Bloqueo e imaginación
EL MISMO GOBIERNO QUE DENUNCIA furiosamente los bloqueos ha puesto al país en una situación de peligroso bloqueo. En las últimas semanas, demandas apremiantes de la ciudadanía fueron presentadas de manera masiva y apasionada en las calles. Pero Duque y su equipo no las atenderán. El anuncio de “descentralizar el diálogo” en 200 mesas así lo revela. El oficialismo no quiere, pero creo que es cierto que tampoco puede, hablar con los distintos sectores que han estado protestando: carece de las destrezas y capacidades mínimas para oír a quienes no pertenezcan a su círculo angosto y cerrado.
Adjetivos que se pueden aplicar a su visión de futuro: es o él o Maduro. Aparte de esta alternativa, no tiene mucho que decir ni que ofrecer. En teoría, disciplina a bala para bloquear la opción venezolana —en la práctica, para contener cualquier intento de alebrestarse, que sería un síntoma de que la “revolución molecular disipada” se pone en movimiento—. No menos. No más. Creo que en estos dominios quien en realidad representa de manera canónica al oficialismo no es el caudillo, sino María Fernanda Cabal. Destrucción del patrimonio de este país: porque nuestro nobel de Literatura merece ir al infierno contrainsurgente y los representantes de la religión mayoritaria de los colombianos son comunistas. A cambio de botar a la basura todo lo que significan estas figuras, ¿qué ofrece? Nada, porque no representa más que esterilidad, ignorancia patética y odio.
Quienes pignoren su futuro a esta opción se van a meter —y nos van a meter a todos— en serios problemas. Quiero dejar esta constancia para que en los años venideros los quejicas irresponsables que hayan sembrado los horrores del futuro inmediato no puedan abrir la bocota sin que no se les pueda por lo menos responder: “Te lo dije”.
Pero para el resto el desafío es imaginar una ruta que sea distinta a la del oficialismo y a la de la antidemocracia y la destrucción del aparato productivo que, efectivamente, representa Maduro. Aunque el país enfrenta tareas muy urgentes —entre otras cosas, detener el asesinato de su savia transformadora, los jóvenes que participan en el espacio público, y exigir el retorno de los desaparecidos—, pensar nuevos rumbos en términos de política y diseño institucional es en este momento fundamental. No sé si la consigna del mayo del 68 parisino —“la imaginación al poder”— sea adecuada; a mí nunca me cuadró mucho. Pero sí es cierto que no hay transformación social positiva sin la capacidad de ampliar el horizonte de imaginación política. Un buen ejemplo es el Estado de bienestar: nació de la mano de personajes bizarros e improbables —ricos descarrilados, burócratas prepotentes y sindicalistas heterodoxos, entre otros—, que se empeñaron en hacer cosas que todo el mundo decía que no se podían o debían, y que fueron improvisando y descubriendo oportunidades y capacidades sobre la marcha (buenos ejemplos se encuentran en Timmins, 2017*). Pese a sus diferencias, lograron coordinarse exitosamente.
En una situación de bloqueo, en donde demandas que podrían y deberían ser tramitadas institucionalmente son respondidas con brutalidad homicida, es fácil caer en la impotencia aprendida. O centrarse en la crítica acerba —completamente justificada— sin preguntarse qué podría venir después.
Por supuesto, hay miles de colombianos que han estado pensando sobre esto. Lo que digo seguramente no constituya gran novedad. Pero creo que este es el momento para escalar nuestra imaginación transformadora. Llevamos dos décadas de hegemonía asfixiante de una fuerza violenta y turbia. ¿Qué habría que hacer de manera distinta, cómo traducir eso a políticas públicas?