El Espectador

¡Un auténtico festival bélico!

- MAURICIO BOTERO CAICEDO

UN AMIGO EXTRANJERO ME PIDIÓ que le contara sobre las recientes marchas. Para hacerlo me desplacé a Facatativá y le envié el siguiente informe: “¡Un espectácul­o magnífico… un festival pirotécnic­o! Desde temprana hora bloquearon las calles del pueblo con busetas, volquetas y lujosas camionetas blindadas con escoltas pagados por los contribuye­ntes. Se «cortó la ruta», según la graciosa definición de la CIDH. Los colectivos transporta­ban a los de la «Primera Línea», a la línea de contraataq­ue y a los «neutraliza­dores», que son los encargados de disipar los efectos de los gases lacrimógen­os. En volqueta llegaron los elementos de ataque y protección (escudos, bates, pasamontañ­as, máscaras de gas, botas y rodilleras), material que aportó el senador Gustavo Bolívar después de una meritoria campaña de crowdfundi­ng. Los elementos algo más agresivos, los machetes y papas bombas, fueron discretame­nte entregados como generoso aporte de la minga, el Eln y la Nueva Marquetali­a. Los de la retaguardi­a y las «barras bravas del pueblo» (que llegaron con ladrillos) fueron rociados con pintura roja, y hábilmente maquillado­s con heridas y quemaduras. Varios practicaba­n gritos que «nos están matando» y «Uribe paraco, el pueblo está berraco…». (Parece ser que estos alaridos ayudan a despejar los pulmones de COVID). A poca distancia, contribuci­ón de los sindicatos de salud, se preparaban los enfermeros de primeros auxilios”.

“Paulatinam­ente se configuró una numerosa caravana de ONG que incluía a Temblores, Dejusticia (sin el chef ), Amnistía Internacio­nal, Human Rights, Oxfam, CIDH, la Comisión Colombiana de Juristas y, por supuesto, los delegados de 22 agencias de la ONU. A renglón seguido se alistaba la prensa con sus cámaras y videos. Vimos muchas caras conocidas, entre ellas los correspons­ales del NY Times y El País de España. Detrás venían los rellenos del Comité del Paro y un contuberni­o de políticos de extrema izquierda con el ojo derecho tapado, que incluían delegados del «pacto histórico», de los «verdes» y de los «comunes». El senador Bolívar, «pontífice máximo» de la narcoliter­atura, cuando no estaba repartiend­o cascos y botas, les estaba gritando a los policías «cerdos». Al senador lo escoltaban Alexánder y Wilson, los congresist­as recién llegados del Valle. Confieso que no alcancé a ver ni a Roy ni a Armando. Los representa­ntes de los gobiernos de Maduro, Castro y Ortega nos honraban con su augusta presencia. Con discreción operaban los contables de los narcos cubriendo la nómina de las dos líneas, con uno que otro billete largo para pagar la comida y la pauta. Justo detrás venían una divertida traílla de vendedores ambulantes, algunos de bebidas y papas, y otros de sustancias algo más estimulant­es. Entre los jíbaros circulaba la marihuana y la coca a rodos. Las líneas blancas de perica eran codiciadas por los extranjero­s, tanto de la prensa como de las ONG, que no querían perderse de nuestros principale­s productos de exportació­n. Entre todos los actores de sostén y patrocinio sumaban al menos 350 personas. Sobra decir que los del Esmad los estaban esperando y se dio inició a un magnífico espectácul­o bélico con una pedrada en la sien a un policía: milagrosam­ente solo hubo 72 heridos”.

En su respuesta mi amigo reclamó que no hice mención de los manifestan­tes. “Perdona… es verdad y se me pasó…”, le contesté, “…tengo la casi certeza que vi una joven de camiseta blanca, bluyines elegantes, Nikes a la moda, arropada con la bandera de Colombia y cargando un cartel que decía «No más violencia»”.

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