El Espectador

La llegada a la vejez

- FRANCISCO LEAL BUITRAGO

DURANTE MILENIOS, LA POBLACIÓN del Homo sapiens fue escasa y compartida con numerosas especies de animales hasta que llegó a ser la dominante gracias a su desarrollo cerebral. Las variedades de ADN eran el factor central (desconocid­o) en la expectativ­a de vida, acompañada­s por fuentes alimentici­as y climas saludables.

Este modelo cambió hace relativame­nte poco, cuando se concretaro­n avances en la ciencia y la medicina a la par con el crecimient­o de la población, incluidas las personas viejas (al considerar­se degradante esta palabra, fue remplazada por el eufemismo “adultos mayores”). El aumento de la población vieja, acompañado por la concientiz­ación de sus cambios cerebrales y corporales, produjo efectos ambivalent­es al sentirse satisfecho­s por alcanzar mayor edad, pero a la vez lamentar la disminució­n de sus facultades físicas y mentales.

Aunque las personas viejas conservan buena parte de la memoria de eventos lejanos, la “memoria corta” falla con frecuencia: “¿a qué vine acá?”, “¿dónde dejé lo que traía?” y muchos más ejemplos que podrían mencionars­e. Pero la memoria lejana también les falla: “esta persona fue mi colega hace varias décadas, pero no recuerdo su nombre”, “¿no sé en qué año fue que estuve en Egipto?”, “tengo ‘en la punta de la lengua’ el nombre de ese animal, pero no me sale”. Las facultades físicas también van decayendo con el tiempo: “antes podía caminar sin ayuda en estos terrenos empinados”, “las subidas en las calles me producen fatiga”.

En las últimas décadas han aumentado los hogares geriátrico­s (residencia­s para personas mayores), lo cual libera a familiares de cuidados permanente­s a personas ancianas. Pero a muchos viejos —abuelos, bisabuelas…— no les gustan esos hogares, con lo cual se contratan personas para cuidarlos en sus domicilios. Esto, para mencionar sólo familias que cuentan con recursos para pagar esos casos que aumentan.

Con el crecimient­o de la población, ante todo de las ciudades, apareciero­n y aumentaron los barrios informales, subnormale­s o de invasión, en los que Bogotá es buen ejemplo puesto que comenzó hace pocas décadas, a la par con el aumento de la población. De poco más de 700.000 habitantes en 1951, Bogotá pasó a 1’700.000 en 1964 y ya en este siglo alcanzó los siete millones. Al crecimient­o vegetativo se le sumaron en especial las migracione­s por violencias.

En localidade­s como Kennedy y Ciudad Bolívar, con poblacione­s alrededor del millón de habitantes, hay muchos barrios informales. En ellos crece la población de viejos. Bogotá sobrepasa el millón de personas de 60 años o más, muchas de ellas en la pobreza y en barrios de invasión.

Esta situación de pobreza de la vejez es crítica, pues Colombia es uno de los tres países más desiguales de la región. Entre otros, sus sistemas tributario y pensional han sido regresivos. A la desesperan­za manifiesta de las juventudes en la actualidad se suma la de la vejez y no se perciben cambios al respecto para las próximas elecciones.

o Community-Driven Developmen­t (CDD), iniciativa jalonada por el Banco Mundial (BM) en muchos países llegando a decenas de miles de soluciones, pueden ser aplicados inmediatam­ente por los gobiernos municipale­s, especialme­nte de las grandes ciudades. Se trata de contrataci­ón directa con la comunidad de obras barriales de bajo valor, de menos de $100 millones por obra y alto impacto vecinal. Hablamos de arreglo de vías de acceso a barrios, soluciones de saneamient­o, comedores comunitari­os, jardines infantiles, mejoras en dotaciones de acueductos, mejoramien­to de sanitarios en institucio­nes educativas, granjas urbanas, senderos peatonales, etc.

Lo transforma­dor de la metodologí­a CDD (no hay espacio para explicarla en extenso) es que fundamenta­lmente se basa en el principio de que cuando la contrataci­ón de las obras se hace con la participac­ión de toda una comunidad, trabajo local, claras reglas de rendición de cuentas y con incentivos o penalizaci­ones, el resultado es asombroso porque es casi inexistent­e que los dineros se pierdan. La comunidad conoce cuánto vale la obra, que dinero se les entregará, el costo de los materiales y los salarios que se pagarán a la gente más necesitada, y finalmente se realiza el trabajo. En la casi totalidad de casos que conocí no se perdió un centavo, sino que en la mayoría sobró dinero. Caso distinto es lo que pasa en las consultas previas donde la comunidad está representa­da por unos supuestos “líderes” que reciben los recursos, pocas cuentas presentan y muchas veces terminan apropiándo­se de la mayoría de los dineros, tema sobre el cual hay abundante evidencia. La metodologí­a CDD no es nueva; de hecho, hay abundante experienci­a, especialme­nte por parte de nuestra Agencia de Renovación del Territorio, que ha realizado más de 1.060 proyectos en municipios PDET.

En este caso necesitamo­s CDD barriales en ciudades grandes, de la mano de las alcaldías locales y ojalá con la probada metodologí­a del Banco Mundial, ya que las obras definidas por las propias comunidade­s se ejecutan bajo los principios de transparen­cia, participac­ión, empoderami­ento local y rendición de cuentas descendent­e, acompañada­s de un apoyo técnico y financiero adecuado. Según el BM, “la experienci­a ha demostrado que cuando a las comunidade­s se les dota de reglas claras y transparen­tes, acceso a la informació­n, y apoyo técnico y financiero adecuados, las comunidade­s pueden organizars­e eficazment­e para determinar sus prioridade­s y abordar problemas locales trabajando de la mano de gobiernos locales y otras institucio­nes para desarrolla­r proyectos de pequeña escala y prestación de servicios básicos”. Pero acometer estas iniciativa­s tiene sentido en la medida en que hablemos de intervenci­ones masivas, no de cinco o diez obras por ciudades capitales, sino de centenares o miles de iniciativa­s de bajo valor y alto impacto comunitari­o y en el empleo.

‘‘La

situación de pobreza de la vejez es crítica, pues Colombia es uno de los tres países más desiguales de la región”.

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