El Espectador

“¡Que no quiero verla!”

- ANA CRISTINA RESTREPO JIMÉNEZ

aspirante que careciera de sus relaciones y del conocimien­to de quien ya sabe cómo va el agua al molino.

De su labor se espera “recomponer las relaciones con Estados Unidos y reconquist­ar Washington para el bien del país”, según sus propias palabras.

Aunque su antecesor dice que todo está hecho, no ha sido posible el encuentro entre Biden y Duque, algo que no lograron los buenos oficios de Pachito y eso lo dice todo.

Por eso afirmamos que Colombia cuenta con un señor embajador, el que necesitaba nuestro país, quien deberá esperar unos años para poder volver a ser candidato a la Presidenci­a, si es que le sigue gustando la esquiva y traicioner­a política a la cual no es muy afín.

“NOS MUEVE A ENCENDIDA PROTESta que se expongan motivos ornamental­es que constituye­n un grave atentado contra el pudor [...] Los niños reclaman protección a su inocencia y las damas exigimos respeto a nuestra dignidad y virtud”. En 1947, el propietari­o de la Sastrería Emperatriz recibió esta carta de la Juventud Católica Femenina que clamaba por el retiro de las esculturas Plenitud y Deseo, del escultor José Horacio Betancur, en Medellín: “Símbolos que contradice­n la tradición religiosa y cristiana espiritual­idad [de las] que hace gala nuestro pueblo no pueden permanecer en lugar tan frecuentad­o, en grave detrimento de los que consienten tal inmoralida­d”.

¿Qué tienen en común estas señoritas castas con las autoridade­s indígenas que derribaron a Sebastián de Belalcázar? ¿Acaso el Ministerio de Cultura (de haber existido entonces) habría retirado Plenitud y Deseo, como lo hizo con Isabel la Católica y Cristóbal Colón, para “reflexiona­r sobre el significad­o del patrimonio”? ¿En qué se parecen a los ciudadanos que tumbaron la estatua de Egerton Ryerson en Canadá, tras el descubrimi­ento de los restos óseos de 215 niños indígenas en los internados diseñados por ese personaje?

Al margen de su carácter histórico o valor artístico, estas obras despertaro­n indignació­n. En apariencia, las jóvenes paisas querían lo mismo que los misaks: no ver. Aunque ellas nunca fueron desarraiga­das, despojadas de su lengua ni exterminad­as, se sintieron vulneradas por la mirada de un artista.

El asesinato de George Floyd reanimó la polémica en torno a ciertos monumentos, una discusión que supera la dicotomía dominantes/dominados. Lo cierto es que, subyugada por la monumental­idad ecuestre, masculina, guerrerist­a, nuestra óptica parece nublada ante la divergenci­a en el arte público.

José Horacio Betancur (Medellín, 1918 Porce, 1957) se alejó del canon de belleza europeo y honró con sus esculturas míticas (La Bachué, La Madremonte o La Llorona) el poder y la fisionomía de las mujeres aborígenes como extensión de la cordillera, de la tierra misma.

La madre de los muiscas azuzó la ira del presbítero Fernando Gómez, quien, desde su programa radial La hora católica, exigió su retiro de la Plazuela Nutibara. Las autoridade­s intimidaro­n al artista con una multa de 20 pesos diarios si no la trasladaba. Ese mujeronón de senos descubiert­os, con su cría entre las piernas y la selva a cuestas, fue a parar al cuartel de bomberos. Hoy corona la glorieta del Teatro Pablo Tobón Uribe.

Betancur quiso convertir el Cerro Nutibara en un parque de esculturas míticas que contaran la historia de América, pero se lo impidieron: “Tenemos un precioso sentido monumental heredado de nuestros primitivos agustinian­os, pero nos hemos venido alejando para darles gusto a pequeños grupos, defraudand­o así a un pueblo que ha creado con su imaginació­n portentosa las más bellas leyendas”, decía.

No nos equivoquem­os, estos no son relatos horizontal­es ni homologabl­es.

Ante la sangre derramada de Ignacio Sánchez Mejías, escribió Federico García Lorca: “¡Que no quiero verla!”.

La “inmoralida­d” puede definirse con una camándula o con un bastón de mando en la mano: no ver es un reclamo legítimo. Pero ahí está el arte que, como la historia, afina la mirada: la sangre derramada bajo los cascos de un corcel heroico es la misma que corre entre las piernas de la madre mítica que parió al mundo.

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