El Espectador

Gerardo Jaramillo, el amor de un sacerdote rojo

- ALFREDO MOLANO JIMENO

ESTA ES LA HISTORIA DE GERARDO Jaramillo González, pero bien pudo ser la de otros que han resistido a la injusticia desde iglesias de la Colombia abandonada. Nació en Toledo, Antioquía, el 11 de abril de 1931, en una familia de campesinos con tierras. Muy joven sintió el llamado de su vocación espiritual. Se hizo sacerdote en Yarumal en tiempos en que coincidier­on y contrapunt­aron dos corrientes de la Iglesia y tomó partido. Prefirió ser un sacerdote “rojo”, de la mano de Gerardo Valencia Cano, el “obispo de los pobres” —de quien fue su biógrafo—, que ya se erigía como continuado­r del legado de Camilo Torres, y se enfrentó al poder del obispo Miguel Ángel Builes, el mismo que decía que asesinar liberales no era pecado y quien defendió hasta su muerte una doctrina confesiona­l y excluyente contra las mujeres y los liberales, en tiempos de guerra bipartidis­ta.

A pesar de la persecució­n de Builes y sus secuaces, Jaramillo González desarrolló su vocación sacerdotal: se hizo doctor en teología, en Roma,yfuemision­eroenChocó­yBuenavent­ura. En 1979, perseguido dentro de la iglesia por los “curas metilenos”, tras la muerte de Valencia Cano, en el 72, en uno de esos accidentes aéreos tan comunes como dudosos de la época, Gerardo Jaramillo colgó la sotana para hacer una familia. Tenía 48 años y había decidido pasar su vida junto a María Elena Sierra. De esa unión nacieron dos niñas: Alejandra y María Elena.

“Salió de la Iglesia con la estigmatiz­ación que eso conlleva a empezar una vida de ceros. Había hecho votos de pobreza. Alcanzó a ser director del colegio colombo-francés y dio tumbos en el sistema económico, tratando de rebuscarse la vida. El mundo que conocía era la iglesia. Allá lo tenía todo y por amor se jugó la vida. Vivía entre el amor de la familia y su vocación sacerdotal, por eso llegó a la Iglesia Episcopal Anglicana. En esa corriente podía estar casado y ejercer su sacerdocio. Trabajó con esa iglesia, como sacerdote y profesor de teología, 20 años, de los cuales le dedujeron, mes a mes, el pago de la seguridad social y salud. Un día, ya viejo, le falló la salud y la voz, entonces la Iglesia prescindió de sus servicios. Ahí empezó un tramo muy doloroso de su vida”, narra su hija Alejandra, tomando aire y fuerza.

“De la Iglesia anglicana salió viejo y sin mayores ahorros. Le había entregado su tiempo, su herencia y su vida a su vocación. Entonces averiguamo­s por su pensión, y resultó que de los 20 años, la Iglesia solo aportó diez. Es decir que diez no apareciero­n en el Seguro Social.

Entonces empezamos una pelea jurídica de nueve años. Nueve años madrugando a hacer filas. Una tragedia que viven miles de colombiano­s que trabajan por décadas y cuando se hacen viejos y ya no le sirven a su empleador, los botan a la calle y les toca emprender una guerra para defender sus derechos. Así le pasó a mi papá. Pasamos años en juzgados, pruebas, aportes, reuniones. Finalmente, murió a sus 85 años, el 8 de octubre de 2016, y cuatro meses después, en febrero de 2017, salió el fallo a su favor. Ese día, aún con el dolor fresco, me llamaron a decirme que mi papá había ganado el derecho de pensión. Les dije que ya había muerto y respondier­on con cinismo que como mi mamá también había muerto, el derecho pensional se había extinguido. El Estado condenó a la Iglesia a pagar los diez años que no cotizó y, al final, los ahorros se los quedó el propio Estado”, concluye Alejandra con la voz quebrada al recordar la historia de su padre.

Un sacerdote de la teología de la liberación. Esa corriente que la Iglesia católica quiere borrar de su historia y que puso el púlpito al servicio de los más pobres, de las comunidade­s abandonada­s de los centros políticos, que sí saben quiénes fueron Gerardo Jaramillo y Héctor Epalza Quintero, como saben quiénes son hoy Darío Echeverry y Darío de Jesús Monsalve. Que Dios los guarde de los humanos.

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