¿Quiénes seremos después del COVID-19? (II)
EL 5 DE NOVIEMBRE DE 2020 PUBLIqué una columna con el mismo título y escribo esta segunda parte porque sigo haciéndome la misma pregunta, con un trágico elemento adicional en la reflexión: desde ese día hasta el 15 de junio de este año, han sido reportados en el país 65.118 muertos más por COVID-19. El total de fallecidos desde el 6 de marzo de 2020, cuando se reportó la primera persona infectada, es de 96.965.
Tomando como margen para este análisis el día de mi publicación y el 15 de junio (siete meses), en el país se han enterrado en promedio 9.302 personas por mes como consecuencia del virus. El Gobierno nacional empezó el programa de vacunación el 17 de febrero del año en curso y al cierre de esta columna ni el 10 % de la población colombiana tenía completo el esquema de las dos dosis.
Repito: 65.118 muertos por COVID-19 en siete meses. Si esa cifra no nos conmueve, entonces podemos pensar —como lo hice en mi primer texto— en la desaparición fulminante de algunas poblaciones que tienen habitantes con números parecidos: Carmen de
Viboral, Antioquia (63.564); la cabecera municipal de La Dorada, Caldas (65.512); Plato, Magdalena (64.998); Agustín Codazzi, Cesar (66.019); Saravena, Arauca (64.520), o juntas las poblaciones quindianas de Circasia (29.413) y La Tebaida (35.225).
¿No es suficiente? Entonces pensemos que es como si hubieran caído en estos siete meses 407 aviones Airbus A320 con 160 pasajeros cada uno, o imaginemos, por ejemplo, que desaparecen en un instante los aficionados del Estádio da Luz en Lisboa, Portugal, que tiene un aforo de 65.600 personas, o los 60.000 ciudadanos que caben en el Estadio Olímpico de Londres, o los hinchas unidos de los estadios El Campín en Bogotá y el Pascual Guerrero en Cali.
¿Tampoco basta? Tomemos, pues, el total de muertos entre marzo de 2020 y el 15 de junio de 2021, 96.965, y pensemos que enterramos a la población entera de Caucasia, Antioquia (96.927); Cajicá, Cundinamarca (96.678), o de la cabecera municipal de Magangué, Bolívar (97.284).
Ronny Suárez, subeditor de Salud de El Tiempo, escribió en su cuenta de Twitter: “Es hora de reconocer que el tercer pico de la pandemia nos ganó a todos y no solo a sus víctimas. Al Gobierno, a las autoridades locales, a los epidemiólogos, al sistema, al paro, a los medios de comunicación. Quizás si partimos de esa dolorosa realidad podamos salvar vidas”. Adhiero y agrego: los ciudadanos cretinos (que son muchos) que no mueren de hambre, que no tienen que salir a buscar para pagar el arriendo y el mercado de sus hijos, y que desde el día cero de la pandemia han desafiado la muerte y han despreciado la vida de los demás también son responsables de las cifras que estamos padeciendo.
Se supone que la vacuna sería parte del camino para lograr una cierta tranquilidad. Sin embargo, esto dijo la epidemióloga Zulma Cucunubá: “Es estupendo que en muchos países del norte estén regresando a la normalidad y promoviendo el no uso del tapabocas. Pero otra historia ocurre en el sur. Baja capacidad para detectar variantes, lento cubrimiento con la vacunación, falta de acceso a las mismas vacunas”. Entra ahí Colombia con el horrible tercer lugar por muertes por COVID-19, teniendo encima a India y a Brasil.
Reactivamos la economía a las patadas porque qué más da, si igual nadar sobre muertos es lo nuestro.
Así que a la pregunta de mi titular respondo: seguimos siendo eso tan característico de los colombianos. Sobre esa base, saquen ustedes sus propias conclusiones.
Alejandra Ospitia Murcia.
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