La verdad de un río que salva vidas
cho que por qué no me voy, que me van a matar como a mi papá, pero es que si yo me voy y dejo todo, la muerte de mi papá habrá sido en vano”, dijo en medio de una mesa de discusión en la que socializaban las problemáticas ambientales en medio de la guerra.
Durante el fin de semana del encuentro, Ramón tuvo que repetir varias veces el nombre de su consejo comunitario. Pedeguita y Mancilla, reiteraba mientras hablaba de la ubicación geográfica. Pero eso, más allá de ser incómodo, fue una oportunidad para encontrar puntos comunes en problemáticas que se presentan tanto en pequeños lugares como en las grandes ciudades del país. Y ese era precisamente el objetivo de reunir a personas de las zonas rurales que siempre habían sido protagonistas e invitadas a los tres encuentros y festivales pasados, con personas de ciudades capitales.
Danilo Rueda explicó que “esta es la primera vez que se da un encuentro entre sectores urbanos y rurales en un escenario distinto a la calle (…) porque ahora mismo en las calles se están tomando decisiones que no necesariamente son consultadas con las comunidades rurales, pero hay derechos vulnerados en común en todo el país”. El derecho a la educación, a la salud, a tener un empleo digno y a la recreación son algunos de los que fueron saliendo a flote en los tres días de encuentro en Turbo (Antioquia).
Desde allí, a través de actividades simbólicas en la orilla del mar, junto a una fogata o en un salón uniendo velas blancas para formar la palabra paz, varias personas tomaron la vocería para pedir unión en medio de tiempos turbios y de confusión. Como Nilsa Pernía, indígena embera, secretaria del cabildo mayor de Murindó (Antioquia), que habló sobre el recrudecimiento del conflicto armado en su municipio por cuenta de grupos armados como el Eln, que ya han desplazado a casi 200 indígenas este año.
Su experiencia de trabajo con comunidades se unía, de alguna manera, a la de algunas mujeres de las Primeras Líneas del punto de Siloé (en Cali) y de Portal Resistencia (en Bogotá), a quienes les guardaremos su identidad por seguridad, pero que hablaron sobre el rol que han tenido como mediadoras y guardianas de la vida en los lugares donde se han registrado actos violentos durante el paro nacional. “Un día que hubo varias detenciones arbitrarias, armamos un cordón humanitario, y con arengas varias mujeres sacamos a los muchachos de la estación. También logramos quitar a la Fuerza Pública de nuestra zona humanitaria solo levantando nuestras manos mientras gritábamos: ‘Sin violencia’”, narró una de ellas.
Aunque las experiencias eran distintas y en zonas distantes la una de la otra, por momentos parecía que muchos de los participantes se conocieran desde hace años, por la similitud de sus peticiones y las coincidencias en sus historias. Por ejemplo, al hablar sobre las desapariciones forzadas que muchas madres habían vivido en medio del conflicto armado con sus hijos o esposos, los relatos no eran tan distantes de las desapariciones que se han registrado en medio del paro nacional. “Es porque es un mismo país”, concluyó una de las participantes.
Conectando memorias diversas
El objetivo del IV Encuentro de las Memorias, en voz de Danilo Rueda, era identificar problemáticas comunes en todo el país, para luego plantear posibles soluciones o propuestas de cambio positivas que sirvan como insumo para el informe final que entregará la Comisión de la Verdad al país a finales de este año. “Lo que queríamos lograr era que aquí se gestaran lazos de confianza y espacios de diálogo colectivos, otros más privados, con la perspectiva de que el sujeto histórico no es solo ellos, sino que lo que ocurre hoy en el país es un acumulado de muchas historias y memorias desde lugares diversos”.
Ese listado de ideas desde los territorios será concretado la última semana de junio, en la quinta edición del Encuentro que tendrá como fin materializar todas las ideas y reflexiones que se hicieron en Turbo. Y aunque todavía es pronto para pensar en lo que se entregará a la Comisión de la Verdad, surgieron algunas ideas como la de abrir más espacios colectivos de escucha desde los territorios, pero que tengan difusión en todo el país a través de las redes sociales. “Hoy en día no nos enteramos de lo que pasa afuera por los medios tradicionales, sino porque gente del común lo documenta y nos lo cuenta a través de las redes, y esa es una herramienta muy poderosa”, dijo Luisa Zúñiga.
