100.000 muertos, cero duelo colectivo
PASAMOS EN COLOMBIA LAS 100.000 muertes por el COVID-19. Busqué si en la última semana el presidente Duque, alguien de su gabinete o de su partido había expresado algún sentimiento de condolencia o solidaridad —solo eso— con las familias de las víctimas del virus, y no, no encontré nada.
El pronunciamiento más significativo ocurrió el 26 de enero cuando murió Carlos Holmes Trujillo. Duque decretó tres días de duelo por él y otros ciudadanos que perdieron la vida por el COVID-19. Ese 26 también falleció Julio Roberto Gómez, presidente de la CUT. El 31 de enero el Ministerio de Salud reportó que eran 53.983 los ciudadanos muertos por el virus.
Hoy doblamos la cifra.
No hay condolencias públicas.
Sí hay cínicos señalamientos de culpables por parte del Gobierno.
No hay autocrítica de quienes nos gobiernan ni de los ciudadanos.
También hay silencio. Y dolor. Miedo.
Pasa el tiempo de la pandemia y es difícil lograr encuentros de trabajo o conversaciones con amigos y familiares en los que ese no sea el tema y no se compartan experiencias propias, cercanas o conocidas de enfermos y muertos por el virus. En una red social como Twitter, todos los días leemos mensajes de gente pidiendo desesperadamente una UCI, despidiendo a un ser amado o describiendo los síntomas que padece luego de salir positiva la prueba… y entre uno y otro aparecen los hinchas que “gritan” los goles de un partido, o muestran la foto del plato que pidieron en el restaurante de moda o del viaje al otro lado del mundo como celebración de un aniversario. Un poco loco, ¿no?
Loco, sí, porque qué sería de la vida si no tuviera una dosis de locura. ¿Pero tanto como para pasar impávidos frente a los muertos? Eso no es sana locura, esa con la que se busca la libertad o la seguridad, como decía el poeta Kahlil Gibran. Eso es… no lo sé, pero nada positivo es. Y no lo es porque comprensible sería seguir la vida si paralelo a ello fuéramos capaces de actuar de frente ante la muerte. Hoy contamos muertos por una pandemia, pero en Colombia aprendimos a contar con la guerra e igual seguimos ¿anestesiados, idiotizados, insolidarios, aterrorizados?
Llegué a esa reflexión porque la primera tentación es golpear con toda la carga a quienes nos gobiernan por no ser compasivos públicamente con la tragedia. Sin embargo, mucha culpa también debería caer sobre el resto, sobre nosotros. ¿No creen que mirar a la muerte por encima del hombro, no hacer duelos colectivos o voltear la cara es lo que también ha perpetuado nuestra miseria?
“La pena es un tipo de enseñanza cruel. Aprendes lo poco amable que puede ser el duelo, lo lleno de rabia que puede estar. Aprendes lo mucho que tiene que ver la pena con el lenguaje, con la incapacidad del lenguaje y con la necesidad del lenguaje”, confiesa Chimamanda Ngozi Adichie en su más reciente ensayo, Sobre el duelo.
“La incapacidad del lenguaje”, “la necesidad del lenguaje”, tal vez allí esté una parte de la explicación a las mil dudas que se me vienen a la cabeza. La ineptitud para comunicar, la soberbia de saber que lo importante no se comunica de forma adecuada y que está bien generar caos con la ausencia del buen lenguaje. Escasez de lenguaje para evitar el duelo o tal vez para prolongarlo.
El COVID-19 un día pasará. Y mientras le damos respuesta a una condición humana cuestionable, el virus de la indolencia continuará.