Mi primera protesta
EL PASADO 12 DE MAYO SE llevó a cabo en la UVA de El Tesoro el En-tendedero. Una propuesta de un grupo de estudiantes de Los Andes que se ha imitado en varias ciudades de Colombia. La premisa es sencilla: llevar una obra, un papel, un pedazo de tela que se pueda colgar como protesta pacífica y medio de expresión. Sin embargo, han pasado varios días desde que se llevó a cabo y un pensamiento no me deja en paz.
El día anterior, como aquel que busca en las sombras huir de sus acciones, usé la tranquilidad de la noche para, en un pedazo de trapo viejo, plasmar mi mensaje, y mientras lo hacía me preguntaba por qué me escondía.
A partir de ese día he pensado qué me llevó a actuar así y qué implicaciones existen.
La protesta, si es que se le pudo llamar así, no fue más que sentarse en la UVA y mirar las obras de los demás. Se comió pizza, se caminó, se conversó. Pero esa sensación estigmatizante de “protestante” me pesaba y no entendía muy bien el por qué.
La memoria me llevaba a los pocos momentos en que se ha conversado de política en mi familia y cómo han terminado estos. La diferencia entre ideas puede degenerar rápidamente en discusión porque no hemos aprendido a conversar y esa misma falta de conversación es la que ha mutilado la libre expresión y la defensa de las posturas políticas. Mutilación que se ha llevado a cabo desde ambos “extremos”.
El silencio obligado viene desde la casa: en la mesa no se habla de política, religión, ni fútbol, dice el refrán popular, pero poco se piensa en las consecuencias de esta idea. Porque prohibir desde lo más íntimo del seno del hogar es arar la tierra que cultivará pensamientos sesgados y opiniones violentas, donde no se respetan los demás puntos y se busca “cancelar” a todo aquel que no piensa igual o se tilda de tibio a todo aquel que no se compromete fervientemente a alguna causa de la que no tiene todavía información.
Este aturdimiento de la palabra hablada y escrita conlleva a generaciones y generaciones de mudos por miedo o por convicción, los dos igual de peligrosos. Y esta falta de ideas ajenas a las nuestras genera una caja de resonancia donde nuestra opinión cuenta y ninguna más, siguiendo así un camino peligroso donde nos volvemos violentos, sensibles, defensivos de nuestra caja, porque jamás aprendimos a escuchar otras opiniones, porque jamás aprendimos a hablar, porque crecimos pensando que nuestra caja y la de aquellos que nos rodean es la que guarda la razón absoluta.
Tanto los personajes más conservadores como los que tenemos un pensamiento más liberal hemos aportado a esto, puesto que ante la supuesta ofensa que es el cuestionamiento de nuestras ideas se acude a todo tipo de tácticas para protegerla, especialmente a la humillación y la degradación del pensamiento del otro.
Así pues, en mi primera protesta sentí cómo, al jamás haber practicado el hablar de política, fútbol, ni religión, una lupa omnipotente me juzgaba y no entendía, no quería entender qué tenía yo por decir. Pero también aprendí que no solo con palabras nos comunicamos y no solo conversamos al hablar, escuchar es un factor de la ecuación que comúnmente se deja por fuera porque solo queremos escuchar lo que creemos.
Al hablar de lo incómodo y de lo tabú se es un revolucionario. Al escuchar lo que no queremos es escuchar se es un sabio.
‘‘La diferencia entre ideas puede degenerar rápidamente en discusión porque no hemos aprendido a conversar y esa misma falta de conversación es la que ha mutilado la libre expresión y la defensa de las posturas políticas”.