Una oportunidad para desembarrarla, presidente
DESPUÉS DE METER TANTO LA PATA en política internacional, al presidente Duque se le va a presentar una oportunidad de oro para desembarrarla: el miércoles, la Asamblea General de la ONU votará, por vigesimoséptima vez, la resolución sobre la “necesidad de poner fin al bloqueo” de EE. UU. a Cuba.
Como recuerdan, el 17 de noviembre de 2019 Colombia se abstuvo, por primera vez desde 1992, de votar a favor de su levantamiento. Mientras 187 naciones apoyaron la resolución y solo tres se opusieron (EE. UU., Israel y el Brasil de Bolsonaro), ¡Colombia adoptó la posición de Ucrania! y se abstuvo porque, según el entonces canciller, Carlos Holmes Trujillo (q. e. p. d.), Cuba albergaba a terroristas. Se refería a que en la isla se encuentra la delegación de paz del Eln y a que Cuba se niega a extraditarlos, como Duque plantea, pues como país garante de los diálogos de paz, junto con Noruega, no puede desconocer los protocolos que en caso de ruptura de las negociaciones rigen entre el Estado colombiano y el Eln.
La hostilidad de Duque hacia Cuba ha sido inexplicable y llegó a tal punto que el 14 de mayo del 2020 el entonces comisionado de Paz, Miguel Ceballos, celebró la inclusión de Cuba por parte de EE. UU. en la lista de países que no cooperan en la lucha contra el terrorismo, y afirmó que dicha inclusión constituía “un espaldarazo del gobierno de EE. UU. a Colombia”. ¿Quería decir que el gobierno de Duque había hecho lobby para que los gringos incluyeran a Cuba en semejante lista? No sabemos. Lo que sí sabemos es que esa guerrita terminó en que, poco antes de acabar su período, Trump incluyó a Cuba en la lista de países que patrocinan el terrorismo, con lo que se intensificó el bloqueo. Ahora, en desarrollo de esa medida, los cubanos no pueden hacer transacciones con los dólares que hay en sus bancos, lo cual, entre otros desastres, causa que se retarde la producción de vacunas contra el COVID-19.
Hasta ahí, con la información que se tenía, la actitud de Colombia hacia Cuba se podía interpretar como intransigente y dura, aunque de principios. Pero cuando el entonces comisionado Ceballos reveló, hace más de un mes, que desde diciembre del 2019 comenzaron las exploraciones del Gobierno con miras a reanudar los diálogos con el Eln y que en ese período se realizaron 28 encuentros —22 en la sede de la Nunciatura en Bogotá, seis en la Casa de Nariño con la participación de Duque y cuatro viajes a La Habana—, la actitud de Colombia se reveló servil con el gobierno de Trump, torcida e hipócrita.
Sin embargo, las cosas han cambiado: en la Casa Blanca ya no está Trump, a quien Duque le apostó todo a favor. Está Biden, un demócrata cuya prioridad, en el caso de Colombia, es que se respeten los derechos humanos y se implemente el Acuerdo de Paz. Además, Biden está revisando la política de Trump con respecto a La Habana y es muy probable que flexibilice los viajes a Cuba, que se vuelva a permitir el envío de remesas desde EE. UU. y que se retire a la isla de la lista de países que patrocinan el terrorismo.
Así las cosas, si el miércoles, por la misma razón del 2019, Colombia se vuelve a abstener en la ONU de condenar el bloqueo, no solo quedará ante el mundo como un país incoherente, sino que perderá la oportunidad de mejorar y “deselenizar” la relación con Cuba y, muy probablemente, volverá a aparecer a los ojos de Biden como un país nostálgico de Trump. Y esa sensación, justamente, es la que Duque intenta cambiar.