No solo estamos rechazando unas recomendaciones
COLOMBIA ESTÁ RENUNCIANDO A mucho más que las recomendaciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) al responder con golpes de pecho y negación de la realidad. Al utilizar en sus argumentos ecos de regímenes autoritarios, no solo está colocándose del lado de compañías indeseadas en la región, sino que está perdiendo su liderazgo diplomático al momento de actuar con los otros Estados. Cuando en el pasado hemos sido defensores vehementes de las instituciones internacionales, de la democracia y de la necesidad de que todos los países respeten los derechos humanos de los ciudadanos, ¿ahora cómo vamos a dar debates en la Organización de Estados Americanos si nos cerramos frente a un informe bastante razonable como este que ha presentado la CIDH? No hay comunicado de la Cancillería que sea capaz de borrar la realidad: Colombia tiene compromisos internacionales y está siendo incoherente con ellos.
La entrevista que la presidenta de la CIDH, Antonia Urrejola, le concedió a El Espectador contrasta con la hostilidad del Gobierno. En ella, la funcionaria demuestra que la Comisión no se encuentra sesgada, que no es una enemiga del Estado, sino una mano diplomática abierta para ayudar a salir de una situación difícil.
A la pugnacidad gubernamental ha respondido con sentido común y nos ha recordado, ya que por momentos nuestro Gobierno parece descartarlo, que Colombia tiene un lugar en el ámbito internacional que no puede abandonar por coyunturas puntuales internas.
Uno de los motivos de la molestia del Gobierno fue la creación de un Mecanismo Especial de Seguimiento en Materia de Derechos Humanos para Colombia. Se ha visto como una suplantación de las autoridades locales y una ofensa a la institucionalidad nacional. Es todo lo contrario. Como dijo Urrejola, “los mecanismos especiales no son instancias adversariales, sino de diálogo constructivo y colaborativo en pos de soluciones a problemas relevantes en la defensa, protección y observancia de los derechos humanos”. ¿Por qué reaccionar negativamente a esa instancia, como ha pasado en Nicaragua y Venezuela, en lugar de seguir con la colaboración histórica de Colombia con la CIDH?
El Mecanismo va a instalarse, con o sin el apoyo del Estado colombiano. Allí está la paradoja: por más que busque Colombia hacer actos de soberanía, por nuestra Constitución, por nuestros pactos internacionales, por nuestra participación en la OEA y por nuestra historia diplomática, tenemos responsabilidades que no van a desaparecer. Hacer más difícil la tarea de los comisionados es crear obstáculos que también afectan la reputación del país, ya de por sí afectada.
Cada vez que un gobernante o un líder político ataca a una institución, todo el sistema de justicia, interno y externo, tambalea. Negarse a las recomendaciones de la CIDH sirve de fuego retórico para quienes, en otras latitudes, buscan restarle legitimidad. Las instituciones construyen su fortaleza a partir del reconocimiento; que un país tan importante en la región como Colombia decida luchar contra la Comisión es un golpe certero que puede tener consecuencias nefastas.
No es momento para que Colombia ayude a debilitar un sistema en el que hemos sido actores protagónicos desde su concepción. Estamos a tiempo. Es momento de recoger el discurso emocional y de trabajar de la mano de los instrumentos que, como estos, valoran las naciones que se apegan a los acuerdos internacionales de convivencia pacífica.
‘‘No es momento para que Colombia ayude a debilitar un sistema en el que hemos sido actores protagónicos desde su concepción”.