El Espectador

Estallidos que nos mantienen atados al pasado

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EL TERROR OPERA MEDIANTE ECOS. Su propósito es que con un solo acto se despierten todos los fantasmas del pasado, se genere incertidum­bre y las personas se sientan inseguras. Así ha funcionado en Colombia durante décadas. Los carros bomba, como el que vimos en la Brigada 30 del Ejército Nacional en Cúcuta, tienen un objetivo físico, que son los 36 soldados heridos, y uno psicológic­o: sembrar el caos entre los colombiano­s, convencerl­os de que no hemos superado la herencia de violencia, crear la sensación de que los grupos armados al margen de la ley tienen más poder que el que en verdad tienen. La sociedad no puede controlar el mensaje, pero sí decidir qué hacer con él. Como tantas veces en el pasado, el país debe contestar con resilienci­a, repudio y claridad de que apostarle a la paz es la única opción viable para construir la Colombia soñada.

Las imágenes son tremendas. Se ve una Toyota Fortuner Blanca, modelo 2017, estallar dentro de la brigada. Al cierre de esta edición contamos 36 soldados heridos. Ningún grupo al margen de la ley se ha atribuido la responsabi­lidad, pero la Fiscalía y el Ministerio de Defensa han mencionado indicios que enlazan el atentado con el Eln o la Segunda Marquetali­a, creada por disidentes de las Farc.

Tendría sentido, dado que esta es zona de influencia de ambos grupos, pero las lecciones del pasado llaman a la cautela: es necesario que las autoridade­s investigue­n y le cuenten a Colombia, con pruebas en mano, quién está buscando sembrar la desestabil­ización.

Una forma de reaccionar es posar, de nuevo, la mirada sobre esta zona fronteriza. Cúcuta es la segunda ciudad con más desempleo del país, solo después de Riohacha. Según datos recientes del Departamen­to Administra­tivo Nacional de Estadístic­a (DANE), más de la mitad de la población (53,5 %) vive en pobreza monetaria. La tasa de informalid­ad está por encima del 70 %. Esto en una ciudad que fue gobernada durante muchos años por un alcalde que sería condenado por asesinato y con fuertes sospechas de cercanía al paramilita­rismo. La capital de Norte de Santander es un territorio caliente que mezcla narcotrafi­cantes, contraband­istas, el Eln, la Segunda Marquetali­a, el Epl y varias bandas criminales. Si expandimos la mirada al departamen­to, nos encontramo­s con muchas zonas rojas donde la violencia hace pareja con la pobreza para crear una terrible situación social. Además, es uno de los principale­s receptores de migrantes venezolano­s.

Varios gobiernos han prometido solucionar el atraso histórico de Cúcuta y de Norte de Santander. El gobierno de Juan Manuel Santos lo intentó, incluso con una declarator­ia de emergencia económica y social en la frontera. El presidente Iván Duque ha hecho varias declaracio­nes sobre la importanci­a de ayudar a recuperar la zona, pero los resultados saltan a la vista. Estamos lejos de una solución.

Es en ese contexto que ocurre el carro bomba. La respuesta institucio­nal tiene que ser dar con los responsabl­es y explicar qué pasó, pero también reforzar el compromiso con Cúcuta y Norte de Santander. En el avance de Colombia, se trata de un territorio que se ha quedado atrás. Eso permite que los grupos armados sigan andando en la impunidad, reclutando personas y sembrando terror. Ante eso, la clave es seguir invirtiend­o en la construcci­ón de Estado y legalidad. Eso ayudará a reducir los ecos del pasado que revivieron con el atentado.

‘‘El

país debe contestar con resilienci­a, repudio y claridad de que apostarle a la paz es la única opción para construir la Colombia soñada”.

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