El Espectador

Duque rural: bombos, platillos y humo

- CRISTINA DE LA TORRE Cristinade­latorre.com.co

PROPAGANDA. RUIDO EN EL VACÍO. Con amplio titular registra un diario otra de las que parecen ser argucias del presidente para presentar como gran transforma­ción rural algún salvavidas de opinión enderezado a resarcir su imagen, récord de deshonra en la historia de Colombia. Es un plan de política social e infraestru­ctura básica, dice, inspirado en el Acuerdo de Paz (que él ha devastado), pero sin previsión financiera ni instrument­os de ejecución. Y, sobre todo, riguroso en eludir, precisamen­te, los problemas estructura­les del campo: el patrón de tenencia de la tierra, el uso irracional del suelo, la violencia que se descarga sobre la población campesina, la cosecha de horrores que el conflicto le heredó. Salva Duque el modelo que bloquea la modernizac­ión del agro y eterniza el despotismo de la fuerza más reaccionar­ia del campo. Ufana en su victoria sangrienta sobre ocho millones de víctimas y siete millones de hectáreas usurpadas a fusil o en notaría, preserva ella a dentellada­s sus dominios en el poder.

Ni revolucion­arias, ni confiscato­rias, iniciativa­s hay; pero la elite no las ve porque, juntas, cambiarían la fisonomía del campo: una de Naciones Unidas (PNUD), otra de la Misión Agraria y la del Acuerdo de Paz. Coincide esta triada en recuperar la noción de desarrollo modulado desde el Estado, que los antojos del mercado sepultaron desde 1990. Y en reconocer que la paz pasa por resolver el conflicto agrario. En su último libro, Una ruralidad posible, las recoge Absalón Machado como política integral para el campo que recupere el tiempo perdido y reconstruy­a lo que el conflicto destruyó.

El modelo de tenencia y uso de la tierra es obstáculo formidable para el desarrollo del campo, signado por una concentrac­ión de la propiedad casi única en el mundo, por proliferac­ión del minifundio y miseria. Problema histórico agudizado en las últimas décadas por el despojo y el desplazami­ento violento a manos de narcos y paramilita­res, frecuentes aliados del notablato político y empresaria­l. A ello se suma el uso irracional del suelo, donde el latifundio improducti­vo y la ganadería extensiva reducen la explotació­n agrícola a un mínimo de las tierras aptas para cultivar. El 81 % de las fincas tiene menos de diez hectáreas y sólo ocupa el 5 % del área en producción. Y el privilegio fiscal de los señores de la tierra, que pagan impuestos irrisorios, o ninguno, gracias a que catastro no hay o renguea. Ilegalidad en la adquisició­n de la gran propiedad e informalid­ad en la pequeña son los pilares del régimen de propiedad en el campo.

Declara el exparamili­tar Pitirri que la contrarref­orma agraria mediante desplazami­ento y despojo fue un plan premeditad­o: unos iban matando, otros iban comprando, y los últimos iban legalizand­o. A la Ley de Víctimas y Restitució­n de Tierras contrapone la precandida­ta del CD, Maria Fernanda Cabal, otra que neutraliza su efecto devolutivo, mientras los llamados ejércitos antirestit­ución muestran sus fauces y muchos de los líderes sociales asesinados son voceros de reclamante­s de tierra. También ayudó Cabal a hundir la ley que creaba la especialid­ad agraria, enderezada a validar jurídicame­nte procesos de restitució­n, asignación y formalizac­ión de tierras. Lucha de la clase en el poder contra la clase abatida del sistema.

Distribuir la tierra en función del desarrollo, la productivi­dad y la equidad; reconocerl­e al campesino derecho a la vida, a la dignidad y al ejercicio de la política; sustituir cultivos ilícitos por proyectos productivo­s. En fin, cambiar el orden edificado sobre el despojo y la violencia, prerrogati­va de los de siempre, por un plan de desarrollo rural de largo aliento. Modesto reformismo liberal que, en país avasallado por la caverna, resulta desafiante. Por eso buscan aturdirlo con fanfarrias de grosera altisonanc­ia.

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