La llegada a la vejez
DURANTE MILENIOS, LA POBLACIÓN del Homo sapiens fue escasa y compartida con numerosas especies de animales hasta que llegó a ser la dominante gracias a su desarrollo cerebral. Las variedades de ADN eran el factor central (desconocido) en la expectativa de vida, acompañadas por fuentes alimenticias y climas saludables.
Este modelo cambió hace relativamente poco, cuando se concretaron avances en la ciencia y la medicina a la par con el crecimiento de la población, incluidas las personas viejas (al considerarse degradante esta palabra, fue remplazada por el eufemismo “adultos mayores”). El aumento de la población vieja, acompañado por la concientización de sus cambios cerebrales y corporales, produjo efectos ambivalentes al sentirse satisfechos por alcanzar mayor edad, pero a la vez lamentar la disminución de sus facultades físicas y mentales.
Aunque las personas viejas conservan buena parte de la memoria de eventos lejanos, la “memoria corta” falla con frecuencia: “¿a qué vine acá?”, “¿dónde dejé lo que traía?” y muchos más ejemplos que podrían mencionarse. Pero la memoria lejana también les falla: “esta persona fue mi colega hace varias décadas, pero no recuerdo su nombre”, “¿no sé en qué año fue que estuve en Egipto?”, “tengo ‘en la punta de la lengua’ el nombre de ese animal, pero no me sale”. Las facultades físicas también van decayendo con el tiempo: “antes podía caminar sin ayuda en estos terrenos empinados”, “las subidas en las calles me producen fatiga”.
En las últimas décadas han aumentado los hogares geriátricos (residencias para personas mayores), lo cual libera a familiares de cuidados permanentes a personas ancianas. Pero a muchos viejos —abuelos, bisabuelas…— no les gustan esos hogares, con lo cual se contratan personas para cuidarlos en sus domicilios. Esto, para mencionar sólo familias que cuentan con recursos para pagar esos casos que aumentan.
Con el crecimiento de la población, ante todo de las ciudades, aparecieron y aumentaron los barrios informales, subnormales o de invasión, en los que Bogotá es buen ejemplo puesto que comenzó hace pocas décadas, a la par con el aumento de la población. De poco más de 700.000 habitantes en 1951, Bogotá pasó a 1’700.000 en 1964 y ya en este siglo alcanzó los siete millones. Al crecimiento vegetativo se le sumaron en especial las migraciones por violencias.
En localidades como Kennedy y Ciudad Bolívar, con poblaciones alrededor del millón de habitantes, hay muchos barrios informales. En ellos crece la población de viejos. Bogotá sobrepasa el millón de personas de 60 años o más, muchas de ellas en la pobreza y en barrios de invasión.
Esta situación de pobreza de la vejez es crítica, pues Colombia es uno de los tres países más desiguales de la región. Entre otros, sus sistemas tributario y pensional han sido regresivos. A la desesperanza manifiesta de las juventudes en la actualidad se suma la de la vejez y no se perciben cambios al respecto para las próximas elecciones.
o Community-Driven Development (CDD), iniciativa jalonada por el Banco Mundial (BM) en muchos países llegando a decenas de miles de soluciones, pueden ser aplicados inmediatamente por los gobiernos municipales, especialmente de las grandes ciudades. Se trata de contratación directa con la comunidad de obras barriales de bajo valor, de menos de $100 millones por obra y alto impacto vecinal. Hablamos de arreglo de vías de acceso a barrios, soluciones de saneamiento, comedores comunitarios, jardines infantiles, mejoras en dotaciones de acueductos, mejoramiento de sanitarios en instituciones educativas, granjas urbanas, senderos peatonales, etc.
Lo transformador de la metodología CDD (no hay espacio para explicarla en extenso) es que fundamentalmente se basa en el principio de que cuando la contratación de las obras se hace con la participación de toda una comunidad, trabajo local, claras reglas de rendición de cuentas y con incentivos o penalizaciones, el resultado es asombroso porque es casi inexistente que los dineros se pierdan. La comunidad conoce cuánto vale la obra, que dinero se les entregará, el costo de los materiales y los salarios que se pagarán a la gente más necesitada, y finalmente se realiza el trabajo. En la casi totalidad de casos que conocí no se perdió un centavo, sino que en la mayoría sobró dinero. Caso distinto es lo que pasa en las consultas previas donde la comunidad está representada por unos supuestos “líderes” que reciben los recursos, pocas cuentas presentan y muchas veces terminan apropiándose de la mayoría de los dineros, tema sobre el cual hay abundante evidencia. La metodología CDD no es nueva; de hecho, hay abundante experiencia, especialmente por parte de nuestra Agencia de Renovación del Territorio, que ha realizado más de 1.060 proyectos en municipios PDET.
En este caso necesitamos CDD barriales en ciudades grandes, de la mano de las alcaldías locales y ojalá con la probada metodología del Banco Mundial, ya que las obras definidas por las propias comunidades se ejecutan bajo los principios de transparencia, participación, empoderamiento local y rendición de cuentas descendente, acompañadas de un apoyo técnico y financiero adecuado. Según el BM, “la experiencia ha demostrado que cuando a las comunidades se les dota de reglas claras y transparentes, acceso a la información, y apoyo técnico y financiero adecuados, las comunidades pueden organizarse eficazmente para determinar sus prioridades y abordar problemas locales trabajando de la mano de gobiernos locales y otras instituciones para desarrollar proyectos de pequeña escala y prestación de servicios básicos”. Pero acometer estas iniciativas tiene sentido en la medida en que hablemos de intervenciones masivas, no de cinco o diez obras por ciudades capitales, sino de centenares o miles de iniciativas de bajo valor y alto impacto comunitario y en el empleo.
‘‘La
situación de pobreza de la vejez es crítica, pues Colombia es uno de los tres países más desiguales de la región”.