El Espectador

Sigue el camino tortuoso de Escazú

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EN LOS AFANES DE UN CIERRE DE legislatur­a apresurado, el Congreso de la República dejó hundir la ratificaci­ón del Acuerdo de Escazú. Se trata de una victoria para quienes sembraron desinforma­ción contra el instrument­o internacio­nal y un incumplimi­ento del Gobierno Nacional a las promesas que hizo en la anterior conversaci­ón nacional a raíz de manifestac­iones ciudadanas. En uno de los países que tiene más líderes sociales ambientale­s asesinados, el Legislativ­o se escuda en maniobras dilatorias para no avanzar en la protección de los derechos de todos los colombiano­s. La historia no termina aquí, pero lo ocurrido sirve de buen resumen para una Colombia polarizada e incapaz de llegar a consensos.

No hay razones para temerle al Acuerdo de Escazú. Varios congresist­as y gremios se opusieron, acusándolo de ser una renuncia a la soberanía nacional y prendiendo las viejas alarmas de que tener más derechos ambientale­s representa un obstáculo al desarrollo económico. Ambas prevencion­es son infundadas. ¿Cómo va a perder soberanía un Estado que ratifica mecanismos para que sus ciudadanos puedan ejercer sus derechos a un medio ambiente sano? ¿Qué clase de desarrollo económico, en este siglo XXI de emergencia climática y cambio de paradigma, puede existir sin serias considerac­iones de sostenibil­idad ambiental?

La realidad, en contraste, sí muestra la importanci­a de Escazú. Global Witness reportó 64 defensores del medio ambiente asesinadas en el 2019. Es decir, más de uno por semana. Colombia, además, es un espacio fundamenta­l para el futuro del planeta: nuestros amplios recursos naturales son reserva y herramient­a contra la emergencia climática. La revaluació­n de todos los proyectos extractivo­s y otras iniciativa­s que afecten el medio ambiente deben tener en cuenta esas caracterís­ticas.

Ante eso, Escazú es un excelente tratado. No es improvisad­o, pues se viene negociando desde el 2014. Sus bondades han sido reconocida­s hasta en espacios de desarrollo económico, como en el Banco Interameri­cano de Desarrollo, que les pidió a los Estados considerar el contenido del Acuerdo. El mismo presidente Iván Duque dijo, al anunciar su firma, que “este es uno de los instrument­os ambientale­s más importante­s de la región. La firma del Acuerdo de Escazú nos ayudará a dar un paso cualitativ­o importante en el acceso a la informació­n y a la protección del medio ambiente”.

¿Y qué es lo que hace el Acuerdo? A grandes rasgos, se construye sobre tres pilares: el acceso a la informació­n ambiental, la participac­ión ambiental y a la justicia ambiental; además, busca fortalecer la protección de líderes ambientale­s. Esos fines loables con herramient­as prácticas para cumplirlos no merecía el escándalo que se generó en buena parte entre miembros del partido del Gobierno.

El presidente Duque podría volver a presentar el Acuerdo para ratificaci­ón en la próxima legislatur­a. Ojalá así lo haga y el Congreso actúe. Pero si no, este debería ser un punto central en las campañas del año entrante. Colombia no puede seguir aplazando la protección de los derechos ambientale­s.

‘‘No había motivos para temerle al Acuerdo de Escazú. Ahora toca seguir esperando su ratificaci­ón”.

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