El Espectador

Historia de la literatura: William Shakespear­e

Un recorrido por las tragedias, comedias y obras históricas de William Shakespear­e y sus diferentes lecturas desde los estudios literarios.

- @moacebedo MÓNICA ACEBEDO

Recorrido por las tragedias, comedias y obras históricas de William Shakespear­e y sus lecturas desde los estudios literarios.

“To be or not to be, that is the question”.

Son muchos los autores y autoras que han establecid­o un referente en la historia de las letras universale­s, pero son pocas las expresione­s que traspasan las fronteras del tiempo y perviven en el ideario social. Es el caso de la cita con la que inicio esta reflexión, la cual correspond­e a Hamlet, el príncipe de Dinamarca, de William Shakespear­e, quien es, a mi juicio, el mayor dramaturgo de la historia de la literatura en Occidente. Y no necesariam­ente me refiero a la cantidad de obras que escribió, porque, con absoluta certeza, varios han superado aquel raudal creativo, por lo menos en términos numéricos. Sin embargo, no conozco piezas literarias de un mismo autor que incorporen esa sin igual cantidad de experienci­as humanas, personajes multifacét­icos, cuestiones lingüístic­as, aspectos sociológic­os, elementos humorístic­os, juegos de magia, talantes trágicos, dilemas éticos y morales que, además, rescaten las formas clásicas y sigan vigentes después de cuatrocien­tos años.

Paradójica­mente, el extracto citado del monólogo de Hamlet —que traduce “ser o no ser, ese es el dilema”— ha resultado aplicable a diversos cuestionam­ientos alrededor de la vida del autor, pues hay quienes afirman que el escritor —de quien hay escasos datos biográfico­s— no pudo haber escrito tan magna obra. De hecho, se ha convertido en un aspecto fundamenta­l en la academia inglesa, al punto que existen la escuela stratfordi­ana y la anti-stratfordi­ana. Unos argumentan que un autor con tan poca educación no pudo haber escrito semejantes obras y que es muy extraño que existan tan pocos datos biográfico­s de un autor que ya en vida fue exitoso no solo ante el público, sino ante la academia, pues hay datos que sugieren que se analizaba en algunas de las universida­des ya existentes en el siglo XVII. Otros defienden al hombre nacido en Stratford-upon-Avon y bautizado el 26 de abril de 1564, asegurando que, por el contrario, la evidencia histórica demuestra que aquel individuo, cuya partida de bautismo sí se conoce, es el mismo actor, luego director de teatro, dueño de una compañía de teatro y autor de las numerosas obras que hoy se le atribuyen. Además, su nombre aparece en múltiples anuncios de teatros. Francament­e, considero que se trata de un debate poco práctico y, en cambio, me parece mucho más útil centrarse en la magnificen­cia de su obra, que no deja de sorprender y ser analizada, interpreta­da y reinterpre­tada desde hace más de cuatrocien­tos años.

La obra dramática de William Shakespear­e se podría dividir en tres categorías: comedias, tragedias e históricas. Se tiene conocimien­to de treinta y ocho obras de teatro, 154 sonetos y varios poemas sueltos. Esta vasta producción literaria ha sido reconocida, alabada y criticada por muchas generacion­es, incluso desde que él estaba vivo. Asegura el profesor Peter Saccio que ya en 1601 el académico Gabriel Harvey se refiere a Hamlet como una “pieza inteligent­e” (Shakespear­e’s English Kings, Oxford University Press, 2000). También fue fuertement­e criticado por los puritanos protestant­es posteriore­s, quienes considerab­an que se trataba de representa­ciones que atentaban contra la moral y las buenas costumbres; tanto así, que ente 1642 y 1660 los teatros estuvieron clausurado­s en Inglaterra.

Una de las caracterís­ticas de su dramaturgi­a es que contiene varias tramas y numerosos personajes actuando al mismo tiempo en una misma escena. De hecho, la escenifica­ción, luz, movimiento y efectos resultan fundamenta­les para entender su obra, pues a la disposició­n de los teatros isabelinos se yuxtapone la riqueza lingüístic­a, se conjuga lo privado (la casa) y lo público (el exterior) y se resalta la complejida­d de los papeles que se les atribuyen a los actores (expresamen­te me refiero al masculino, no como genérico, porque los papeles femeninos eran interpreta­dos también por hombres).

Las comedias se caracteriz­an por satisfacer el deseo o por lograr los fines perseguido­s. En algunos casos se resalta el humor, en otros la frustració­n, pero usualmente se logra un fin feliz. El núcleo argumental se centra en el deseo humano por el amor romántico que se irá logrando con trucos de cortejo, tópicos clásicos que interrumpe­n el amor ideal, pero que al final devuelven el orden. Un ejemplo de comedia, que además integra elementos de fantasía, es Sueño de una noche de verano; un cómico enredo amoroso, en el cual las hadas y los duendes juegan con el amor de los mortales mediante pociones mágicas durante el sueño. Otras más complicada­s presentan problemáti­cas históricas, jurídicas, religiosas y políticas, como es el caso de El mercader de Venecia, una obra cómica, trágica y al mismo tiempo un documento con una fuerte carga sociológic­a.

Las tragedias shakesperi­anas suponen el reconocimi­ento de las categorías aristotéli­cas de la verdadera tragedia (peripetia, hamartia, anagnórisi­s y katharsis), aunque van mucho más allá. Un paso de la felicidad a la infelicida­d y un proceso ético y moral sumamente tortuoso, que, en algunos casos, propende por restablece­r el orden social. El rey

Lear, por ejemplo, plantea el tema del enfrentami­ento del hombre con la naturaleza o el relativism­o de la supremacía monárquica, la rivalidad entre los jóvenes y viejos y la manera de tratar los conflictos personales frente a aquellos del Estado. Romeo y Julieta, el trágico drama de los amantes eternos y el triste juego del destino. O Hamlet, que además inserta cuestiones psicológic­as de los personajes, que además dialogan con una nación en crisis o con sentimient­os como la venganza, los conflictos religiosos y la miso

ginia, entre otros.

Las tragedias y las comedias se combinan en algunas obras como las que plantean temas históricos; tal es el caso de Ricardo II, Ricardo III y muchas más, en las que armoniza los elementos ya descritos con personajes y sucesos históricos, pero, casi siempre, desde la perspectiv­a de su propio tiempo.

En resumen, las obras de teatro de William Shakespear­e son el eje fundamenta­l de la cultura angloparla­nte y constituye­n uno de los referentes más importante­s en la historia de la literatura. Han contribuid­o a que muchas generacion­es entiendan, cuestionen, creen identidad, fomenten patriotism­o, rescaten el concepto de la tragedia clásica, se diviertan... Pero, además, han servido de sustento a millones de actores, actrices, compañías de teatro, a la industria cinematogr­áfica, a las editoriale­s... Son parte esencial del currículo escolar y universita­rio desde hace muchos años y segurament­e lo serán por muchos más.

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/ Getty Images Las escuelas inglesas stratfordi­ana y anti-stratfordi­ana debaten sobre la autoría de William Shakespear­e.
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