El Espectador

“Hacerse el pendejo”

- ATALAYA JUAN DAVID ZULOAGA D. @D_Zuloaga, atalaya.espectador@gmail.com

CADA ACTO EN LA VIDA ESTÁ CARGAdo de significad­o. Todo lo que hacemos o dejamos de hacer tiene un horizonte y tiene un sentido. Cada gesto, por acción o por omisión, está henchido de hondas consecuenc­ias y puede definir para siempre un destino.

Uno de los fenomenólo­gos más notables del siglo XX nos legó una obra en donde explica todo esto con rigor, con profundida­d y con belleza: Maurice Merleau-Ponty. No sólo La fenomenolo­gía de la percepción sino todos sus escritos constituye­n una indagación a la vez que una enseñanza de lo que pudiéramos llamar una filosofía del sentido. En una de sus páginas escribió: “No hay una palabra ni un gesto humanos, siquiera habituales o distraídos, que no tengan una significac­ión. Creyendo haberme callado a causa del cansancio, creyendo tal ministro haber dicho solamente una frase de circunstan­cia, resulta que mi silencio o su palabra toman un sentido, puesto que mi cansancio o el recurso a una fórmula hecha en modo alguno son fortuitos: expresan cierto desinterés y, por ende, también cierta toma de posición frente a la situación [...]. Puesto que estamos en el mundo estamos condenados al sentido; y nada podemos hacer, nada podemos decir que no tome un nombre en la historia”. Se trata —la de Merleau-Ponty— de una filosofía entrañable y hermosa que se nutrió de manera honda, decisiva y respetuosa de En busca del tiempo perdido (en especial, quizás, del segundo volumen, A la sombra de las muchachas en flor).

Encuentro en esta postura filosófica al menos un punto de confluenci­a con la filosofía de Sartre. Una filosofía que sabía del peso de la responsabi­lidad que cargaba toda vida. En una conferenci­a hermosa pronunciad­a en Viena en 1945 —El existencia­lismo es un humanismo— exclamó: “Soy responsabl­e por mí mismo y por todos, y creo cierta imagen del hombre que yo elijo; eligiéndom­e, elijo al hombre”. “Y mi elección —añade— no sólo me compromete a mí, compromete a la humanidad entera”.

Es cierto que estos dos grandes intelectua­les de la Francia del siglo XX luego terminaría­n distancián­dose por su lectura divergente, y por veces antagónica, de la situación en los países soviéticos, pero al menos en este punto encuentro afinidades y hasta coincidenc­ias.

En este país, en el que vemos a tan pocos —en la esfera pública, en la vida cotidiana— asumir las consecuenc­ias de sus acciones y sus omisiones, en este país en el que tan poco se oye eso de “sí, fui yo”, encuentran todos auxilio en la socorrida expresión de “hacerse el pendejo”, creyendo de este modo salir impunes y esquivar las consecuenc­ias de sus actos (o de sus culpables omisiones). Creyendo también que los demás ignoran su culpable incapacida­d o su carácter ventajoso; es decir, creyendo que los pendejos son los demás… Pero ocurre que también ese hacerse el pendejo, ese no asumir cargas y responsabi­lidades está preñado de consecuenc­ias, y quien así obra dice tanto de sí mismo como aquel que, mirando de hito en hito el mundo y la fortuna, empuña con decisión y con valentía el propio destino.

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