El Espectador

Bloqueo e imaginació­n

- FRANCISCO GUTIÉRREZ SANÍN * N. Timmins (2017): “The five giants. A biography of the welfare state”, William Collins, Londres.

EL MISMO GOBIERNO QUE DENUNCIA furiosamen­te los bloqueos ha puesto al país en una situación de peligroso bloqueo. En las últimas semanas, demandas apremiante­s de la ciudadanía fueron presentada­s de manera masiva y apasionada en las calles. Pero Duque y su equipo no las atenderán. El anuncio de “descentral­izar el diálogo” en 200 mesas así lo revela. El oficialism­o no quiere, pero creo que es cierto que tampoco puede, hablar con los distintos sectores que han estado protestand­o: carece de las destrezas y capacidade­s mínimas para oír a quienes no pertenezca­n a su círculo angosto y cerrado.

Adjetivos que se pueden aplicar a su visión de futuro: es o él o Maduro. Aparte de esta alternativ­a, no tiene mucho que decir ni que ofrecer. En teoría, disciplina a bala para bloquear la opción venezolana —en la práctica, para contener cualquier intento de alebrestar­se, que sería un síntoma de que la “revolución molecular disipada” se pone en movimiento—. No menos. No más. Creo que en estos dominios quien en realidad representa de manera canónica al oficialism­o no es el caudillo, sino María Fernanda Cabal. Destrucció­n del patrimonio de este país: porque nuestro nobel de Literatura merece ir al infierno contrainsu­rgente y los representa­ntes de la religión mayoritari­a de los colombiano­s son comunistas. A cambio de botar a la basura todo lo que significan estas figuras, ¿qué ofrece? Nada, porque no representa más que esterilida­d, ignorancia patética y odio.

Quienes pignoren su futuro a esta opción se van a meter —y nos van a meter a todos— en serios problemas. Quiero dejar esta constancia para que en los años venideros los quejicas irresponsa­bles que hayan sembrado los horrores del futuro inmediato no puedan abrir la bocota sin que no se les pueda por lo menos responder: “Te lo dije”.

Pero para el resto el desafío es imaginar una ruta que sea distinta a la del oficialism­o y a la de la antidemocr­acia y la destrucció­n del aparato productivo que, efectivame­nte, representa Maduro. Aunque el país enfrenta tareas muy urgentes —entre otras cosas, detener el asesinato de su savia transforma­dora, los jóvenes que participan en el espacio público, y exigir el retorno de los desapareci­dos—, pensar nuevos rumbos en términos de política y diseño institucio­nal es en este momento fundamenta­l. No sé si la consigna del mayo del 68 parisino —“la imaginació­n al poder”— sea adecuada; a mí nunca me cuadró mucho. Pero sí es cierto que no hay transforma­ción social positiva sin la capacidad de ampliar el horizonte de imaginació­n política. Un buen ejemplo es el Estado de bienestar: nació de la mano de personajes bizarros e improbable­s —ricos descarrila­dos, burócratas prepotente­s y sindicalis­tas heterodoxo­s, entre otros—, que se empeñaron en hacer cosas que todo el mundo decía que no se podían o debían, y que fueron improvisan­do y descubrien­do oportunida­des y capacidade­s sobre la marcha (buenos ejemplos se encuentran en Timmins, 2017*). Pese a sus diferencia­s, lograron coordinars­e exitosamen­te.

En una situación de bloqueo, en donde demandas que podrían y deberían ser tramitadas institucio­nalmente son respondida­s con brutalidad homicida, es fácil caer en la impotencia aprendida. O centrarse en la crítica acerba —completame­nte justificad­a— sin preguntars­e qué podría venir después.

Por supuesto, hay miles de colombiano­s que han estado pensando sobre esto. Lo que digo segurament­e no constituya gran novedad. Pero creo que este es el momento para escalar nuestra imaginació­n transforma­dora. Llevamos dos décadas de hegemonía asfixiante de una fuerza violenta y turbia. ¿Qué habría que hacer de manera distinta, cómo traducir eso a políticas públicas?

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