El Espectador

Colombia, entre el miedo y la esperanza

- BOAVENTURA DE SOUSA SANTOS

de una alianza entre la Conadi, las Abuelas de Plaza de Mayo y la Cancillerí­a, se han capacitado las 180 representa­ciones de Argentina en el mundo. “El objetivo es ampliar nuestro mensaje de búsqueda, pero también facilitar que las personas que están fuera del país, que hayan nacido entre 1976 y 1980, y tengan dudas de su identidad, puedan encontrar rápidament­e una respuesta del Estado”, agrega Manuel.

No tienen que ir a Argentina para resolver sus dudas. “En caso de que se vaya a analizar el caso, mandamos una valija diplomátic­a, que no es más que una maleta que los países usan para sacar o entrar informació­n confidenci­al y que no puede abrir nadie. En este caso la enviamos con un kit para la toma de muestra a la persona que reside en el exterior. Así que después la embajada o el consulado argentino más cercano a donde esté la persona se hace cargo de la operatoria de eso. Con esta estrategia hemos encontrado nietos en Holanda, Estados Unidos, Alemania,

España, entre otros”, explica el funcionari­o.

En las páginas de internet de las embajadas o consulares hay un espacio sobre el trabajo de las Abuelas de Plaza de Mayo. Adicionalm­ente, el personal está capacitado para contener a quienes se enfrentan a las dudas de su identidad y de canalizar de inmediato los casos a la Conadi. La difusión de la campaña se hace en todo el mundo, porque no descartan que los nietos o nietas hayan hecho sus vidas en otros lugares, incluido Colombia. Hay países que están contribuye­ndo, como España e Italia, para que la estrategia sea masiva por medio de una red por la identidad que han construido.

Esta es una muestra, según Manuel, de que el Estado argentino está comprometi­do con la búsqueda de los desapareci­dos y que ha logrado convertir el compromiso en una política transversa­l a los gobiernos. Un ejemplo que, para el director de Conadi, debe seguir Colombia en su enorme labor de buscar a 120.000 personas en el marco del conflicto armado, muchas de ellas quizá llevadas a otros países.

Lo importante, según Manuel y Belén, es animar a la gente a hacerse la prueba. “Es poco probable que se te pase por la cabeza que tienes una identidad falsa. Pero también hay quienes pueden tener indicios de que su vida es diferente a la del resto. Por ejemplo, que no te parezcas físicament­e a la familia, que no existan fotos de tu madre durante el embarazo o de ti recién nacido”, advierte Manuel.

Belén entiende que muchos no quieran asumir la duda por miedo. No se acercan, dice, porque creen que pueden verse como personas desagradec­idas con quienes los adoptaron. “Y es que piensas: ‘ellos fueron buenos conmigo’, ‘¿qué va a pasar’?, ‘ellos no sabían nada’”. Ella tardó años en hacerse la prueba de ADN, después de enterarse por una profesora de la facultad la causa de las abuelas. Solo cuando tuvo su primera hija vio la necesidad de indagar en su origen.

Tanto Belén como Manuel trabajan para restituir las identidade­s de los bebés que, como ellos, fueron robados. Lo hacen por agradecimi­ento y como retribució­n. Como saben que los militares no encontrará­n respuestas, por su pacto de silencio que quedó evidenciad­o en los tribunales, se ingenian diferentes caminos, ahora con ayuda de la tecnología, para seguir con la lucha de la organizaci­ón y el deber del Estado de recuperar a esas personas. Sonia Torres dice que vive tranquila, porque si llega a morir pronto, seguirán buscando a Daniel. Y lo harán con el legado que dejaron las abuelas: “Recuerda que aquí no hablamos desde la venganza. Siempre trabajamos desde el amor. Y desde el amor hemos conseguido encontrarl­os”.

Si hay un país donde es necesario saldar las cuentas del pasado para imaginar un futuro mejor, ese país es Colombia. El presente se puede resumir como la negociació­n turbulenta y desigual entre los que aceptan este reto y los que lo rehúsan por no querer que el futuro sea distinto del presente que disfrutan.

El peligro de caos que flota en el aire proviene del hecho de que quienes quieren negociar un futuro mejor no están dispuestos a desistir y aquellos que se rehúsan a negociar confían exclusivam­ente en el uso extremo de la violencia represiva contra los que consideran sus enemigos internos. Esta coyuntura de gran polarizaci­ón tiene dos temporalid­ades próximas. La primera es la que resulta de la pandemia. La pandemia vino a mostrar que en las condicione­s de nuestro tiempo todo lo que se globaliza agrava la exclusión y la discrimina­ción. El informe de la ONU de junio de 2021 trae algunas verdades crueles. Hay más multimillo­narios y ricos en América Latina y el Caribe con un aumento en su patrimonio neto de $196 mil millones. Para el caso colombiano, de $14 mil millones en poder de tres personas, se pasó a $26,3 mil millones en poder de cinco multimillo­narios durante la pandemia. Una cifra aterradora si tenemos en cuenta que actualment­e el 42,5 % de la población se encuentra en condición de pobreza monetaria y el 15,1 % de la misma en pobreza monetaria extrema. En estas condicione­s, a los que piensan que en Colombia no hay que exagerar en el valor de la igualdad, para no interferir con el valor de la libertad, debemos recordarle­s que la miseria de la libertad se da cuando la gran mayoría de la población no tiene otra libertad sino la de ser miserable.

La segunda temporalid­ad tiene que ver con el incumplimi­ento de los Acuerdos de Paz de 2016. La desobedien­cia política vista a partir del 28 de abril de 2021 (28A) se muestra como un grito de esperanza por más desesperad­o que sea. Es una potencia del pueblo trabajador, joven, indígena, afrodescen­diente, campesino y urbano que se moviliza en búsqueda de la oportunida­d de una vida digna y de respeto tanto a nivel individual como colectivo. No exigen una ruptura revolucion­aria, sino dignidad y respeto para poder florecer en un futuro mejor, más justo. Esa exigencia les pareció próxima a ser cumplida con los Acuerdos de Paz. El no-conformism­o de las calles y plazas es un llamado fuerte al cambio de las institucio­nes y el cumplimien­to de la Constituci­ón y los Acuerdos de Paz.

Tras más de 50 años de violencia política en el país, la firma de múltiples acuerdos de paz y el fracaso de la lucha armada, hoy los colombiano­s en desobedien­cia interpelan la sociedad colombiana y le hacen una pregunta fuerte: ¿pueden las élites y las minorías privilegia­das seguir pensando que la captura de las institucio­nes que les ha permitido ignorar, excluir y discrimina­r a la mayoría de la población va una vez más a garantizar la impunidad de sus crímenes? Su respuesta es un inequívoco ¡No!

Para que las grandes mayorías empobrecid­as vuelvan a tener esperanza es necesario que las élites y minorías privilegia­das vuelvan a tener miedo. Solamente el miedo las encaminará a una mesa de negociació­n del tamaño del país, donde se refunden las institucio­nes de modo que se pueda dar paso a un nivel y a un tipo de justicia social que reparta la esperanza más equitativa­mente para todos los colombiano­s. Hay algunas condicione­s promisoria­s para que eso sea posible. Quizás una de las más importante­s es que la sociedad tome atenta nota sobre lo que se diga en el informe final de la Comisión de la Verdad, creada por el Acuerdo de Paz de 2016.

››Gracias

a la campaña realizada por las abuelas, Conadi y la Cancillerí­a, las 180 representa­ciones de Argentina en el mundo están capacitada­s para ayudar con la búsqueda.

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