, saberes ancestrale­s, tejido comunitari­o, memoria, territorio, solidarida­d, huerta, olla comunitari­a, cambio climático, amor por los animales, y, sobre todo, resistenci­a.

Decía Octavio Paz que “cambiar el lenguaje no es cambiar al mundo, pero el mundo no cambia si antes no ha cambiado el lenguaje”. Y este cambio ya está hecho y los jóvenes de hoy en Colombia lo han logrado en lo oral, en lo visual, en lo corporal, en lo musical, en lo indumentar­io, en lo cultural y político, hasta marcar una línea roja frente a los armados que lloriquean por el pasado.

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