También hablaron sobre fortalecer los emprendimientos comunitarios por encima de las empresas o los distribuidores de marcas reconocidas. Seguir dando la lucha por la restitución de tierras y sacar las universidades a las calles, a las veredas y a los parques, como la iniciativa de Universidad al Barrio que se viene fortaleciendo en algunas zonas de Cali y Bogotá desde hace un mes y, sobre todo, entender que la lucha social no es de las Primeras Líneas, sino de toda la sociedad.
Para Juan Pablo Ochoa, “este es un país que se desespera y presiona para que todo sea rápido, quieren el diálogo ya, quieren los desbloqueos ya, quieren que se levante el paro ya, pero nadie pide que se acabe el hambre ya, nadie dice que se requiere educación de calidad al alcance de todos ya, nadie pide oportunidades de deporte y cultura ya, nadie pide que se acabe la guerra ya, creo que debemos respetar los tiempos de los jóvenes, que no son los mismos que los nuestros”.
La Comisión de Justicia y Paz buscará incluir en el informe a la CEV los lugares simbólicos y las formas de hacer memoria sobre la guerra y las resistencias que no surgieron en el paro, sino que obedecen al hambre, a la pobreza y a la exclusión en las ciudades y en la ruralidad.
El río grande del Magdalena corre de sur a norte de Colombia, cruzando once departamentos. Su largo caudal cuenta las historias de vida y muerte de zonas fuertemente afectadas por el conflicto armado. La riqueza de sus tierras, del suelo y el subsuelo, y la representación geoestratégica de las rutas de paso de oriente a occidente desataron las más enconadas confrontaciones, con miras al control de sus riveras.
Para comprender y abordar este complejo entramado de vida y muerte, hace 25 años nació el Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio, que se preguntó, en primer lugar, por qué en una región tan rica en recursos naturales había tanta pobreza, y por qué una región de gente sencilla y pacífica había sido azotada por un conflicto que ha cobrado tantas vidas humanas.
Como sucede en el Magdalena Medio, gentes de otros ríos y otras regiones del país están buscando la verdad de lo sucedido. Apoyar y hacer evidentes estos esfuerzos es una condición necesaria para revelar las verdades de fondo del conflicto armado que vive el país, no solo para develar la muerte, sino también para descubrir la vida que se regenera constantemente entre sus comunidades. En el Magdalena Medio, a ese proceso reparador de la vida misma se le llama “lucha desarmada por la dignidad humana y contra el olvido”.
Las regiones colombianas comprenden bien los matices de las verdades; las que han sido evidentes y las que aún no han salido a la luz. En el caso del Magdalena Medio, la pugna por la riqueza ha costado la vida de las poblaciones de la región por un entramado fatídico de intereses económicos y políticos, del cual no se ha dicho toda la verdad, especialmente aquella relacionada con los responsables. Buscar y narrar esas historias que el río resguarda es una tarea a la que se ha dedicado el Programa de Desarrollo y Paz durante años.
El territorio se enriquece simbólicamente en la búsqueda de verdad. Sufrida la violencia, sufrida la muerte, sufrido incluso el destierro, las comunidades resignifican sus lugares —el río, el monte, la calle o la cancha— y resignifican también sus actividades —la siembra, la pesca o el tejido—, para darle un nuevo valor a la vida. Esas acciones tiene la intención profunda de sobreponer la vida a la muerte. Son un impulso a futuro para construir nuevos sueños, recomponer relaciones con los otros, con los lugares y con la tierra misma. Son resistencias aún vigentes, debido a la persistencia del conflicto. Por eso, la verdad que estas comunidades buscan no es una verdad para juzgar, sino para salvar a sus muertos, a sus víctimas, y honrar sus luchas y sueños, que fueron en gran medida frustrados. Es una verdad que alerta sobre el riesgo de volver a repetir el horror.
El Programa del Magdalena Medio, de la mano de la Comisión de la Verdad y otros programas, avanza en la construcción de los “Acuerdos por el agua en torno al río Magdalena: ríos de verdad y vida”. Muchos procesos semejantes están en curso o se avecinan; hay que identificarlos, visibilizarlos y apoyarlos.